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El ombligo de Guie’dani
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▲ Fotograma de la película de Xavi Sala
L

a rebeldía en el rostro. El ombligo de Guie’dani, película mexicana de Xavi Sala, presentada hace un año en el Festival Internacional de Cine de Morelia, tiene finalmente su estreno comercial, y aun cuando pudiera lamentarse el largo tiempo de espera, en realidad a la cinta le queda bien darse a conocer ahora ampliamente y contribuir, de modo formidable, al debate cultural que en su momento suscitó el éxito mediático de Roma, de Alfonso Cuarón. Ambas obras abordan un tema semejante –la invisibilidad de las minorías étnicas en el servicio doméstico en las grandes urbes–, pero lo hacen de un modo diametralmente opuesto.

En el caso de Roma, una cinta costumbrista con tintes autobiográficos, el director evoca sus días de infancia en un ambiente doméstico presidido por cálidas presencias femeninas, entre las que destaca Cleo, su entrañable nana, idealmente un miembro más de la familia, pero en los hechos una mujer indígena destinada a pasar toda su vida al servicio de quienes, con las mejores intenciones, habrán de negarle siempre el reconocimiento real de su autonomía. El caso de las dos protagonistas en El ombligo de Guie’dani es muy distinto. Se trata de dos mujeres, madre e hija, indígenas zapotecas, que abandonan su comunidad oaxaqueña para prestar sus servicios en una residencia de clase media y en el seno de una familia dispuesta a marcar de manera cortés, pero siempre muy tajante, las obligadas distancias –sociales, étnicas y culturales– con las recién llegadas. Valentina (Yuriria del Valle), la madre de familia, es un prodigio de simulación y generosidad afectada; David (Juan Ríos), su esposo, es quien con mayor espontaneidad manifiesta un recelo próximo a la animadversión hacia una clase social de la que desconfía instintivamente. Los dos hijos adolescentes apenas son el reflejo abúlico del comportamiento y los prejuicios de sus padres.

Esa suspicacia mutua, la brecha insalvable entre la familia desdeñosa y el servicio a la defensiva, cancelan la posibilidad de ese clima de armonía afectiva verdadera que las buenas conciencias desearían instaurar entre las clases sociales. El ambiente de calidez hogareña y empatía entre diferentes que, con todas sus reservas, propone una cinta como Roma, tiene un desmentido vigoroso en la narrativa de Xavi Sala. En una época de resurgimiento de los extremismos ideológicos, se derrumba cada vez más la vieja utopía de la reconciliación social, base de todo un discurso que aspira a situarse siempre en la zona de confort del centro político. En este sentido, la alegoría social en El ombligo de Guie’dani está marcada por una fuerte incorrección política. No es un azar si David, el patrón de la joven indígena, no consigue jamás comprender o sustraerse al malestar que le provoca el misterio que encierra el rostro adusto, malhumorado, impenetrable de Guie’dani (una Sótera Cruz formidable). Es el rostro de una inconformidad indomeñable, de una rebeldía latente que atenta contra las certidumbres morales de este hombre de clase media. Más allá de las comprensibles intenciones conciliadoras que manifiesta Lidia (Érika López), la madre de la joven inconforme, lo que destaca es la intensa solidaridad de las dos mujeres indígenas frente a un destino social que ambas consideran injusto. Más vigoroso aún es el lazo de comprensión afectivo que une a Guie’dani con la joven vecina y empleada Maru (Mónica del Carmen), su compañera de aventuras e insurrecciones lúdicas.

Al salir la joven zapoteca de su pueblo en el istmo de Tehuantepec, se descubre por primera vez extranjera en el país que siempre creyó suyo, y esa intuición de marginalidad extrema, afianzada por el descubrimiento del racismo y de los desplantes clasistas, le hacen añorar su lugar de origen, el centro inalienable de su existencia, ese ombligo silvestre al que alude el título. La cinta de Xavi Sala reivindica, como pocas otras, la urgencia de una verdadera vocación identitaria. A contracorriente de las narrativas tradicionales del cine mexicano, con sus sirvientas simpáticas y agradecidas, mascotas humanas a resguardo detrás de un virtual cordón sanitario, y los abrazos fraternales, en una noche de Navidad, que habrán de deshacerse cada día del resto del año, El ombligo de Guie’dani ofrece un relato provisto de una notable coherencia moral y una empatía real con las clases desfavorecidas, en particular con esa comunidad indígena con escasa o nula protección en un trabajo doméstico de inspiración feudal en las grandes ciudades. Una bocanada de aire fresco en nuestra cartelera comercial.

Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.

Twitter: CarlosBonfil1