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¿La fiesta en paz?

José Adame, fiesta pasadora / Arturo Macías vuelve a la Plaza México

“E

n México la Fiesta está a punto de morir. Todo ha ido degenerando y mientras las autoridades no intervengan en las ferias de importancia… y rechacen a los toros que no reúnan los requisitos marcados por el reglamento, todo irá empeorando hasta parecer ridículo, circense. Pero por otra parte, si lo hicieran, verías cómo cambiaban las cosas… ¿La verdad cuál es? Pues que la Fiesta se ha amariconado, afeminado.”

Lo anterior no lo afirmó un cronista avinagrado ni un torero resentido, sino la lucidez del Maestro de maestros Fermín Espinosa Saucedo Armillita, en memorable charla con José Pagés Rebollar, hace apenas 42 años. Los países debilitan sus tradiciones por la influencia globalizonza de los gringos, sí, pero sobre todo por la desmemoria terrible de los pueblos, enajenados con unas tecnologías de manipulada información y dudosa comunicación, saturadas de todo excepto de lo que beneficia realmente a las personas.

Añadía el torero más poderoso de la historia: “Por otra parte, lo que hace falta, lo que se precisa, es quizás un sueño, una quimera: ¡que se dejara de lidiar toros en México durante dos años! ¿Parece absurdo, verdad? Sí, pero no lo es tanto. Imagínate dejarlos llegar a la edad reglamentaria... ¡Caray, ya es tiempo de que nos den una corrida justa! Y no propongo que nos manden elefantes, sino únicamente que se atengan al peso y a la edad. En España se burlan, con justa razón, de nuestros animales. ‘¿Y qué magias saben hacer sus toreros con esos perritos falderos?’, se preguntan.”

Las advertencias del maestro Fermín le hablaron a la pared, pues ni taurinos ni autoridades ni crítica especializada ni aficionados pudieron entender que el sentido originalísimo, cultural, ético y dramático de la fiesta brava reside, primero, en el toro de lidia y en su casta, y después, sólo después, en los toreros-marca y en las figuras-cuña capaces de hacerle fiestas a ese toro, no a su pobre imitación.

Haber caído en la tentación de criar un toro de lidia para lucimiento de toreros discretos de técnica y de ética, pero con una estética oropelesca, así como la inexcusable negligencia de las autoridades al haberse desentendido de la vigilancia oportuna de la tauromaquia como valor cultural, identitario y político de algunos pueblos, son los principales factores que determinan el dudoso porvenir de esta tradición, a merced, como el resto, de una posmodernidad de escaso fondo y restringida sensibilidad.

Anoche, en su encerrona en San Miguel de Allende, José Adame cortó la friolera de siete orejas y un rabo a reses de seis distintas ganaderías pero con un concepto similar de comportamiento de las reses en el ruedo: embestida pasadora más que brava, para lucimiento, precisamente, de diestros tres eme: muleteros monótonos modernos. Fino con la espada, este José sigue sin romper, con una tauromaquia variada pero medida de expresión y de sello, por más apoyo que reciba de un panismo taurino local que ni Fox ni Calderón –aficionados de clóset– se permitieron otorgar a nivel nacional.

Arturo Macías, también conocido como El Cejas, reaparece esta tarde en el coso de Insurgentes, escenario de nueve salidas en hombros inversamente proporcionales a su deficiente administración y pobre apoyo del empresariado español, por no hablar de la pretenciosa Fusión Internacional por la Tauromaquia (FIT). El resultado de una carrera cocida a cornadas fue la grave cogida del 8 de septiembre del año pasado en la plaza de Las Ventas, de Madrid, que casi lo deja baldado. Ayudado de una prótesis, hoy Arturo medirá fuerzas con su destino. ¡Mucha suerte!