Opinión
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Nos sacamos la lotería
G

illes Deleuze –filósofo francés de la ‘‘diferencia” con Foucault y su alumno Derrida– nos alerta: en relación con la política mexicana que vive según don Everardo Elizondo entre una economía real y una imaginaria (Reforma, 29/7/19).

‘‘El hombre no sabe jugar, o bien se sumerge precipitadamente en un mal juego, juego en que no se afirma del todo el azar”. El carácter establecido de las reglas se fragmenta, no sabiendo qué fragmento va a desaparecer. El sistema del futuro, por el contrario, se considera un juego divino porque la regla no es prexistente, el juego versa sobre sus propias reglas; estando el azar firmado para cada vez y para todas las veces. En este juego de la diferencia y la repetición, guiado por el instinto de muerte.

Deleuze opina que nadie ha llegado más lejos que Borges, quien en Ficciones nos dice:‘‘Si la lotería es una intensificación del azar, una periódica infusión del caos en el que estamos, ¿no convendría que el azar interviniera en todas las etapas del sorteo y no en sólo una?, ¿no es irrisorio que el azar dicte la muerte de alguien, y que las circunstancias de esta muerte –la reserva, la publicidad, la postergación de una hora o de un siglo– no estén sujetos al azar…?

En realidad el número de sorteos es infinito, no hay decisión final, todos son ramificaciones. En todas las ficciones hay diversas alternativas, optamos por una eliminando las demás. ‘‘Creación de tiempos diversos que proliferan y se bifurcan incesantemente”. Esa incomprensión que aparece cuando la conciencia no es fuerte. Esa conciencia que para darse requiere de la razón. Esa razón que se da en el lenguaje. Ese lenguaje que propicia el diálogo que no permite las condiciones. Lo contrario da por resultado la incomprensión, en que las palabras se enroscan, se invaginan, se vacían de significado y sentido, se muerden entre sí volviéndose una madeja de víboras. O como dice mi amigo Antonio Juan Marcos: ‘‘Sin crecimiento económico no hay desarrollo…”