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Toros
Diablos cojuelos
 
Periódico La Jornada
Viernes 13 de diciembre de 2019, p. a41

La corrida, en general, resultó amorosa como los nombres que aparecían en los carteles: Río de Amor, Santuario de Amor… en fin, amor, amor, nació de mi, nació de ti, de la esperanza. Y siguió el amor mientras el copeo y la salucita, limoncitos y sal, corrían a destajo. Hasta que salió un cuarto toro encastado –ese sí toro– que pasó por encima de Israel Téllez y, en plan amoroso, le regalaron una oreja por una estocada pulmonera.

Ya entrados en combinación de cervezas y aguardientes, el peruano Roca Rey se quedó en Perú y envió su santo amansa diablos y para el sexto toro, Luis David tuvo que apechugar con puros balbuceos de incoherencia etílica: que regresan al diablillo, que vuelve al ruedo, que le ponen banderillas negras; que se las ponen azules, que lo regalan un toro, que sale otro diablo y, ya en plena resaca, los abstemios empiezan a abandonar la Plaza y los bebedores a lanzar cojines a los diablillos.

En su turno, ya en el ruedo, los toros de Begoña que regresaban a la México experimentaban, de súbito, el anhelo de reclinar sus cuernitos en el callejón sobre los capotes amarillos de la noche que los maquillaban, les daban su retoque, e inflaban con azufre para verse gordos y malosos. Luego, a jugar con la ferocidad de sus ajetreos ¿por qué no abandonarse a la voluptuosidad de no seguir hiriendo, de perdonar a los picadores que los volvían picadillo, salpicando de moronga a los carnales, cerrar los ojos y repeler las frialdades y horrores que a su alrededor se agitaban al clavar las banderillas negras? ¿Por qué no derramar las tinieblas anaranjadas sobre el ruedo en una efusión de bálsamos, dulcedumbre de sordina, tibieza de mano amante? El agrio rumor de lo heterogéneo, polémico, se hundía en una sola melodía mansa a tono con los diablillos cojuelos en festejo guadalupano de la familia torera.

En la pachanga celebrada en el Coso de Insurgentes no se le hizo justicia a Luis David, que regresó de España en torero. Después de esto, los diablillos cojuelos desaparecieron y no quisieron salir de regalo. A la fiesta brava se la llevaron al infierno y, de paso, al juez de plaza. ¡De no creerse!

¿El cielo y el infierno son una y la misma cosa?