Opinión
Ver día anteriorMiércoles 3 de febrero de 2021Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Legado
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la manera en que se estampan las conductas, valores y creencias que reciben los hijos, también lo hacen sociedades, gobiernos o líderes sobre su posteridad. No es esta una regla fija o perfecta. En innumerables casos hay desviaciones o, incluso, mejoras sustantivas de las ascendencias. Pero los legados de personas o pueblos son y han sido reales consecuencias en las diversas historias, individuales o colectivas. La manera de hacer conscientes estos procesos incidirá en el comportamiento personal o colectivo.

En la disputa por la conducción pública y el modelo a seguir para el desarrollo de México, es necesario pensar en estos legados. Tanto el gobierno como la oposición están sujetos a las consecuencias de sus acciones diarias y a las propuestas de futuro. No es discrecional escapar a ello. Por el contrario, se hace indispensable optar por reconocer las afectaciones que se producen con el paso del tiempo. El propósito transformador propalado repetidamente por el Presidente de la República es de claridad textual. No se le puede regatear la intención de delinear una ruta, un sendero por el que se propone marchar. El diario trajinar, sumado a la narrativa de sus decisiones, apunta hacia esa visión: la de una sociedad más justa e independiente. Y esta pretensión, de mejorar su desequilibrio actual, será su legado. La oposición, como heterogéneo conjunto, bastante compacto en sus críticas, no revela ni el horizonte que persigue ni los valores que lleva consigo. Más bien concilia intereses en pos de reponer una continuidad de la usanza conocida. Ciertamente presuponen una serie de correcciones, válidas para ciertos procesos y acciones en marcha. Unas que les permitan salvar cara y no, simplemente, aparecer continuadores de un pasado que va siendo corregido. Pero siempre tajantemente situados en la otra orilla de la disputa por el imaginario venidero. Tienden, hasta con fervor –sin descartar la saña– a rechazar lo que se les propone desde el actual oficialismo. Extrañan eso que estuvo consagrado como normalidad, como modelo de vida o gobierno y dentro del cual encajaban hasta con deleite. Pero en su diario trabajo opositor no se explicita, de manera orgánica, armada, racional o inclusive intuitiva, las concreciones a ser dejadas como su legado.

A los arranques transformadores el gobierno los acompaña de un intento comunicacional fincado en el diario quehacer, pero siempre matizándolo con la pretendida trascendencia. El componente básico, la pieza central de la narrativa, se enuncia de manera categórica: la imperiosa necesidad de hacer consciente el cambio radical, transformador, como instrumento ideal. Este es el legado vital. Movimiento constructivo que debe desembocar en la generación eficiente y la equitativa distribución de los bienes públicos a los que se ha comprometido. A cada paso recuerda y crítica el pasado neoliberal que abandonó la cuestión social. Una cruenta tendencia que lleva a desentenderse de sus derivados de violenta desigualdad. A ello agrega, como nefasta herencia, el patrimonialismo y su ahijada la corrupción. Ese miserable legado de perseguir, hasta irracionalmente, el enriquecimiento individual. Serio obstáculo para un desarrollo equitativo y sostenible. Para avanzar en este camino reivindicatorio es imprescindible el apoyo y empatía de las masas. No puede haber cambio sustantivo sin el concurso de las mayorías movilizadas.

El Presidente ha expresado, además y en diversas ocasiones, la interrelación vital entre la política interna y la exterior. Hace honor a un legado de generaciones pasadas de internacionalistas. Y a ese motivo le ha sido fiel. Transitar hacia una sociedad igualitaria se entrelaza con otras acciones diplomáticas que se sostienen con dignidad propia. Se piensa en una sociedad diversa, involucrada en la práctica democrática, que la reconozca, la practique y le dé complejidad. No se puede pretender fincar, como lo hacen otras naciones, en el poderío militar o la rapaz capacidad financiera, sino en el respeto a honestos dictados propios.

El legado que ha dejado la globalidad, esparcido por todo el mundo, sobre todo en su vertiente financierista, es de inconformidad creciente y terrible desigualdad. Esa triste realidad no se acepta, como tampoco la hegemonía construida con intervenciones en los asuntos de otras naciones. Hechos recientes han revelado hegemonías inaceptables de empresas globales. Dejan a su paso una estela de arbitrariedades y manipulaciones de íntimas personalidades. Un legado que les será sumamente caro. Sobre todo en el ámbito de la información. La manera en que se ha ido concentrando el manejo comunicativo de los individuos debe ser motivo de reflexiones cuidadosas. Mucho de eso ya expresado por López Obrador y su oposición a la censura ejercida por los ejecutivos de empresas gigantes. La tendencia concentradora de estas multinacionales atenta contra los modos de vida de los diversos pueblos del mundo.