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Vida y novela de un presidente francés
J

acques Chirac fue un personaje de novela. Personaje de Rabelais por su apetito insaciable a la manera de Gargantúa: comía como un ogro bebiendo… cerveza Corona. Protagonista de novela histórica a la Dumas, con tintes de mosquetero, su carácter osado y su vida secreta. Acaso por un preciso azar, fue el ex presidente francés quien hizo entrar a Dumas al Panteón, monumental edificio donde reposan hombres y mujeres que dejaron su huella en la Historia de Francia, en cuyo frontispicio puede leerse: Aux grands hommes, la Patrie reconnaissante (A los grandes hombres, la Patria agradecida). Pero la vida de Chirac habría tentado también a Balzac, novelista de los grandes ambiciosos como Rastignac, quien lanzó su famoso desafío: París, a nosotros dos.

Este carácter novelesco explica en parte la fascinación de los franceses por Chirac. El hombre pertenecía a su cultura, era uno de ellos, un hermano, un amigo, un padre, un presidente que se les parecía con sus cualidades y defectos. Capaz de beber una copa con cada uno y dar la mano a todos, al extremo de magullar sus dedos. Un hombre que huía la superficial vida parisiense, fue blanco de tenebrosas intrigas, cuando no daba cariñosas nalgadas a las vacas, rodeado de campesinos amigos. En fin, el hombre que amaba a los franceses. Y este amor por Francia es hoy recíproco.

El anuncio de su fallecimiento conmovió a toda Francia. Aunque se le sabía muy enfermo, la noticia sorprendió. No por esperada, la muerte es menos inesperada, escribió Octavio Paz sobre la desaparición de Alfonso Reyes. El minuto de silencio solicitado en la Asamblea, en el Senado, aquí y allá, fue espontáneo entre la gente, perdida el habla y enrojecidos los ojos, al enterarse de su muerte.

Radio y televisión no han cesado, desde el comunicado de su fallecimiento, de informar sobre su vida política a lo largo de 40 años. Amigos, vecinos, periodistas, comentadores, las personas que hacen cola frente al palacio del Elysée, donde se han instalado varios libros de condolencias, para escribir una frase en honor de Chirac, políticos partidarios o rivales, ofrecen su testimonio, un recuerdo, ante micrófonos y cámaras. El presidente Emmanuel Macron le rindió homenaje antes del noticiero de la noche. Una misa en la iglesia de Saint-Sulpice le será ofrecida el lunes. El incendio en Notre-Dame hace imposible que la misa tenga lugar en esta catedral como se llevó a cabo ahí en honor de Mitterrand por decisión de su sucesor y rival durante años, Jacques Chirac, quien pronunció en su elogio uno de sus mejores discursos.

Es evidente que la emoción expresada por el fallecimiento de Chirac es también la de ver el final de una época. Una joven exclama ante las cámaras: ¡Es la desaparición de un dinosaurio!, antes de agregar que no le tocó vivir durante su presidencia, pero que admira su posición contra la intervención estadunidense en Irak. En efecto, su negativa fue su más importante decisión en política internacional al oponerse al poder del imperio de Estados Unidos, negándose incluso a autorizar el vuelo de sus aviones sobre el territorio francés. En la misma forma, contra la estrategia de Washington, dio la alerta contra el calentamiento del planeta cuando declaró: Nuestra casa arde, en un discurso en la Sudáfrica de Mandela.

Su acción en política exterior se inscribe dentro de su amor a Francia, la protección de la independencia nacional, el apoyo a las naciones amigas. Su visión en este sentido es la de un visionario, como lo recalcó Vladimir Putin en su elogio pronunciado el mismo jueves. La intervención de Chirac en los conflictos de los pueblos de Yugoeslavia y en Líbano sigue siendo motivo de agradecimiento para ellos hacia Francia. Y si la prensa estadunidense es crítica se debe a la negativa de Chirac de apoyar a Bush en Irak. Como las ironías británicas responden ahora a la ironía de Chirac sobre Margaret Thatcher. Pero, frente a estas posiciones poco benévolas, la reacción de los países árabes es lo contrario: su entusiasmo por el ex presidente francés sigue vivo desde su respuesta a la policía israelí en Jerusalén cuando trataron de impedirle visitar a los palestinos: Chirac se rebeló a la consigna y llevó a cabo su visita, donde entabló el diálogo.

Personaje complejo hecho de contradicciones, uno de los últimos gaullistas, en su juventud vendía en las calles de París L’Humanité, diario del Partido Comunista Francés.

Desde su infancia, se iba de pinta para visitar un museo cercano a su casa. Desde ese entonces, su afición por las artes primeras. Pasión que lo llevará a crear el Museo del Quai Branly que hoy tiene su nombre, donde se exhiben admirables piezas de artes primeras originarias de las civilizaciones de África, Asia, Oceanía y América.

Es entonces cuando comienza a estudiar el sánscrito y sueña con ser traductor. Y traductor será del ruso, lengua que admira al igual que la japonesa. El refinamiento de la civilización de Japón lo apasiona y no pierde oportunidad de hacer coincidir sus viajes a Tokio con el calendario de los combates rituales de sumo.

Jacques Chirac lee poesía. Lo hace casi en secreto. Como político, carrera deseada para él por su padre, evita dar la imagen de un intelectual y se construye la de un hombre que ve películas de vaqueros, no aprecia más que la música militar y prefiere asistir a un partido de futbol que leer un libro.

La aguda periodista Françoise Giraud decía de él: “Al contrario de los otros diputados que esconden tras las páginas del diario Le Monde una revista de Playboy, Chirac oculta tras esa revista un libro de poemas japoneses, chinos o de René Char.”

Muchos jefes de Estado han presentado sus condolencias a la familia de Jacques Chirac y a la nación francesa. A estas horas de la tarde en Francia, no ha habido signo alguno de Donald Trump al respecto. Al parecer, el amor, como el odio, sobrevive a la misma muerte.