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El miedo hispano no anda en burro
L

os lazos de Cataluña y México son mayores de lo que muchos creen. Obviamente brillan por su ausencia casi total en el salvaje proceso de conquista y colonización. Cuando empiezan a aparecer catalanes significativos en nuestra tierra, en el siglo XVIII, resultan ser comerciantes de cierto rango en Campeche y su vecindario, y luego no pocos ingenieros, médicos y demás profesionales. Más adelante, cuéntase con un insurgente de apellido Murià por Guanajuato y Jalisco o el Jordà que mantuvo viva la insurrección de Mina hasta la victoria final y se convirtió en primer gobernador de la ciudad de México.

Posteriormente vendrían pintores, escultores y músicos, entre estos uno cuyo nombre hemos perpetuado en calles y plazas. Después la oleada de refugiados republicanos, entre los cuales había unos 10 o 12 mil catalanes con un pro-medio muy elevado de cultura, incluyendo jugadores y árbitros de futbol.

Con el ánimo de fortalecer las relaciones con México, hace unas semanas se anunció que el gobierno autó-nomo de Cataluña establecería una delegación en la Ciudad de México para fomentar las relaciones culturales y económicas… como las que tienen en Washington y las capitales de otros países y, también, en la propia ciudad de México, otros gobiernos autonómicos de una España que hace años intentó ser democrática.

Pues bien, en aras del fascismo creciente en la península, sin deberla ni temerla, el más chipocludo de los tribunales, haciendo gala de su reminiscencia franquista, decidió prohibirla en virtud de que, ojo: desacreditaría la buena imagen de España en México.

La inquina contra Cataluña crece y, claro, por reciprocidad, también lo hace en Cataluña el deseo de separarse de una España que no ha perdido sus ansias imperiales, aunque dadas las circunstancias actuales resulten ridículas.

Lo que es cierto es que el pésimo y antidemocrático manejo de las relaciones con Cataluña que España está haciendo, le ha significado un fuerte descrédito internacional y, hace poco, desataron una fuerte campaña para contrarrestarlo repartiendo, entre otras cosas, cochupos a diestra y siniestra en los más diversos medios de comunicación.

A lo que más le teme el gobierno de Madrid es justo a la posibilidad de que sea precisamente una fuerte presión internacional como la que ya han empezado a sentir, la que los obligue a aceptar la realización en Cataluña de un plebiscito vinculante, cuyo resultado ya saben que les resultará adverso.

No se trata, pues, de buscar una solución del problema que se ha manifestado con gran intensidad entre catalanes y españoles, sino simplemente de evitar verse obligado a un ejercicio democrático que, como sabemos, queda fuera de la idiosincrasia española.

Así ha quedado establecido con sus brutales intervenciones policiacas ante los intentos de sufragar con libertad y mediante el uso ilegal de los tribunales para someter a los disidentes políticos con penas dignas de los peores criminales del orden común.

Recurrir a la prohibición legal de que el gobierno catalán establezca una delegación en México, responde pues, ni más ni menos, al principio filosófico de que el miedo no anda en burro y, por supuesto, de lo sucia que tienen la conciencia.