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El estante de lo insólito

El gran set de la Revolución Mexicana

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▲ Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

Con mi 30-30 // me voy a marchar // a engrosar las filas de la rebelión, // si mi sangre piden mi sangre les doy // por los habitantes de nuestra nación.

Corrido Carabina 30-30, compuesto por Gerardo Núñez.

L

a Revolución Mexicana es uno de los sucesos más cruentos en la historia de la humanidad. En un periodo en el que había 10 millones de habitantes en el país, poco más de un millón perdió la vida en los fuegos intestinos de una gesta que se inició con el coahuilense Francisco I. Madero como líder para enfrentar al régimen totalitario de Porfirio Díaz. Cuando un país pierde 10 por ciento de su población en una guerra interna, sin un frente que hacer contra otra nación, hay heridas que no cierran nunca. Rehaciendo los caminos, las viviendas y el alma misma, los mexicanos organizaron un país que debía ser nuevo y mejor. El recuerdo era película, y era ilusión.

La película real

Como el propio Porfirio Díaz se había apropiado del cinematógrafo para convertirlo en instrumento que exaltara su imagen presidencial, hubo muchos documentalistas perfectamente equipados y dispuestos a registrar la convulsión del país. La Revolución tiene largo pietaje de escaramuzas armadas, discursos, desfiles, llegada triunfal a capitales (destacando la toma de Emiliano Zapata y Pancho Villa de la capital del país) y hasta los funerales de los principales líderes. Es conmovedor observar al Centauro del Norte llorando ante la tumba de Madero en el panteón Francés (filmación del Archivo Casasola) y el cuerpo acribillado de Zapata rodeado por miradas inciertas de asombro, nervio y angustia de los desarrapados, los dolidos y oprimidos que perdían a su líder.

Un héroe para cada efeméride

Cada uno de los grandes sucesos que se enseñan en la historia de la Revolución han tenido algún tipo de interpretación fílmica. Pero el drama narrativo suele tener dos polos básicos y simples: los revolucionarios son los buenos y los federales (el gobierno) son los malos. El compadre Mendoza (1934), inspirada en un relato de Mauricio Magdaleno, exhibía la corrupción como permanente celada contra los principios que llevaron a la guerra entre mexicanos. La cinta del veracruzano Fernando de Fuentes mostraba a un hacendado quedando bien con las fuerzas armadas con las que tocaba tratar: cuando eran rebeldes, elogiaba la causa revolucionaria; cuando eran federales, defendía a Díaz contra los alzados. Con la misma desfachatez volteaba el cuadro central de la casa para mostrar al tirano Porfirio o al rebelde Zapata, según conviniera. El cineasta completó su formidable trilogía de la revolución con El prisionero 13 (1933) y ¡Vámonos con Pancho Villa! (1935). Por su parte, el escritor Martín Luis Guzmán, autor de la novela homónima que inspiró el filme La sombra del Caudillo (Julio Bracho, 1960), fue secretario de Pancho Villa, así que el escritor supo siempre cómo eran las realidades de la gente y de la guerra, estuvo ahí. Retrataría perfectamente la crónica y el sentir de las batallas en su libro El águila y la serpiente.

Muchos se fueron sumando al seductor ideal revolucionario, como le pasaba a Cantinflas en la estupenda comedia Así es mi tierra (Arcady Boytler, 1937), donde los hombres buenos querían estar en la bola, muy distinto a las condiciones de la leva, cuando se forzaba a niños y jóvenes a tomar las armas en uno y otro bando, algo bien expuesto en el duro cortometraje de Guillermo Arriaga, El pozo (2010), cuando dos niños son obligados a sumarse a unos alzados que van contra el ejército huertista.

En La chamuscada: tierra y libertad (1971), el director Alberto Mariscal logra muy buenas escenas de acción (como pasaría en la popular La ley del monte (1976), con Vicente Fernández como determinado líder villista), bordando sobre un gran guion del cineasta Luis Alcoriza y el escritor Juan de la Cabada. El villano hacendado don Lucio (Guillermo Álvarez Bianchi) hace una de las aseveraciones que marcaron formas y usos de los grupos poderosos para afirmar su control popular: En una mano, el dulce, y en la otra, la purga. Aprovechando la celebración de San Martín hay que hacer una fiesta sonada, que coman bien unos días y bailen y se emborrachen. Así se calmarán y se olvidarán de levantamientos y tonterías. La película destaca las traiciones que enconaron el conflicto.

La guerra como canción

Hay personajes preocupados más por la serenata, al estilo de Juan Pistolas (René Cardona Jr., 1966), con Javier Solís soltando canciones con más facilidad que los disparos. Simón Blanco (Mario Hernández, 1974) fue uno de los muchos largometrajes que produjo y estelarizó Antonio Aguilar con temas revolucionarios, en este caso el hombre de corrido versado y leyenda en el cine que fue compañero de Emiliano Zapata. Como muchos temas que engrosaron el exitosísimo catálogo cancionero del zacatecano, Simón tuvo película y continuación.

Jorge Negrete El Charro Cantor, moría de amor por la mujer que hacia corpóreo el corrido, la idea, la biografía y el romance de la mujer revolucionaria en Si Adelita se fuera con otro (Chano Urueta, 1948), con Gloria Marín como la soldadera que era inspiración cantada en las fogatas nocturnas y las columnas de rebeldes a caballo. Se dice que la legítima Adelita era Adela Velarde Pérez (originaria de Ciudad Juárez, Chihuahua), una mujer que apoyaba en comidas y curaciones a los soldados de la división villista. En 1914 ayudó a curar al soldado Antonio del Río Armenta, quien creó la famosa canción. Se volvió una figura de admiración y recibió incluso condecoraciones de guerra. Su imagen de mujer humilde con falda larga, rebozo y carrilleras cruzadas, popularizaría la visión de las mujeres en la bola como Adelitas. Alma Rosa Aguirre sería otra Adelita en Cuando ¡viva Villa…! Es la muerte (1960), parte del serial que dirigió Ismael Rodríguez con Pedro Armendáriz como Villa.

Otra mujer fuerte, más soldado que soldadera, fue María Félix en La bandida (Roberto Rodríguez, 1963), viviendo difícil encrucijada amorosa para decidirse entre dos líderes rebeldes, del norte Roberto Herrera (Pedro Armendáriz) y del sur Epigmenio Gómez (Emilio Indio Fernández). Félix, Fernández y Armendáriz se habían reunido años antes para crear otro clásico con Revolución: Enamorada (1946), dirigida por El Indio. Con corrido (original de José Alfredo Jiménez) y otro reparto multiestelar se hizo La cucaracha (Ismael Rodríguez, 1959), buscando otra suerte de realismo de la guerra, mismo que alcanzó puntos notables en la cinta de Paul Leduc, México insurgente (1970), basado en el famoso relato de John Reed (con magistral interpretación de Claudio Obregón), periodista estadunidense metido en la guerra de México como cronista total. De temática similar sería la visión literaria que adaptó la novela de Carlos Fuentes Gringo viejo (Luis Puenzo, 1989), con Gregory Peck como el periodista Ambrose Bierce, otro de los personajes que creyó necesario vivir el conflicto mexicano para entender sus resortes.

Zapata y Villa siempre cabalgan

Entre las ideologías de lo que nos afirma y las ideas que se pretenden, se dice que hay una sola realidad inspiradora en el colectivo nacional: todos queremos a Zapata y Villa. Por eso no es casual que el cine les rinda culto perpetuo. Fue para la cinta Emiliano Zapata que estelarizó y produjo Antonio Aguilar y dirigió Felipe Cazals (1970) que se usó la primera cámara Panavision en México, en despliegue de producción inédito en nuestra industria y que tuvo complicaciones extremas de exhibición. Después de eso, el Caudillo del Sur ha pasado por diversas aproximaciones en el cine y la televisión, hasta llegar a la utopía sicotrópica chamánica Zapata: el sueño del héroe (Alfonso Arau, 2004), con Alejandro Fernández como Emiliano. En 1952, Marlon Brando interpretó a Zapata con dirección de Elia Kazan para Hollywood. El mejor del elenco fue Anthony Quinn como Eufemio, el implacable hermano de Emiliano. El coahuilense ganó el Óscar por ese trabajo.

Hay muchos acercamientos sobre el mito de Francisco Villa y por tanto se multiplican sus destacados intérpretes: Domingo Soler, José Elías Moreno, Pedro Armendáriz, Víctor Alcocer, Antonio Aguilar, Jesús Ochoa, Enoc Leaño, Eraclio Zepeda, Antonio Banderas, etcétera. Es el gran personaje de la Revolución, a quien Indiana Jones presume haber conocido en La calavera de cristal (Steven Spielberg, 2008). Villa tuvo convenio cinematográfico con la Mutual Film Corporation y permitió filmación de sus fuerzas en combate. Eso implicó hacer que la estrategia ajustara a planes de filmación. Fusilar con luz plena y no al amanecer; organizar la disposición de los flancos de guerra con espacio para la unidad operando el equipo de rodaje y otras cosas. Lo que pagó el cine sirvió para equipar a su División del Norte. Hubo una especie de romance con el caudillo tiempo antes de que Villa provocara la única invasión en la historia de Estados Unidos. Sobre el hecho, además de los datos duros de la historia, hay que leer la novela de Ignacio Solares Columbus.

Si bien hay muchísima bibliografía sobre el movimiento armado y sus personajes (el historiador Alejandro Rosas rescata al importantísimo y poco reconocido Felipe Ángeles), hay dos libros fundamentales para entender la importancia de la gran filmografía revolucionaria: La Revolución traicionada: dos ensayos sobre literatura, cine y censura, de Eduardo de la Vega Alfaro (UNAM, 2012), y La luz y la guerra: el cine de la Revolución Mexicana de Gerardo García Muñoz y Fernando Fabio Sánchez (Conaculta, 2010). Seguirá el curso interminable de la revolución como género propio, por momentos nostálgico, épico o romántico, y seguro sobrevivirá a los errores de su realidad, encontrando las victorias probables en la escena cinematográfica.