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El voto duro del chavismo, suficiente para asegurar la Asamblea Nacional

Se prevé triunfo del abstencionismo en elecciones de hoy en Venezuela

No participará el bloque de los partidos de oposición más importantes

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▲ En un local comercial en Caracas, un letrero muestra la divisa del día, de un dólar por un millón 100 mil bolívares.Foto Afp
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Periódico La Jornada
Domingo 6 de diciembre de 2020, p. 21

Caracas. Diez elecciones atrás, un político venezolano dijo una gran verdad: No ganamos nosotros, perdió Chávez.

El político era Felipe Mujica, del Movimiento al Socialismo, y se refería a una de las dos únicas batallas que el imbatible Hugo Chávez perdió en las urnas: el referendo de 2007, cuando sus asesores lo convencieron de una reforma constitucional que el pueblo chavista no entendió o que entendió como una peligrosa concentración de poder.

Chávez intentó esa reforma en su plenitud. Un año antes se había relegido con cierta comodidad, pero en el referendo 3 millones de chavistas decidieron quedarse en sus casas.

Chavistas, escuálidos o decepcionados de todo (una categoría que crece en Venezuela), los caraqueños no se quedaron ayer sábado en sus casas. La estrategia del gobierno contra el coronavirus ha consistido, entre otras cosas, en una semana de confinamiento estricto por una de flexibilidad. Pero se atravesaron elecciones y el gobierno de Nicolás Maduro decidió que todo el mes de diciembre va a ser de flexibilización.

Los primeros días de tal relajamiento coinciden con el tradicional relajo decembrino, pletórico de aguinaldos, hallacas y güisquis. Así que muchos caraqueños se echan a la calle a comprar ropa y regalos.

Las filas son enormes. El proceso se complica por las modalidades de pago y las cifras enormes que trajeron el bloqueo y la hiperinflación.

En La Hoyada, una suerte de mini-Tepito en el centro de la ciudad, los autobuses desembuchan gente uno tras otro. Un par de jóvenes madres miran juguetes de plástico, se acercan a los precios en dólares y prosiguen su camino.

En una tienda se piden, por ejemplo, dos baratijas: un encendedor y un rastrillo.

–¿Cuánto es?

–830 mil.

–¿Y en divisa?

–Menos de un dólar.

Se paga con un billete de un dólar. El cambio, en bolívares, tres billetes que suman 110 mil.

Los taxis aceptan tres formas de pago: tarjeta de débito, transferencia o divisa, y en varios negocios hay letreros que anuncian el tipo de cambio del día: un dólar por un millón 100 mil bolívares.

La gestión económica del gobierno de Maduro no ha sido, por supuesto, ejemplar. Pero esto que se ve se explica en buena medida por el bloqueo económico estadunidense y el robo en despoblado que Donald Trump practicó al quedarse con Citgo, la filial de Petróleos de Venezuela que funcionaba en Estados Unidos. O el robo de los británicos, que se quedaron con millones en oro, propiedad de la nación venezolana, con el argumento de que no sabían si el presidente era Maduro o Juan Guaidó, el joven derechista que suplicó todas las opciones contra su propio país (incluyendo la intervención militar extranjera), que se autoproclamó presidente y cuyo funeral político se celebra este domingo.

Despojos imperiales

Sobre despojos imperiales y episodios electorales, hablo con William Castillo, quien ocupa una posición de reciente creación en el gabinete de Maduro: es viceministro de Políticas Antibloqueo.

El cargo no tiene nada de extraño en un país donde hay tres órganos legislativos que difícilmente legislan: uno que preside un opositor desconocido por otros opositores; la asamblea constituyente creada por el madurismo como contrapeso tras su aplastante derrota en 2015, y el congreso de Guaidó, que sesiona en la sede del diario El Nacional.

La elección de este día (6D, le llaman aquí) es justo para renovar el órgano legislativo unicameral, la Asamblea Legislativa, que Guaidó presidía cuando –con el decidido apoyo de una parte de la oposición de derecha y de Estados Unidos– dijo al mundo que en adelante él sería el presidente de Venezuela.

Tras unos nueve meses de arrastre popular, comenzó la deriva que tendrá su punto culminante con estos comicios, aunque es probable que la figura política del autoproclamado tarde en consumirse unos cuantos meses más.

Poco entusiasmo

Es sabido que las intermedias no despiertan el entusiasmo que suele gestar una elección presidencial. Si a ese hecho se suman años de polarización, el llamado de la oposición más fuerte a no participar y la pandemia, el resultado puede ser uno que teme sobre todo el gobierno de Maduro: el triunfo del abstencionismo.

A principios de noviembre, Datanálisis, una casa encuestadora que generalmente se acerca a los resultados reales, anticipó que la participación rondará 30 por ciento. Un ex funcionario chavista asegura que los cálculos del partido en el gobierno –Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV)– van de 50 a 80 por ciento de abstención.

El viceministro Castillo reconoce que una de las preocupaciones del gobierno de Maduro es el peso de la abstención. Entre los factores menciona la pandemia, los problemas de distribución de combustibles por el bloqueo (el desabasto de gasolina, pues) y que la gente ha sido golpeada por la situación económica y eso la puede alejar de las urnas.

El salario que hoy reciben los trabajadores, admite el viceministro, es ínfimo, porque nos han arrebatado las empresas petroleras, los buques están parados y no nos permiten vender petróleo.

¿Las enormes filas del sábado se repetirán el domingo frente a las urnas? Toda esta afectación a la economía tendrá mañana una expresión política, vamos a ver cuál es, admite el viceministro.

El madurismo tiene un voto duro, que puede movilizar entre 15 y 20 por ciento. Con eso le alcanza para lograr la mayoría en la asamblea, me dice el ex funcionario chavista.

Por supuesto, el PSUV y sus aliados no se han cruzado de brazos a la espera de lo que ocurra.

El gobierno alimentó la legendaria costumbre venezolana de crear partidos como se crean clubes de niños exploradores, de modo que en estos comicios concurren 107 fuerzas políticas, muchas de ellas bajo el paraguas de la organización más grande.

Pero esa peculiaridad no es la que marca el 6D. Primera, que los partidos opositores más importantes decidieron no participar. El bloque conocido como G4, de los partidos de derecha, decidió no tomar parte, amarrado a una lógica diseñada en Washington. Guardando distancias, en México sería como ir a una elección sin el PAN.

Segunda, entre las fuerzas que decidieron participar se cuenta un partido evangélico que ha obtenido votaciones nada despreciables, y disidencias de partidos tradicionales, como una escisión de Acción Democrática (el PRI venezolano, para decirlo rápido), dirigida por el sindicalista Claudio Fermín.

Pero quizá la novedad mayor sea que, por vez primera, hay una opción todavía minoritaria, pero que se reclama heredera del chavismo. Va a haber una opción más de izquierda, y eso es sano para el país, dice William Castillo.

Hugo Chávez intentó crear un partido único y al final desistió por resistencias como la del Partido Comunista, una fuerza ortodoxa, olorosa a naftalina, pero que ahora ha logrado reunir a grupos sociales y políticos que ya no se ven representados en el gobierno de Maduro.

Por lo demás, y para hacer contrapeso a la elección, Guaidó y los suyos han llamado a una consulta popular la semana próxima, pero aun entre sus bases, cada vez más menguadas, hay dudas sobre participar en un ejercicio que no tendría ninguna consecuencia práctica.

Ya sin quien le escriba los tuits, Juan Guaidó publica unas horas antes de unas elecciones equivalentes a las que ganó hace un lustro: El fraude del 6D está derrotado diplomáticamente e internacionalmente.

El primer corte de datos electorales se anticipó para las siete de la noche de este domingo.