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Estrenan la película La historia negra del cine mexicano
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▲ El director Andrés García Franco, en defensa de nuestra industria.Foto Pedro González
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 6 de octubre de 2019, p. 8

Como en tantos otros renglones, en materia audiovisual y cinematográfica coexisten en México dos países: uno soberano y otro que no lo es. Este último corresponde al ámbito gubernamental e institucional, ya que se encuentra supeditado principalmente a las decisiones comerciales, pero también a las bélicas de otros países poderosos. A cambio, una parte importante de la nación hace mucho que decidió no participar de ese sistema y que funciona de manera independiente a los duopolios en la exhibición, las dominancias hollywoodenses y del aplastante dominio del cine, las series y la televisión estadunidenses.

El aserto queda demostrado, explica el realizador Andrés García Franco, con el estreno en 40 salas de toda la República –al menos en un par de funciones, desde mediados de septiembre– de un documental bastante pertinente para este mes patrio, su largometraje La historia negra del cine mexicano (México, 2016), por invitación de la Comunidad de Exhibición Cinematográfica (Cedecine), grupo creado en abril de 2018 en los Estudios Churubusco –en el contexto del décimo festival Contra el Silencio Todas las Voces– , que agrupa 210 espacios alternativos y autogestivos.

Everardo González, gran documentalista

Luego del estreno de Yo no soy guapo (México, 2018), de Joyce García, que fue proyectada en 80 establecimientos de la Cedecine durante marzo, el documental de García Franco es el segundo título que la organización lanza a nivel nacional en su circuito.

De entrada, haciendo cálculos conservadores, este lanzamiento le asegura superar medio millar de personas que han visto su filme en festivales y aparecer en más recintos de lo que Cinemex o Cinépolis, que poseen 92.5 por ciento de las pantallas en el país. Nunca se hubieran podido imaginar ni ofrecido, ni siquiera a Everardo González, nuestro gran documentalista; mucho menos a mí que los estoy criticando directamente, plantea.

“Al final, lo que me interesa es ver cuántas personas vieron la película. La pienso como medio para dejarla ir, porque han sido muchos años con ella y soltarla en una red como Cedecine, lo que me hace sentir bien porque si hubiese sido un distribuidor, estaría seguro de que la va a matar como lo hicieron con El sueño del Mara’akame, de Federico Cecchetti, o con las películas de Raúl Fuentes, que son una joya, por los intereses leoninos de las empresas privadas de la distribución”.

El filme aborda la figura de un pionero de la industria de cine nacional, el actor, director, productor, escritor y musicalizador Miguel Contreras Torres (1899-1981), quien, además de montar la primera empresa cinematográfica de Morelia, su ciudad natal e incorporar los relatos nacionalistas luego de la Revolución Mexicana y figuras como los charros, los migrantes o los indios –repatriando de Hollywood a Guillermo Calles, El Indio–, debutando a Mario Moreno Cantinflas o Silvia Pinal, además de recrear episodios históricos como Juárez y Maximiliano (1933), ¡Viva México!/Alma insurgente (1934), El padre Morelos (1943) o El rayo del sur (1943), pero sobre todo por la denuncia que le costó su carrera fílmica al monopolio exhibidor construido por el magnate estadunidense William O. Jenkins.

Para 1960, fecha de publicación de El libro negro del cine mexicano (Editorial Hispano-Continental Films), la Compañía Operadora de Teatros y la Asociación Nacional de Exhibidores, controlaban 80 por ciento de las salas en el país, lo que les permitía librar el pago de los porcentajes correspondientes a cada productor e imponerles tarifas fijas, sin importar su éxito económico, en plena efervescencia de la Época de Oro, denuncia que realizó concomitantemente el escritor José Revueltas, hasta que la cadena fue adquirida por el gobierno de Adolfo López Mateos –primo hermano del cinefotógrafo Gabriel Figueroa– en marzo de ese año.

Desde que Andrés finalizó el documental, ganador del programa de Óperas Primas del ex Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), hoy Escuela Nacional de Artes Cinematográficos (ENAC), le insistió a la ex directora de la escuela, Maricarmen de Lara, que resultaba absurdo buscar un distribuidor para una película cuyos temas son, precisamente, los prejuicios y los problemas en la distribución del cine en México y, además, con una factura totalmente libre y experimental, pero ella decidió esperar a que alguien la comprara, por lo que permaneció enlatada de 2015 a 2017, hasta que tuvo revuelo en festivales de India, Argentina, Italia y mereció el premio a mejor documental de la Latin American Studies Association Film Festival en Barcelona, en 2018.

El otro coproductor, el Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine), comenzó a enviarla a cerca de 150 festivales en el extranjero, aunque sólo la tomaron cinco. El director les pedía no perder el tiempo y permitirle distribuir la película, de acuerdo con su propia naturaleza, sus propias vías. Pero ellos quieren seguir ganando Cannes y siguen invirtiendo todo ese dinero en lograrlo.

Finalmente, después de una ardua lucha política, burocrática y de concertacesión, logró obtener el permiso de exhibir el filme tantas veces como sea posible, siempre y cuando no se pague la taquilla. Es decir, gracias al apoyo del CUEC y del Imcine, pero también contra el autoritarismo y el acoso laboral de la escuela, y contra la total dejadez e irresponsabilidad en el sentido económico, ideológico y político del instituto.

Para el director, haber hecho esta cinta significa, de cierto modo, continuar el trabajo iniciado por Contreras Torres, hasta la fecha, mediante los sindicalistas, los intelectuales y críticos, una línea que siguió con las políticas de Echeverría, con la creación del Imcine, en lo que mira como un linaje de defensa de nuestro cine, que se ha venido cocinando en los últimos 50 años, mediante luchas por defender los presupuestos, lo que creó un caldo de cultivo que ahora está explotando y dando unos frutos tremendos, pues la sociedad exige ver lo que se está haciendo y se lo niegan.

“Si algo quiere este documental, si de algo sirve ahora, más que celebrar a Contreras Torres, la lección que me deja es que no debemos sentirnos mal de que nuestra película no tenga éxito. Si no gana un festival o no termina en Cinépolis y Cinemex o no se ve en todas partes de Europa, no quiere decir que sea mala.

Para nada, me atrevería a decir que hasta lo contrario. Las mejores películas mexicanas que he visto ha sido en casas particulares, en cineclubes rascuachitos, en funciones en que la cinta se para, son las películas que me han marcado y que me motivan a seguir. Es indiscutible la calidad que se está haciendo en el cine alternativo mexicano.