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Fiesta o fracaso
P

or ahí andan los pregoneros del fracaso en la consulta, llenando titulares y elevando autorizadas voces para afirmarlo. Y, en otros lados, animan el cotarro los que ven en tal suceso los albores de una fiesta democrática. Y así continuarán los enrarecidos aires de la vida pública de estos preocupantes días de vengativa pandemia. Por unos momentos se pensó o, más bien, se deseó, que el virus fuera en retirada. Pero, ¡no! tal parece que ha vuelto revestido con filosos dientes y mayores contagios. Y, con ellos, las ya usuales condenas terminales: alguien habrá de pagar las cuentas, ya sea ahora o después de 2024.

El centro neurálgico de estas disquisiciones está formado por nada menos que (casi) siete millones de ciudadanos que acudieron a las urnas. Y este número habla, qué duda, por sí mismo. Una simple y ligera comparación con votaciones anteriores da una idea aproximada de la sustentación que presta a la vida democrática de hoy. Es una fracción importante (un sexto) de la votación alcanzada por los morenos en la pasada elección. Quedan, estos millones, bien situados, si se le compara con lo logrado por el Partido Acción Nacional a pesar de todas sus irónicas condenas y negativas. Rebasa a los simpatizantes de varios partidos minoritarios e iguala a los que hizo Movimiento Ciudadano con todo y sus celebrados triunfos norteños. Pero, de varias maneras, podían haber sido mucho más los que decidieron, en medio de los temores, duelos e incomprensiones semánticas, dar testimonio de querer portar digna ciudadanía.

Siete millones de ciudadanos que optaron mayoritariamente por el Sí a una enredada pregunta, son, también, una masa humana que debe mostrar gran peso y ramificaciones. Habrá, por tanto, que recordar aquella incipiente consulta para decidir asuntos sobre el entonces Distrito Federal. Ejercicio que, más adelante, marcó la ruta hacia su emancipación del Ejecutivo federal. Con aquel evento en mente, podremos situar mejor lo que implican esos tan ninguneados, pero no olvidados ni reconocidos, millones de activos mexicanos.

La ley señala que, para ser vinculante la consulta, es indispensable alcanzar 40 por ciento del padrón electoral. Una cifra inalcanzable bajo casi todos los escenarios factibles. Habrá que decir, de inmediato, que un ejercicio de las implicaciones justicieras y reparadoras como las encasilladas en la cuestionada pregunta, debió celebrarse al parejo de las elecciones pasadas. Así llevada a cabo, se hubieran aquilatado, con todas sus implicaciones, los alcances y consecuencias buscadas para el avance de la vida colectiva. Al respecto, y por miedos partidarios legítimos o tramposos, puede decirse que se quedó al inicio del camino ambicionado por los promotores del ejercicio.

Lejos quedan ahora los numerosos obstáculos levantados por los opositores a toda acción gubernativa, a todo impulso proveniente de Palacio Nacional y a todo aquello que implique proseguir con la crítica al pasado modelo concentrador. La pérdida de privilegios es un real, poderoso acicate para aquellos que los van perdiendo y que los pretenden recuperar. Desde esta perspectiva, la consulta –y vuelvo a repetir con sus millones por el sí– prestó eficaz aliciente para redondear la conciencia colectiva (más enterada y documentada) de los que implicó el prolongado periodo neoliberal. Hoy se puede apreciar mejor lo sucedido a lo largo de estos fatídicos años para el bienestar popular. Y no sólo eso, sino para la vida de una República integrada por hombres y mujeres dignos y solidarios. Los personajes que forman el nada apreciable elenco de pasados gobernantes pueden ser vistos y enjuiciados por el pueblo ofendido, de una más humana, estricta y justa manera. Hay, ya, una actitud definida, tanto individual como colectivamente, para mirar con confianza hacia delante. Ello apunta, también, hacia una afilada mirada para escoger mejor a los gobernantes y destilar sus propuestas. Los colores y símbolos partidarios de aquellos agrupamientos, que jugaron papel definitivo en el largo periodo de cuentas, también sufrirán consecuencias.

Revisar con tiempo y paciencia lo expresado por aquellos que formaron el quinteto de poderosos, base de la cuestión a dilucidar. Unos porque adelantaron juicios torpes y otros por su silencio de soberbia impunidad. Lo cierto es que para los que fueron a las urnas hubo apreciable desfogue de sus rencores, de sus agravios, de sus desoídos reclamos por la nula responsabilidad de sus ­mandatados.