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l dilema de esta economía está planteado hoy entre los efectos combinados de la apertura de las actividades productivas y el avance de la pandemia. Ésta muestra un ritmo acelerado de contagios y muchos más fallecimientos de los que se reconocen oficialmente. No puede obviarse la extensión y un rebrote del proceso infeccioso.

La apertura provocará algún tipo de recuperación en la economía por un efecto de rebote. Esto no quiere decir, sin embargo, que se ha tocado fondo en la crisis y, menos aún, que la situación sea duradera.

Con respecto a una recuperación del producto, empleo e ingresos, se debate sobre qué forma tendrá y cómo procederá. Hay quien lo imagina como una V, es decir, se llega al fondo y se recupera rápida y sostenidamente; como una L, donde el bajo nivel de actividad se estanca y se prolonga la recesión; o bien, como una W, con altibajos durante un periodo más bien largo. Hasta aquí con el alfabeto.

El economista jefe del Banco de Inglaterra, Andrew Haldane, presentó hace unos días una posible secuencia de la crisis provocada por la pandemia en Gran Bretaña (https://bit.ly/2Bwxgfh).

Para ello dividió el proceso en cuatro fases. La primera compara el desempeño de la economía en el primer cuatrimestre del año con el último de 2019, lo que arroja una caída del producto del orden de 25 por ciento. Este mismo efecto se observa con distintas magnitudes, todas ellas considerables, a escala global, debido al impacto adverso de la pandemia en la demanda y oferta agregadas, dado el confinamiento de la población. Este rasgo doble y característico distingue este fenómeno de otras crisis.

El mismo comportamiento se registró en México con una muy acentuada caída del producto y el empleo formal y las remuneraciones, además del fuerte incremento de la informalidad, o de plano de la desocupación.

En la segunda fase, en la que se reabre la actividad económica, los indicadores de corto plazo señalarían una recuperación derivada del renovado gasto de consumo que alienta la oferta de bienes y servicios, sumado a que renueva una parte del empleo y el ingreso. El impulso puede ser notorio, ya que, como se apuntó antes, es un rebote de la profunda contracción de la fase uno. Otra cosa es la forma en que se manifiesta entre los sectores productivos y los grupos de la población.

Lo mismo puede presentarse en México a partir de junio, cuando se inició la apertura, y más aún en julio. Pero en este caso habrá que considerar el efecto muy desigual de la crisis en el ingreso, las reservas y el patrimonio de la población. Este asunto se vincula con el tipo de intervención del gobierno para sostener de algún modo la capacidad de resistencia de las empresas y de los trabajadores que fueron desempleados. Las ayudas que se dieron aquí se basaron en otros criterios y en algunos programas la cobertura fue menos a la esperada.

En la tercera fase, la situación de una economía y de una sociedad como la británica podría sostener la recuperación en una capacidad de demanda que estuvo reprimida pero que existe, además de que hubo ayudas para contener el efecto negativo de la crisis. Esto empujaría el gasto de consumo, la producción y el empleo, y luego una nueva ronda de inversión.

En México la contención de la demanda por el confinamiento provocó la desaparición de un gran número de micro, pequeñas y medianas empresas, con un efecto enorme de desempleo y pérdida de ingresos; a esto se añade la muy desigual distribución del ingreso.

El efecto de la crisis es aquí distinto y el patrón de una recuperación ha de serlo igualmente por la naturaleza de la estructura social. En este escenario repercuten las decisiones de la política fiscal, es decir, del uso de los recursos públicos, menguados por la menor recaudación de impuestos y de la política monetaria, anclada a altas tasas de interés para sostener el valor del peso y bajar la presión sobre los precios.

La cuarta fase del planteamiento de Haldane es más incierta por necesidad y se extiende hasta el año entrante. Depende, en buena medida, de la evolución de la pandemia, que está lejos de un control sanitario. Una vuelta al confinamiento, como ya está ocurriendo en varios lugares del mundo, será muy onerosa.

Hay que admitir lo obvio: no se sabe cómo van a pasar las cosas. La adaptación de las políticas públicas a estos escenarios es crucial. El modo en que evoluciona la pandemia y el agravamiento de las condiciones económicas y sociales exige ajustes, flexibilidad y oportunidad. Eso depende de cada gobierno, junto con la forma en que se asimilan las presiones de la población.

Hay una condición esencial para administrar la crisis y, sobre todo, para instrumentar un programa sostenible de recuperación: para elevar el nivel de vida se requiere crear trabajo para la gente, expandir la capacidad productiva y hacer el proceso más eficiente. Una mayor inversión pública y privada es indispensable para el desarrollo (escribí desarrollo, no crecimiento del PIB).