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Mar de historias

Mi escuelita

E

n el interior del automóvil compacto viajan Esmeralda y Martín. Por la radio se transmite la versión de El Martillito en voz de su máximo intérprete

Martín: –Ah, caray, ¿murió?

Esmeralda: –¿Quién?

Martín: –Trini López, lo acaban de decir. ¿No oíste?

Esmeralda: –No estaba poniendo atención. Me preocupa mucho Aldo. Es un niño muy sensible y quién sabe cómo vaya a reaccionar cuando se lo digas. ¿O prefieres que se lo diga yo?

Martín: –Mejor los dos.

Esmeralda: –¿Y cómo lo justificamos?

Martín: –Pues así, con naturalidad y sin hacernos de culpa. Aldo tiene nueve años. Entenderá que mientras pudimos lo mandamos a escuela privada y que, como ya no es posible pagarle la colegiatura, tendrá que ir a una pública.

Esmeralda: –Sí, cuando se normalice la situación, cosa que puede ocurrir dentro de semanas, meses o quién sabe cuándo. ¿No sería mejor esperarnos hasta entonces para decírselo?

Martín: –Postergar las cosas nunca es bueno.

Esmeralda: –Va a ser un cambio muy duro para Aldo. Piensa que siempre ha estudiado en el Golden Valley, y salirse de allí...

Martín: –¿Te parece una tragedia que tu hijo vaya a asistir a una escuela pública? Pues a mí no. Yo siempre estudié en escuelas del gobierno y te aseguro que tuve muy buenos profesores y la pasé de maravilla. Muy bien.

Esmeralda: –Tengo la boca amarga y se me olvidó mi botella de agua en la oficina.

Martín: –Cuando veamos una miscelánea me estaciono y te compro una. ¡Qué suerte! Allá veo un lugar desocupado.

Esmeralda: –Pero es entrada de garage.

Martín: –No te preocupes. Voy y vuelvo en un minuto. ¿Se te antojan unas papitas o algo?

Esmeralda: –Pues sí, pero no me traigas. Si ya bajé unos dos kilos no quiero subirlos otra vez. Espérate: estás dejando el cubrebocas.

II

Esmeralda: –Me tenías con pendiente porque no regresabas, y como te llevaste las llaves pensé cómo iba a hacerle si necesitaba mover el coche.

Martín:–Me tardé porque en la miscelánea no tenían cambio de cien pesos, ¿tú crees? Se ve que están vendiendo poquísimo.

Esmeralda: –Estuve pensando en lo del cambio de escuela. En serio, ¿crees que a Aldo le hará bien?

Martín: –Claro, ya verás.

Esmeralda: –Sí, pero mientras se adapta va a sufrir. Imagínate que no sólo deja la única escuela que conoce y donde se siente seguro, también va a separarse de sus compañeros y de la maestra Sara. Como ella le ha dado clases dos años seguidos, él la idolatra. Ayer me confesó que la extrañaba mucho porque es su mejor amiga.

Martín: –No dudes de que esté enamorado de ella. ¿Por qué te da risa? Lo dije en serio. Esas cosas ocurren. Cuando yo iba en tercero me volví loco por la maestra Celeste. Era pelirroja, llenita y muy dulce.

Esmeralda: –Otro día me cuentas de tus romances infantiles. Mejor dime cuándo hablamos con Aldo.

Martín: –Entre más pronto mejor. ¿Qué te parece antes de cenar?

Esmeralda: –De acuerdo, pero júrame que si se altera no vas a impacientarte con él.

Martín: –Oye, ¿qué te sucede? Aldo también es mi hijo. Sabes que daría cualquier cosa por evitarle contrariedades, pero no hay de otra. Si antes apenas podíamos con los gastos de la casa, imagínate ahora que estoy a medio sueldo. Si no fuera por ti... Y ahora que me acuerdo: ¿ya les dijo Rocha si ya va a pagarles?

Esmeralda: –No, aunque quiera. Muchas de las personas a las que les llevábamos su contabilidad suspendieron el servicio. Ojalá que no tenga que cerrar el despacho. Pero no voy a seguir pensando en eso. Mejor pienso cómo ayudaremos a Aldo. Pobre de mi niño, ya me imagino cómo va a ponerse.

Martín: –No te adelantes. Espérate a ver cómo reacciona y, por favor, ten más confianza en él.

Esmeralda: –Claro que la tengo, pero es un niño.

Martín: –Lo que no significa que sea tonto. Al contrario: salió a su padre, ¿o no?

Esmeralda: –Sí, mi amor; igual de inteligente y presumido.

III

Esmeralda: –Qué pronto llegamos a la casa.

Martín: –Y eso que había bastante tráfico. Voy a guardar el coche a la pensión. Adelántate.

Esmeralda: –No. Te espero para que entremos los dos juntos. Siento feo, como ganas de llorar.

Martín: –Oye, procura serenarte. Cambiar al niño de escuela no es ningún crimen. Lo hacemos porque es necesario, y punto.

Esmeralda: –Es que no quiero que se desmoralice o que vaya a perder interés en la escuela.

Martín: –No lo creo. Le encanta ir.

Esmeralda: –Ya lo sé, pero no será lo mismo. Dejará un mundo.

Martín: –Y conocerá otro que a lo mejor le resulta más agradable. Vivirá otras experiencias; tendrá nuevos maestros y amigos.

Esmeralda: –Ay, mi amor, ya quiero que salgamos de este mal momento, que todo vuelva a la normalidad, que Aldo se inscriba en el quinto año y un día me diga: ¿Sabes, mamá? Estoy muy contento en mi nueva escuela.