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Tesoro en riesgo
L

a querida Catedral Metropolitana, prodigio arquitectónico, es patrimonio de todos los mexicanos, creyentes o no; guarda buena parte de nuestra historia, además de ser custodia de tesoros artísticos invaluables.

Para no ir más lejos, basta mencionar las joyas barrocas recubiertas de oro, que son el altar de los Reyes y el del Perdón, son obras del sevillano Jerónimo de Balbás. Este último retablo prácticamente desapareció en 1967 por un incendio, pero fue rehecho con gran maestría. El de los Reyes fue restaurado hace varios años con un donativo que dieron los reyes de España en la última visita que hizo el depuesto Juan Carlos a la capital.

Las pinturas que los adornan son obras de los mejores artistas virreinales, al igual que las que aparecen en muros y altares laterales, así como las esculturas y ebanistería. De esto último vale la pena mencionar la espléndida sillería del Coro, finamente tallada por el maestro escultor Juan de Rojas.

Allí mismo luce espectacular la reja de tumbaga, fina aleación de bronce y plata, elaborada en Macao, China, que sigue un diseño del pintor mexicano Nicolás Rodríguez Juárez.

Ahora, como en muchas ocasiones a lo largo de su historia, está con problemas de diversa índole: en una crisis económica debido a la pandemia que la mantuvo cerrada muchos meses y, ya abierta, la concurrencia es muy reducida. Todo eso ha mermado severamente sus ingresos y no tiene para pagar los sueldos del personal de limpieza y mantenimiento. A esto hay que sumar problemas anteriores, entre otros, por el sismo de 2017 y la edad, como el sistema eléctrico, lo cual no es poca cosa, pues existe el riesgo de un corto circuito que podría generar un incendio.

Vamos a recordar un poco de su historia. Al poco tiempo de la Conquista se vio la necesidad de construir la iglesia mayor de la nueva ciudad española, que se levantaba sobre las ruinas de la majestuosa México-Tenochtitlan. Ésta no correspondió a la importancia de la urbe que era el corazón de la Nueva España, por lo que en 1573 se comenzó una nueva, con el impulso de Felipe II, quien quería que fuera tan suntuosa como la de Sevilla.

Esto representó muchas dificultades: el virrey Luis de Velasco explicó que los cimientos tendrían que levantarse sobre agua y que para desalojarla había que gastar sumas considerables. Añadía a su preocupación los temblores, tan dañosos para los edificios de mampostería y para los que tuvieran grande altura.

Por supuesto, como sucede hasta la fecha, se impuso el capricho del soberano y se inició la magna obra con fondos de la Corona, de los indios que tuviese el arzobispado y de los vecinos y encomenderos dueños de pueblos. Cuarenta años duró la consolidación de cimientos y transcurrieron casi 250 más para que se concluyera.

En las cerca de tres centurias que tardó la construcción, innumerables virreyes impulsaron la obra, varios encargados terminaron en la cárcel y más de uno en la horca y la picota. Costumbre frecuente durante el virreinato era dejar la cabeza del infeliz clavada en un palo en la Plaza Mayor.

Un tiempo puso orden el virrey Pedro Moya de Contreras, hombre de mano dura, quien al percatarse de los malos manejos suspendió a varios oídores, hizo ahorcar a algunos oficiales reales y limpió los tribunales. Cuando por fin se terminó la obra mayor, el 22 de diciembre de 1667, se realizó una solemne ceremonia de dedicación, que se inició con una procesión que presidió el virrey, se iluminó la ciudad y se prendieron fuegos artificiales en la única torre que tenía.

Ahí no se detuvo la magna obra: los trabajos continuaron por más de dos siglos, hasta lograr la maravilla que hoy podemos admirar. Consta de cinco naves, una central de mayor altura, dos procesionales y dos en los extremos ocupadas por capillas. La concluyó el notable Manuel Tolsá a principios siglo XIX.

Este portento estuvo a punto de desplomarse por los hundimientos diferenciales en los años 90 del siglo pasado. La salvaron, después de varios años de duros trabajos innovadores, un grupo de especialistas encabezados por el arquitecto Sergio Zaldívar.

Ahora se pide la colaboración de todos para que sobreviva esta crisis. Se ha abierto una cuenta para recibir donativos: micochinito.com. Hay que apoyar con lo que podamos; la Catedral Metropolitana es de nuestros tesoros más valiosos.