Opinión
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Pandemia de largo aliento
S

on poco alentadoras las noticias –tanto las nacionales como las internacionales– sobre las perspectivas de superación de la pandemia de Covid-19. En naciones que han avanzado en sus procesos de desconfinamiento, luego de semanas de reclusión masiva de sus poblaciones, experimentan rebrotes epidémicos de diversa intensidad.

Los contagios se aceleran en países como Chile, Bolivia y Ecuador, y alcanzan proporciones de catástrofe en Brasil, mientras Estados Unidos parece condenado a una larga serie de picos y caídas en la curva de los contagios debido, principalmente, a la irresponsabilidad que el presidente Donald Trump ha exhibido ante la crisis sanitaria.

En nuestro país, si bien hay indicios de que la pandemia se desacelera en el valle de México, el coordinador de la estrategia en la lucha contra el coronavirus, Hugo López-Gatell, ha advertido que la fase actual de la epidemia es sólo un primer ciclo, y éste no podrá darse por superado antes de septiembre u octubre.

Más aún, es claro que no habrá condiciones en el planeta para restaurar a plenitud la vida económica, política, social y familiar a la que sus habitantes estaban acostumbrados si no se produce, distribuye y aplica de manera masiva una vacuna, o cuando menos un tratamiento curativo que vaya más allá de los limitados paliativos de los que se dispone en este momento. En lo inmediato, regiones, ciudades y países parecen condenados a vivir un ciclo de final incierto entre desconfinamiento, rebrote y nuevo aislamiento.

A pesar de las dudosas noticias esperanzadoras que pululan en medios informativos, la formulación de una vacuna no parece estar a la vuelta de la esquina, e incluso es posible que no se consiga en años o décadas, como ha ocurrido con el virus de la inmunodeficiencia humana; cierto es, la farmacología ha logrado desarrollar tratamientos cada vez más exitosos que permiten a millones de seropositivos una calidad de vida muy aceptable, pero la inmunización contra el vih sigue sin concretarse, a pesar de las décadas transcurridas desde que se tuvo conocimiento de los primeros casos de sida.

En la coyuntura actual, en suma, sociedades y gobiernos enfrentan como una disyuntiva de difícil solución el obligado cuidado de la salud, por un lado, y la reactivación económica, por el otro, y deben realizar un esfuerzo de conciliación entre dos tareas que a primera vista parecen mutuamente excluyentes.

Para lograrlo debe reconocerse, en primer lugar, que esta crisis sanitaria, sin precedentes conocidos para las generaciones actualmente vivas, lleva obligadamente a realizar cambios profundos en prácticamente to-dos los ámbitos del quehacer humano, desde los procesos productivos hasta los modales; desde la organización política hasta los ceremoniales religiosos; desde los patrones de consumo hasta las modalidades organizativas de los deportes.

Es claro, por ejemplo, que concentraciones masivas, como las que caracterizan a conciertos de música comercial, mítines políticos y partidos de futbol, resultan una muy mala idea en tanto los contagios de Covid-19 no lleguen a un nivel de insignificancia.

Las habilidades digitales se harán más apremiantes que nunca en los ámbitos laborales y será necesario establecer mecanismos de rescate a largo plazo de sectores de la población desplazados de sus trabajos por la nueva realidad.

En suma, el surgimiento del nuevo coronavirus va a traducirse, según los elementos de juicio por ahora disponibles, en un cambio civilizatorio, y más vale hacerse a la idea y empezar a construir, no el retorno a la normalidad previa a la pandemia, sino una normalidad realmente nueva.