Editorial
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Adiós a Robert Fisk
E

l periodismo mundial perdió ayer a una figura imprescindible: el escritor, historiador y reportero de guerra inglés Robert Fisk murió a los 74 años en Dublin a consecuencia de un ataque cardiaco.

A lo largo de su carrera, Fisk cubrió episo-dios cruciales de la historia reciente: la Revolución de los Claveles en Portugal, la Revolución Islámica en Irán, la guerra civil libanesa –incluso estableció su lugar de residencia en medio de la Beirut asolada por los bombardeos– informó al mundo de la matanza de palestinos perpetrada por los aliados locales de Israel, reporteó la invasión soviética de Afganistán, el conflicto entre Irak e Irán, las dos guerras emprendidas por Occidente contra el país mesopotámico, los conflictos en la antigua Yugoslavia y en Argelia.

Fue enviado de nuevo a Afganistán en 2001, cuando Estados Unidos invadió ese país en represalia por los ataques del 11 de septiembre de 2001; cubrió el rompecabezas de la guerra en Siria; fue el único informador que entrevistó en tres ocasiones a Osama Bin Laden; en Irak sufrió lesiones permanentes en un oído por situarse demasiado cerca de una pieza de artillería pesada, y en Pakistán fue víctima de una bárbara agresión por parte de refugiados afganos. Adicionalmente, Fisk escribió abundantes y profundas reflexiones sobre el genocidio de armenios cometido por el Imperio Otomano a principios del siglo pasado y sobre la incapacidad de Occidente para entender a los pueblos de Levante y, en consecuencia, lo fallido de sus políticas en la región.

El reportero tenía como principio escribir con base en su testimonio personal y criticó siempre el llamado periodismo de hotel que suelen practicar los enviados de medios occidentales a Medio Oriente y desemboca de manera inevitable en la distorsión y la imprecisión. El periodista fue un militante inflexible de sus propios principios, el más importan-te de los cuales era la denuncia y la abominación de la guerra. El analista denunció en forma invariable la estupidez, la inmoralidad y la incongruencia de las maquinaciones geopolíticas de las potencias, incluido su propio país.

El ser humano recibió numerosas distinciones por su trabajo, pero se mantuvo siempre ajeno a las tentaciones protagónicas que suelen afectar a sus colegas de oficio y se guio en toda circunstancia por el precepto de que un periodista no debe ser la noticia. Esa postura no lo condujo, sin embargo, a las pretensiones de supuesta objetividad, tan en boga en los medios occidentales, y que no son sino el disfraz de un afán de distorsionar los hechos y de desinformar sobre ellos. Por el contrario, el reportero fallecido procuraba aportar a sus lectores elementos de contexto, claves para el entendimiento de los hechos y relacionarlos con su vasto conocimiento de la región.

La visión siempre crítica y siempre fundamentada de Fisk fue imprescindible para comprender los complicados panoramas de Medio Oriente, el Golfo Pérsico y Asia central, y la criminal torpeza de Occidente en esas regiones. Era una de las poquísimas voces con audiencia, credibilidad y autoridad mundial para cuestionar la verdad única de los medios objetivos y al discurso oficial de Washington, la OTAN y los gobiernos de la Unión Europea. Y cumplía con la máxima de su colega Ryszard Kapuściński, fallecido en 2007, de que para ser buen periodista hay que ser buena persona.

Los despachos y las reflexiones de Fisk encontraron cabida en estas páginas en forma regular desde aquel terrible 2001 y aportaron al diario y a sus lectores una información veraz, contrastante, comprometida y profundamente humana. Con su desaparición se abre un gran hueco de silencio y La Jornada lamenta profundamente este adiós a Robert Fisk.