Opinión
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Aprender a morir

Las otras violencias

D

ijo el catedrático: sembramos mierda y, con sereno cinismo, esperamos que broten flores. Así, engaños y autoengaños del demencial sistema que padecemos a ciencia y paciencia de todos, no tienen límite, gracias a demasiados paradigmas –modelos o referencias aparentemente inalterables– de crecimiento individual y colectivo probadamente obsoletos, así como a la infinidad de creencias, roles y temores que confunden costumbres con bienestar, agresión con normalidad, sometimiento con disciplina y saber ser con necesidad de tener.

Entre esta maraña de manipulaciones, intereses, mentiras y opacidades, destacan tres niveles de inocultable irresponsabilidad compartida: el político-religioso, el económico y el ciudadano, habida cuenta de que los encargados de fomentar una sociedad más justa optaron por aliarse con los encargados de generar una riqueza más equitativa, a costa del aturdimiento de una población ancestral y deliberadamente dividida y debilitada. Entre los designios supuestamente divinos, el tiro de creced y multiplicaos nos salió por la culata, y lo que pretendía ser una apuesta por la expansión del amor y el mejoramiento de la vida en el planeta se redujo a interminable reproducción de sujetos para la explotación. La búsqueda a ciegas se convirtió en pareja; el matrimonio en obligación de procrear; la familia en la mejor aliada de los poderes político-religiosos, económicos e individuales y, además, en inagotable fábrica de asesinos, violadores y golpeadores, así como de asesinados, violados y golpeados, independientemente del género y la edad y según la personal asimilación de los valores repetidos y reproducidos en la familia y avalados por los tres niveles.

A esta confundida siembra familiar se añade su efecto multiplicador en el entorno social, los sistemas educativos, el ambiente escolar y laboral, reforzados por las cotidianas toneladas de mierda en la programación televisiva, abierta y de paga, que fomenta, de manera perversa, la violencia en todas sus formas, la vulgaridad y las drogas, no como reflejo de una pobre realidad, sino como malsana promoción de armas, injurias y muerte en la solución de los problemas. La culpa ha de ser del rating y la publicidad, no de los concesionarios. Pero tanta mierda esparcida todos los días a lo largo del día, debilita los afanes bien intencionados de familias y escuelas e inspira a las conciencias bajas a enlodar más la vida.