Editorial
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Perú: elecciones históricas
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oy se disputa la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Perú, en las que el profesor Pedro Castillo –favorito, pero dentro del margen de error de las encuestas– enfrenta a la ex primera dama y ex congresista Keiko Fujimori, quien intenta hacerse del poder por tercera vez.

Salvo la reiterada presencia de la heredera política del ex presidente Alberto Fujimori, los comicios en la nación andina son totalmente atípicos: por primera vez en la historia, un candidato de izquierda accede al balotaje, y lo hace como vocero y representante de un amplio movimiento social que busca poner fin a la escandalosa decadencia de la clase política.

En efecto, la descomposición y la pérdida de legitimidad del conjunto de las instituciones del Estado es la clave número uno para entender que se encuentre en la antesala de la presidencia un profesor de primaria rural, ajeno a los grupos políticos y a las clases oligárquicas que se han repartido el gobierno desde el nacimiento mismo de Perú. La segunda consiste en la tradición de lucha y organización que caracteriza al magisterio peruano, y en particular a los maestros rurales, quienes ejercen un liderazgo comunitario natural gracias a su papel de formadores de la juventud y conocedores de las necesidades más sentidas de sus conciudadanos.

El nombre de Castillo comenzó a conocerse fuera de su natal Cajamarca –a 900 kilómetros de Lima– en 2017, cuando lideró una huelga magisterial de 75 días en reclamo de condiciones dignas para el ejercicio de la docencia.

En congruencia con una militancia socialista de larga data, el candidato de Perú Libre hace campaña en pequeñas comunidades a las que la mayoría de los políticos no se acercan, con propuestas como la reforma agraria, la búsqueda de mecanismos para que la riqueza generada por los recursos naturales beneficie a los peruanos y no a un puñado de grandes trasnacionales, así como la convocatoria a una asamblea constituyente que redacte una nueva carta magna en sintonía con las justificadas exigencias sociales.

En las antípodas del origen, los antecedentes personales y las propuestas de Castillo, la líder de Fuerza Popular encarna el regreso de un régimen cimentado en el autoritarismo, las prácticas más brutales de violencia de Estado, la corrupción a escalas inimaginables como método de cooptación, el ejercicio de la política como fuente de enriquecimiento personal, la entrega indiscriminada de los recursos públicos al sector privado, y la sumisión absoluta a los dictados de Washington y de organismos cupulares como el Banco Mundial.

En suma, si el crecimiento inesperado de Pedro Castillo en las preferencias electorales se funda en un historial de honestidad personal y en un anhelo social de cambio, la persistente popularidad del fujimorismo debe explicarse por la complicidad de los grandes capitales que fueron favorecidos con el remate de los bienes públicos durante el gobierno de Alberto Fujimori (1990-2000), y por la continuidad de las redes clientelares tejidas tanto por el ex mandatario como por la propia Keiko desde que el primero se encuentra encarcelado por corrupción y violaciones graves a los derechos humanos.

La identificación entre la plataforma de Keiko Fujimori y sectores más retrógradas de la sociedad peruana, se ha hecho evidente conforme avanzaban las campañas, con las ya conocidas advertencias sobre el riesgo del comunismo por parte de los medios de comunicación y el empresariado, así como en manifestaciones contra Castillo en las que la derecha no titubeó para portar símbolos fascistas.

Perú se juega en las urnas la disyuntiva entre ensayar un nuevo camino, con un proyecto incierto –Castillo tendría en contra tanto al Congreso como al Poder Judicial, pero encabezado por un líder sin manchas en su historial; o profundizar la versión más salvaje del neoliberalismo de la mano de la jefa de una organización criminal, como la denominó un equipo especial del Ministerio Público encargado del caso Odebrecht.