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El estante de lo insólito

Rius. Guerreando a-Dios gracias

“…Yo hice todo la lucha que me tocaba para tratar de que las cosas mejoren en esta especie de país llamado México. No voy a parar de hacerlo, marxista-masoquista que soy y he sido, y no tiro la toalla”.
Rius . Mis confusiones.

E

s difícil que algún dibujante se diga creador de monos horrorosos, pero en el contexto de inventar un estilo (luego de aprender copiando a los copiables), y después una historieta (y más después, varias) que fuera diferente, capaz de combinar con fortuna la veracidad informativa con la estructura académica impoluta (normalmente como cronología), con una postura personal crítica incontrovertible, con la mezcla técnica del collage con referencias estéticas múltiples y la inserción de dibujos propios, muchas veces trazados sobre la composición de la galera original, este creador revolucionó la forma de narrar cómics que también eran libros, que también eran principio mexicano de la crítica metida en aguas peligrosas: la política en las eras del todopoderoso partidazo, la religión con declaraciones heréticas, dictaduras, imperialismos, o comercios ventajosos del mercado mundial. Guerreó desde la razón que propone la forma más argumentada de defensa: el análisis de los hechos históricos. Pero si los temas eran serios, su forma de abordarlos fue clara, fue graciosa, fue relajo y albur, fue una sonrisa viva que con su estilo enseñó a leer a millones; nació en Zamora, Michoacán, y se llamó Eduardo del Río Rius.

El perfecto ateo

Autodefinido como Humorista gráfico, capaz de ser ilustrador, caricaturista, cartonista, o historietista, Rius comenzó en la revista Ja-Já, antes de llegar a Ovaciones, Siempre, y mucho más. Siendo editor o jefe de sección creó o dirigió suplementos, revistas (entre ellas las importantísimas La Garrapata y El Chamuco, aún vigente) y pudo cobijar a otros talentos notables que serían figuras clave como Helio Flores o Naranjo.

Llegó a afirmar: Se piensa o se tiene fe. De pueblo creyente y familia anhelando un hijo propio con sotana reverencial, las necesidades económicas concluyeron la fórmula para que su madre viuda, luchando por la supervivencia de tres retoños hambrientos (fueron cinco hermanos varones, pero dos murieron niños), hiciera que Eduardo parara primero en un internado con monjas y luego en un seminario para que pudiera continuar sus estudios. Pero el estudio de lo sagrado atrajo lo profano en su personalidad y naturaleza curiosa. Pronto contrastó historias, decires, y evangelios para concluir que aquello no era lo que se afirmaba. La etiqueta de inmoral, hereje y mala influencia, fue parte de lo que lo marcó su vida y más tarde su carrera como escritor y dibujante.

La realidad es que sus libros en esa materia son magistrales (incluso para los creyentes): Cristo de carne y hueso, Manual del Perfecto Ateo, La Biblia, esa linda tontería, Jesús Alias El Cristo, El mito guadalupano, La iglesia y otros cuentos, Herejes, ateos y malpensados, El supermercado de las sectas y ¿Sería Católico Jesucristo?, compendian lo que desde sus primeras revistas era ya un apostalado: humanidad sí, religión no. Los que besaban la cruz mientras le mentaban la madre, se dolían más cuando Rius afirmaba que si los creyentes en Cristo siguieran los pasos de su vida y predicaran menos, habría un mundo mejor.

Kemchs, como muchos otros caricaturistas mexicanos y latinoamericanos, afirmaba que había un antes y después de Rius. Es verdad. Lo de Rius fue un trabajo consistente de muchos años, pero también coherente para rectificar cualquier aseveración sobre la que tuviera otro punto de vista andado el tiempo. Fue así con Fidel Castro y el socialismo, sobre los que hizo rectificaciones importantes cuando llegó el momento de ver las cosas con otro enfoque (de escribir Cuba Libre a Lástima de Cuba). Dudó de los sistemas como de las doctrinas absolutistas y las religiones. Fue el perfecto ateo, sin Dios alguno, y no hablamos sólo de capillas.

A los políticos ni quien les crea

Su personaje Gumaro Calzonzin en la revista Los Supermachos tiene discípulos a los que les explica qué pasa en el país. Su reseñas son consigna y abren discusión sobre muchos temas. Era Rius hablando de cómo iba la cosa en México desde su óptica. Decía que no se podía saber sólo con leer los datos. Había que vivir. Ahí tenía ventaja sobre muchos críticos, porque lo que descobijaba a los dirigentes era que votaban leyes que no habían sufrido y precios que nos les dolía pagar. Calzonzin (visto en el cine en la versión de Alfonso Arau Calzonzin Inspector -1974-, aunque no le gustó a Rius) ve lo evidente, pero ante los desinformados lucen como revelaciones de un iluminado: todo está corrompido y se necesita mucho más que diploma y corbata para andar el mundo con calidad y dignidad sin que la mancha enturbiadora (en los negocios, los dogmas, los hábitos, los consumos…) no sólo alcance nuestro plumaje, sino que termine con él. Seguirían Los Agachados con el mismo tono.

Foto
Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

Para un michoacano que jugaba con indígenas siendo rubio de ojo azul, que comió en comedores gratuitos con otros chamacos de vientres vacíos en colonias populares de la capital del país, que jugaba entre comercios informales, prostitutas, habladores, vendedores, y que recibía cuando se podía dos centavos de domingo para ver proyectado a Chaplin y Buster Keaton, la vida siempre fue colorida, para reírse, para gozar, pero también para entender que es mucho más compleja y no se contenía en los informes habituales de la publicidad, el periodismo rutinario, o la familia de la televisión.

El artista centraba el objetivo y le pegaba como piñata. Así lo hizo también en otros temas que le apasionaban de siempre o surgían al paso de su evolución como prolífico escritor y dibujante en sus más de 80 años de trayectoria. De pronto se metía al ruedo y hacía Toros sí toreros, no, o paraba con firmeza para atorarle a los tabúes sexuales ( De aborto, sexo y otros pecados; o El amor en l os tiempos del SIDA), como la impronta de quien se masturbaba en el seminario dudando de los beneficios santos de la castidad.

Los principiantes y Comer o no comer

Rius se hizo vegetariano y, con el mismo denuedo que se oponía a las sotanas y los santones, pergeñó libros para hacerse experto en nutrición y cartas cabales de menús que no atentaran contra el organismo humano, donde estaba el deseo de salud plena y afán por alargar su ineludible destino de despojo orgánico. Hizo La panza es primero, La droga que refresca (sobre Coca-Cola), La basura que comemos, Cómo dejar de comer, El cocinero vegetariano y Comer tiene su chiste.

Igualmente se convirtió en un iniciador profesional para que los lectores supieran sobre distintas cosas, y esos documentos llevaron la denominación para principiantes. Y así lo hizo sobre figuras cruciales: Marx para principiantes, Lenin para principiantes; o sobre materias específicas como Filosofía para principiantes, Nicaragua para principiantes; y las variaciones que vinieron después, sin la leyenda pero bajo el mismo principio, como Hitler para masoquistas, o La Trukulenta historia del capitalismo. su primer ensayo biográfico se llamó Rius para principiantes, que sería engordado y rehecho (mejor) para su biografía total Rius. Mis confusiones. Memorias desmemoriadas; donde pasa del bosquejo de su infancia con nodriza indígena, migración a la capital, descobijo y centavo escaso; al dibujo a lápiz de una juventud con trabajos de cantinero, vendedor de jabones, asistente de oficina (office boy compra chescos), convirtiéndose en lector y dibujante en desarrollo mientras cubría horarios de muerte laborando en una funeraria; hasta el entintado transformador de sus libros, sus premios (entre otros el Grand Prix de Montreal; de particular prestigio en su gremio), su aportación indiscutible para que muchos empezaran a leer con temas que no contenían las fábulas tradicionales de los cómics en las esquinas, y hasta hizo comedia de los maestros como Doré, poniendo diálogos y frases chuscas en sus imágenes inmortales.

Aguantar los trancazos

Colegas como Abel Quezada o intelectuales como Renato Leduc, le dijeron desde muy joven que no había medianías, o estaba con el poder o con los jodidos porque eso marcaría su trabajo. Entonces Rius decidió estar con los nacidos para perder. Eso lo emparentó con artistas de la clase y talla de sus amigos y colegas Helio Flores, Naranjo, Helguera, Rafael Barajas, El Fisgón, y escritores como Carlos Monsiváis, . Haciendo pleito contra poderosos de la dirigencia y el comercio, entendiendo el racismo del país como Güero de rancho, ojo azul, criado entre indios michoacanos y batallando para que no le vendieran a precio de gringo en los destinos turísticos de México, Rius tenía una visión muy amplia de las cosas para fijar una posición en cada tema.

Como constancia y por no dejar, Rius se fue dejando otro libro (2017) como recto de derecha: Los presidentes dan pena. Un paso de lista por las personalidades, personajes, legados, secretos siniestros y discursos ganadores de todos los presidentes de México, incluyendo gobernantes prehispánicos y liderazgos coloniales. Una especie de conclusión segmentada de sus líderes históricos, de lo que para él siempre fue la obra inconclusa del país, ni independiente ( Ni independencia ni revolución), ni libre ( La interminable conquista de México), ni con la transformación exitosa de sus muchas revueltas y muertos ( La revolucioncita mexicana); menos aún como nación heredera y continuadora de una formación vanguardista y magistral ( El Fracaso de la Educación en México, La reforma dizque educativa). Este maestro dejó más de 100 libros, hasta para jugar dominó.