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No sólo de pan...

De nuevos aprendizajes

D

ecíamos en la pasada entrega de la serie sobre los alimentos fundamentales de la humanidad, que la filosofía del llamado Occidente, formado por pueblos de los trigos, parte del principio de la inutilidad de la naturaleza si no son descubiertas sus riquezas por y para el hombre, de donde las expresiones entorno o medio ambiente que separan conceptualmente éstos de lo humano, haciéndolos antagónicos tal como se desprende de las premisas de las ciencias naturales y sociales dominantes, y como se puede leer explícitamente en los textos de las grandes religiones occidentales (mientras en las religiones asiáticas, africanas y americanas indígenas, el hombre y la naturaleza son no sólo complementarios, sino se generan y explican mutuamente como parte de la ecología).

Abordaremos aquí el caso de los pueblos pastorales, cuyo alimento fundamental, como en toda la especie humana, son los glúcidos lentos que, sin embargo, éstos sólo podían obtener a través del trueque por sus productos lácteos, de bovinos, ovinos, caprinos, camélidos y cérvidos, entre otros, que fueron de gran provecho para quienes supieron cuidar la supervivencia y reproducción de dichas especies. Cereales contra lácteos y no cárnicos, pues las tradiciones pastorales sólo permiten consumir carne del animal de manera ceremonial o muy excepcionalmente, lo que coincidió históricamente con el hecho de que los pueblos productores de cereales no necesitaban más proteínas animales de las que obtenían de la cacería menor, anima-les de corral o acuáticos, y de otra fauna cohabitante en los sistemas de producción vegetal. Por su parte, los pueblos pastorales se caracterizaron por su docilidad y capacidad de convivencia con otros pueblos, no siendo en absoluto expansionistas territoriales y habiendo construido religiones donde la naturaleza y los hombres constituyen una cadena indisoluble que dio lugar a una cosmogonía de humildad y armonía universal, tal como transcurría su vida entre ciclos nómadas durante la eclosión de los pastos y periodos sedentarios de socialización. Aunque, ciertamente, algunos de estos pueblos recurrieron a la violencia cuando les eran denegados los alimentos fundamentales que no podían producir, llegando a emplear estrategias guerreras, no con un sentido de apropiación de lo ajeno o despojo, sino para el restablecimiento del orden divino (v.gr. Gengis Khan).

Sirvan los extractos, expuestos en las columnas pasadas del libro encargado por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura a quien esto teclea: Los alimentos que escribieron la historia de la Humanidad, para replantearnos un por qué y un cómo la humanidad desvió su camino de producción y autosuficiencia alimentarias, basadas en los policultivos que protegen y restauran los suelos, y cambió su convicción de interdependencia respetuosa y amorosa con Natura, por ideologías y prácticas de opuestos inconciliables en los que se permiten la destrucción física y los engaños intelectuales… En los que ya muchas generaciones caímos y quedamos adheridas como moscas, pataleando sin poder soltarnos y volar. Continuará.

A Francisco Toledo