Opinión
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El Señor de los Anillos
C

uando AMLO dijo que el Covid-19 le venía a su Cuarta Transformación como anillo al dedo, me acordé de Saurón, el aborrecible Villano-en-jefe de El Señor de los Anillos, y de su búsqueda implacable del anillo del poder:

“Un Anillo para gobernarlos a todos.
Un Anillo para hallarlos.
Un Anillo para reunirlos a todos,
Y en las tinieblas sujetarlos.”

(Cuando se escuchan estos versos, una risa cavernosa debe resonar en el trasfondo.)

Aquello de que una pandemia le viene a la Cuarta Transformación como anillo al dedo es síntoma de una disposición a entregarlo todo –lo que sea–, a cambio de alcanzar una idea, la visión de nuestro prohombre. Pero esa idea no la comprende cualquiera –es en realidad la epifanía de un profeta, una aleación milagrosa, como la del anillo del poder de Saurón, en que la historia patria se funde con el sentimentalismo guitarrero de la vieja izquierda latinoamericana, estilo de Mario Benedetti.

Con todo, aunque tenga principios y un eje moral, la Cuarta Transformación no es realmente una doctrina, sino una visión extasiada de la redención de la patria, y por eso hace recordar al famoso socialismo del siglo XXI de Hugo Chávez, o sea una idea que en realidad no era idea, sino más bien un sentimiento, y que según fue aumentando el poder del líder se fue volviendo de a pocos en un altar de sacrificios, donde el presidente llevaría al pueblo venezolano, como Abraham en su momento llevaría a su hijo Isaac.

¿Hubo acaso alguna verdadera idea, alguna doctrina robusta, en aquello que se llamó tan pomposamente socialismo del siglo XXI? ¿Hubo alguna teoría, a no ser aquella ensalada de retórica y políticas públicas, tomadas de un tercermundismo latinoamericano que ya había dado de sí? Creo que no. Finalmente fue por eso que el Instituto de Altos Estudios del Pensamiento del Comandante Supremo Hugo Chávez Frías, creado por el gobierno de Nicolás Maduro, no consiguió convertirse en un genuino centro de investigación. Si Hugo Chávez hubiera descubierto una nueva fórmula para el socialismo, su instituto tendría colas de gente queriendo estudiar el pensamiento de Chávez, como las ha habido para estudiar el pensamiento de Lenin, por ejemplo, o de Trotsky, de Gramsci o de Mariátegui. Lo de Chávez no tiene que ver con nada de eso.

Así como no existe una doctrina coherente en el mal-llamado socialismo del siglo XXI chavista, tampoco hay un aluvión de estudiosos que ahonden en las frases de bronce del comandante supremo Hugo Chávez Frías. Y es que Hugo Chávez fue un gran político, pero fue un estadista misérrimo. Un político no necesita ideas originales, sino saber concentrar el poder y librar coyunturas difíciles. En cambio un estadista sí tiene que tener ideas, necesita tener visión de futuros posibles y entender lo que hay que hacer para alcanzarlos. Chávez creyó tener esa clase de ideas, pero nunca las tuvo. Tenía algunos principios fuertes –el nacionalismo antimperialista, por ejemplo– pero no una idea de cómo ajustar esos principios para que prosperara un Estado como el venezolano.

Y así como no existe una doctrina solvente que sostenga el ideal venezolano del socialismo del siglo XXI, tampoco la Cuarta Transformación se ha fincado en una doctrina robusta y coherente. Existe, sí, un rechazo enfático –aunque también equívoco y titubeante– del neoliberalismo. Existe también una reafirmación del nacionalismo y de la historia de la patria. Y existe, sobre todo, una obsesión por erradicar la corrupción, enraizada en la idea de que la corrupción es el origen de todos los males del país. Pero todas estas posturas son conceptualmente incoherentes, porque el nacionalismo entendido como soberanía autárquica no es sostenible en el siglo XXI, porque la crítica al neoliberalismo de este gobierno es superficial y contradictoria, y, por último, porque la corrupción no es el origen de todos los males del país, sino un síntoma de la mayoría de ellos.

Ante todo, la Cuarta Transformación es un resultado de la educación que se ha impartido durante décadas en este país, y que se reduce ante todo a la reproducción de la idea de nación. Por eso, resulta demasiado natural que cuando se hable de Juárez, todos nos callemos. También antes, cuando la educación mexicana era católica, todos guardaban silencio cuando se hablaba de la Inmaculada Concepción de la Virgen.

Una crisis como la actual puede en verdad venirle como anillo al dedo al arquitecto de la Cuarta Transformación. El Covid-19 está generando una bancarrota tan generalizada, que su ensalada de ideas podrá, quizá, ser puesta en práctica (aunque no sin el apoyo decidido de las fuerzas armadas). El Presidente pareciera creer que, con la quiebra inminente de buena parte del sector privado, él tendrá la cancha libre para construir su sistema ideal, esa epifanía que tuvo el día previo a su toma de posesión, desde las ruinas de Palenque. Estamos, en otras palabras, ante el delirio de un caudillo, y a la doctrina de la Cuarta Transformación ya no la entiende nadie que no sea su profeta.