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No sólo de pan...

De reconocerse en el prójimo

L

a pandemia, como otras de las catástrofes que han sucedido en México, permitió a las víctimas afectadas, en cualquier nivel, material, físico o sicológico, sacar la casta humana del hoy llamado pueblo mexicano, de tan variados orígenes mezclados al paso de milenios, incluidos los últimos cinco siglos. Un pueblo que, por cierto, no ha podido involucrar a nuestros desemejantes voluntarios, ocupados en cuidar sus privilegios más allá de su propia muerte.

Porque, si en tiempos normales se vive a la voz de cada quien para su santo y sálvese quien pueda, los terremotos, las inundaciones, incendios, sequías devastadoras, siempre se han visto compensadas por el voluntariado vecinal que remueve montañas, la mano amiga tendida, la puerta abierta y las tortillas compartidas, amén del apoyo internacional, eso sí, mermado por el pillaje nacional que nunca faltará... Pero, lo que está pasando con la vacunación en tiempos de la 4T viene con otros vientos, inéditos, por una conjunción entre la inclinación mexicana a la solidaridad en las desgracias y la esperanza emergente en un futuro ya presente, naciente o instalado en los corazones de varias generaciones, incluso de las que parecían irremediablemente ahogadas en el mundo virtual y en el signo de $.

Recuerdo, tras una ausencia de tres decenios, cómo al volver a México me estremecía la presencia de ancianos de ambos sexos pidiendo limosna, entre los coches si aún caminaban o adosados a paredes heladas y suelos húmedos en las aceras transitadas, vigilados y explotados por sus propios familiares. Afortunadamente, fueron desapareciendo de los lugares públicos porque empezaron a recibir pensiones exiguas, que les devolvieron la conciencia de haber trabajado y ser reconocidos por el gobierno de la Ciudad de México. Entonces, cuando inesperadas lágrimas ganaron a mi noción de la compostura en público, durante la primera vacunación multitudinaria, caí en cuenta de la nueva dignidad en esas personas mayores, ahora conscientes de su propia humanidad gracias al trato respetuoso y preciso, afectuoso y auténticamente involucrado en las necesidades y sentimientos de nosotros, los pacientitos convertidos en los propios mayores de quienes nos atendían. Aunque esto no fue nada al lado de la segunda vacunación, cuando comprendí, azotada por un llanto irrefrenable e intermitente, la razón de mi emoción: es decir, la transformación de los jóvenes Servidores de la Nación (como Morelos) en ejército de reserva de una humanidad –intocada o rescatada del mundo virtual y del signo de $–, cuya solidaridad genuina de tiempos de crisis y generosidad intocada conforman otra identidad que siempre ha subyacido en cualquier mexicano y mexicana… En otras palabras, si antes cualquier organización de brigadas partía y se resolvía en preeminencias cuyo orden jerárquico dejaban sentir los dirigentes, durante la vacunación (y ¡vaya usted a saber por qué!) no fue nunca perceptible un mando, sólo papeles y responsabilidades compartidos, respuestas otorgadas al menor signo de un im-paciente y, si hubiere habido un mando organizativo, fue invisible para nosotros, beneficiarios boquiabiertos o llorosos ante tanta gentileza compartida y multiplicada.

Nuevas generaciones y actitudes individuales y colectivas aparecen con sólo dos años de esperanza y acción, contra decenios de degradación individualista. El reconocimiento de sí mismo en el prójimo, la empatía y la solidaridad encarnan en el pueblo, materia prima del partido nacional que puede concretar la 4T. Pongamos a su servicio el acervo intelectual y humanista del que nos beneficiamos algunos, con modestia, pero con firmeza, sin miedo al rechazo de algunos de nuestros contemporáneos. Lo único que podemos perder es la dignidad en el recuerdo que dejemos.