Opinión
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Asilo a afganos, solidaridad humanitaria
E

l martes, cinco jóvenes integrantes de un equipo de robótica de Afganistán fueron las primeras personas de ese país en llegar a México gracias a la política del gobierno federal de ofrecer refugio a los afganos que temen por sus vidas después de que el Talibán reconquistó el poder el pasado 15 de agosto. Según expresaron en conferencia de prensa las recientes ganadoras del Premio Especial en el Campeonato Internacional de Robótica, México no sólo salvó sus vidas, sino también sus sueños al darles la oportunidad de continuar una trayectoria que se habría visto truncada bajo el régimen misógino que, se anticipa, será reinstaurado por los militantes islamitas.

Posteriormente, la madrugada de ayer, arribó un grupo de 124 afganos conformado por reporteros y trabajadores de distintos medios de comunicación acompañados de sus familias. Algunos de los periodistas que fueron recibidos por el canciller Marcelo Ebrard trabajaron para The New York Times, el cual destacó que las 24 familias afganas llegaron a México gracias a que las autoridades mexicanas, a diferencia de sus contrapartes en Estados Unidos, lograron vencer la burocracia de su sistema migratorio, para proveer rápidamente los documentos que, a su vez, permitieron que los afganos volaran desde el asediado aeropuerto de Kabul, con rumbo a Doha, Qatar. Trascendió que nuestro país también ofreció protección humanitaria a los equipos de The Wall Street Journal y The Washington Post, y el primero de ellos ya habría expresado sus planes de enviar aquí a sus colaboradores.

Sin duda, la acogida brindada a ambos grupos de afganos, y la apertura a seguir recibiendo a quienes requieran asilo, son gestos de solidaridad humanitaria que se inscriben en las mejores tradiciones diplomáticas mexicanas, y que deben mantenerse mientras sea necesario. Además de ser loables por sí mismos, estos actos contrastan con la falta de interés mostrada por Washington ante el evidente peligro que corren quienes trabajaron para medios de comunicación estadunidenses y que, por ello, podrían convertirse en blanco de agresiones por parte de partidarios de la facción que ostenta el control en la nación centroasiática.

El abandono de quienes pusieron en riesgo su integridad física para colaborar con la prensa occidental es uno más de los episodios vergonzosos que han marcado la retirada estadunidense de Afganistán, pero además exhibe cuán hipócritas pueden llegar a ser los reclamos de Washington –y de las organizaciones civiles a las que financia– por el entorno de libertad de expresión y protección a los comunicadores en México. Destacar este doble rasero no implica negar los graves problemas en materia de ataques contra periodistas que padece nuestro país, pero sí indica la pertinencia de poner en contexto los señalamientos provenientes de Estados Unidos y sus cajas de resonancia locales.