Editorial
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UNAM: lo justo y lo indefendible
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lrededor de 200 estudiantes que dijeron pertenecer a los planteles 1, 6, 7 y 9 de la Escuela Nacional Preparatoria, así como a las facultades de Arte y Diseño (FAD), de Ciencias Políticas y Sociales (FCPS) y de Filosofía y Letras (FFL), se reunieron ayer en la Torre de Rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) con la intención de entregar pliegos petitorios relacionados con la lucha contra la violencia de género dentro de la casa de estudios.

Una treintena de ellos vandalizó las instalaciones de Rectoría, donde realizaron pintas; intentaron romper las ventanas blindadas y las rejas y las puertas del edificio; arrojaron objetos en llamas y enfrentaron a reporteros para impedir que documentaran sus acciones.

La violencia de género y la exasperación de muchas alumnas ante lo que denuncian como indolencia o complicidad de las autoridades frente a la situación ha marcado la agenda de la universidad nacional durante los años recientes, pero cobraron notoriedad en los últimos meses.

Al iniciar el presente ciclo escolar, el lunes 27 de enero, las movilizaciones de repudio al machismo mantenían cerrados de manera indefinida las preparatorias 7 y 9, la FFL y el Colegio de Ciencias y Humanidades Azcapotzalco, mientras en apenas una semana se han sumado (con paros de distinta duración) las preparatorias 2, 3, 6 y 8, la FCPS y, desde ayer, la FAD y la Facultad de Arquitectura. En la mayoría de las sedes académicas no hay ningún viso de solución al conflicto ni una perspectiva de recuperar las instalaciones en lo inmediato.

Por una parte, sin duda existe un movimiento legítimo que demanda poner fin a la violencia de género, y es también cierto que en determinadas coyunturas la toma de planteles se vislumbra como la única alternativa para lograr que las autoridades universitarias presten la atención debida a una problemática que afecta a la comunidad estudiantil. Por otro lado, no puede ocultarse que la máxima casa de estudios arrastra desde mucho tiempo atrás la lacra de los grupos porriles, algunas de cuyas expresiones se planean de tal manera que se confundan con reclamos justos de los estudiantes.

El desarrollo de los acontecimientos indica que tanto las autoridades como los movimientos de protesta genuinos han fallado en hallar la línea divisoria con respecto de núcleos que son meramente delincuenciales en su concepción y en su actuar, cuya presencia en los diversos planteles de la UNAM es de sobra conocida.

Ejemplo de la persistencia de este tipo de elementos se encuentra en el auditorio Justo Sierra de Filosofía y Letras, popularmente conocido como Che Guevara, cuya toma perpetuada es injustificable desde cualquier punto de vista, pues no cumple con ninguna finalidad social y, al contrario, es violatoria de los derechos de los propios alumnos.

Es necesario exhortar a las autoridades y a los movimientos estudiantiles legítimos a emprender la construcción de un lenguaje común que les permita aislar a los estamentos porriles que se han infiltrado en una lucha de indudable mérito y a trazar una línea clara entre lo justo de lo indefendible.