Opinión
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Purgatorio para gringos
T

res artistas estadunidenses fundamentales dedicaron a Ciudad Juárez momentos memorables de su creación, asumiendo el mito de su lado oscuro, el tufo de la violencia, la droga, el sexo, los ojos azules o negros de la corrupción. Implacables los tres con la línea de El Paso, sumergidos en el torbellino fronterizo, William Carlos Williams, Orson Welles y Bob Dylan recrearon sus calles como sueños y, en Williams y Welles, se tiñeron de sangre y cuerpos mutilados.

Los tres, a mediados del siglo XX, con armas e intenciones diversas, clavaron el diente a la ciudad favorita de sus pesadillas. Así La música del desierto, poema largo y coloquial de buen doctor Williams (en traducción de Carmen Martín Gaite): “–el baile ha empezado: para acabar viniendo a parar en un bulto inmóvil recostado– contra el puente que hay entre Juárez y El Paso –irreconocible en la semioscuridad / ¡Espere! / Los demás esperaban mientras lo estabas observando tú, en el mismísimo camino / ¿Está vivo? / –¡no tiene cabeza, piernas ni brazos! / ¿No será un saco de trapos que alguien haya abandonado aquí / aletargado contra el reborde de los pilares? / una cosa informe e inhumana, abrazándose las rodillas contra el vientre. / ¡Parece un huevo! / ¡Vaya sitio para dormir, la frontera internacional! / ¿Y hay algún lugar mejor, entre dos jurisdicciones, para que no le molesten a uno?”

En la que para muchos es su mejor película (y para otros la peor), premiada en Bruselas en 1958 por un jurado que presidían Jean Luc Godard y François Truffaut, y mutilada por la Universal para su estreno, The Touch of Evil (Sombras del mal), Orson Welles pone en la línea un relato noir y expresionista donde la corrupción y el mal vienen del norte, y toman cuerpo en la humanidad excedida y sudorosa del propio Welles en el papel más repelente y admirable de su carrera, encarnando a un jefe policiaco en plena descomposición. Charlton Heston, pintado de prieto, es Vargas, el policía bueno mexicano, recién casado con una rubia estadunidense, la exquisita Janet Leigh. El gordo Quinlan de Welles tiene por confidente y old flame a Tara, regenta de un bulín en este lado de la frontera, espléndida Marlene Dietrich como esfinge, quien se niega a leerle el Tarot: Tú no tienes futuro. Lo usaste ya todo. La locación del filme no es precisa, pero sólo pueden ser en Juárez o los Laredos.

En Just Like Tom Thumb’s Blues, una de las canciones fundamentales del mejor momento de su carrera, el joven Bob Dylan anuda la crónica del sitio: Cuando estés perdido en la lluvia de Juárez / y para colmo sea Pascua / y la gravedad te traicione / y la negatividad no te deje avanzar. / No te des muchos aires / si te caes por la Avenida de la Morgue. / Allí tienen mujeres hambrientas / que te dejan hecho un desastre.

Algo más que dato curioso, las intervenciones magistrales de Williams, Welles y Dylan, décadas antes del horrendo ciclo Las muertas de Juárez y toda esa mitificación negativa del irresistible Paso del Norte, reflejan un tormento histórico, una especie de culpa estadunidense. Dylan joven, Welles maduro y decadente, Williams ya viejo, se encuentran con lo indecible y se empeñan en pronunciarlo: ¿De qué manera decir lo que habría qué decir? No queda más que el poema, admite Williams. ¿O estaré simplemente jugando al poeta? ¿Lo habré inventado todo basándome en nada, pensé.

Su pesadilla incluye indios, policías y putas: ¡Españoles! (pero no, mayormente éstos son indios que persiguen a los hijos de perra de los blancos a través de las calles el día de la Independencia y tratan de matarlos).

La ciudad nació de un crimen, que la historia racista dominante considera una hazaña. Para transformar el viejo Camino Real que venía de México, el general y gobernador Joaquín Terrazas, uno de nuestros peores genocidas, el Custer mexicano, aplastó la resistencia apache e hizo matar al jefe Victorio en 1880, aunque en su momento sufrió la mano del implacable Gerónimo desde el otro lado. Sobre sus crímenes en Paso del Norte se perfiló Ciudad Juárez y el tren atraviesa hoy el Puente Negro. Crimen llama a crimen, aunque a veces su pretexto sea el progreso.

A Welles y Williams, la frontera les deparó cadáveres. En Welles, las calles y los bajopuntes dan miedo. A Dylan la dulce Melinda, una chica campesina que habla buen inglés y lo invita a su cuarto, le roba la voz y lo deja aullándole a la Luna. Para cuando llegue a Juárez Charles Bowden, el último gringo, a principios del siglo XXI, la ciudad será el Infierno.