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Instalan más oficinas de población

La política de asilo de Trump trastorna ciudades fronterizas

Grupos de migrantes se hacinan en las cercanías a módulos de migración// Los ciudadanos locales padecen retrasos para ir de compras, al trabajo y escuela

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▲ En Tapachula, Chiapas, dos mujeres migrantes gritan exigiendo mejores condiciones en un centro de detención, después de la fuga masiva de la estación migratoria la noche del jueves.Foto Ap
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Periódico La Jornada
Sábado 27 de abril de 2019, p. 12

Ciudad Juárez, Chih., En la sala más grande del Centro de Atención Integral al Migrantes (CAIM), a unos pasos de la frontera, aguardan dos familias venezolanas, un grupo de ciudadanos de Uganda y varios cubanos. Es lo único que se puede hacer, esperar, preguntar alguna cosa sin importancia, comentar con el vecino cuál es el número del día, aunque todos lo sepan por el letrero a la entrada.

En eso están, en la espera interminable, cuando ven ingresar a un grupo de hombres chaparritos y uniformados con sudaderas oscuras. Su aspecto abatido y sus ropas contrastan con los zapatos tenis coloridos, las sonrisas sanas y los teléfonos de los cubanos.

Deportados connacionales

Los recién llegados son mexicanos y los acaban de deportar. Son parte de los mil 800 repatriados que Juárez recibe cada mes (mil 300 el mes pasado). Varios de ellos pasaron un par de meses en las cárceles de Trump. Cada uno carga un sobre amarillo con sus documentos y algunas pertenencias.

Uno de los recién llegados es Chalino de los Santos, muchacho de aspecto frágil que habla español con dificultades. Dice que es de Ometepec, aunque tras unos minutos de conversación describe más bien una pequeña comunidad de La Montaña.

A Chalino y sus compañeros les ofrecen teléfonos por si quieren llamar a sus familias y, luego de un rato, un funcionario los conduce a la calle y les indica cómo llegar a la sucursal más cercana de Elektra, donde varios de ellos recibirán dinero para pagar los pasajes a sus lugares de origen.

–¿Lo volverá a intentar, Chalino?

–No, ya me voy a mi tierra.

En la sede del CAIM hay módulos del INE, del Consejo de la Judicatura, del Bansefi, del Seguro Popular, de la SEP y de una ONG de derechos humanos, pero su personal tiene poco trabajo porque la mayoría de los que acuden no tiene derecho a los beneficios destinados a los deportados mexicanos.

Este año, la cifra de mexicanos deportados ha pasado, según las cuentas oficiales mexicanas, de mil 300 a mil 800 por mes.

Ciudad Juárez no ha recibido ninguna de las caravanas procedentes de Centroamérica, lo que no significa que no lleguen migrantes de esa región. Arriban en busca de asilo pequeños grupos de centroamericanos, otros aún más reducidos de africanos, algunos venezolanos y, con escasas posibilidades de éxito, mexicanos.

Uno de ellos es Rosenberg Díaz, nacido en La Grandeza, Chiapas. Su historia, contada aquí de manera apretada, es simple: Un hondureño mató a mi primo, que era policía municipal en Tapachula, y como yo vivía con mi familiar tuve miedo de que viniera por mí. Acompañado de su esposa y su pequeña hija, el joven de 22 años ha esperado casi dos meses turno para presentar su solicitud de asilo.

Los funcionarios de los tres niveles de gobierno son informados por los estadunidenses de cuántas personas recibirán en cada turno y deciden quiénes cruzarán el puente. La información la recibe la delegación del Instituto Nacional de Migración, que envía a elementos del Grupo Beta (la cara buena de la migra mexicana).

Dos veces al día, los funcionarios de los tres gobiernos informan cuántos de los migrantes ahí reunidos serán recibidos y dan lectura a los números de los afortunados.

La presencia de los extranjeros en las cercanías de los puentes, en los refugios y en las calles es novedad pese a que Juárez es una ciudad de migrantes. Lo más notorios son, claro, los cubanos.

El problema es que muchos los culpan de provocar que el gobierno de Estados Unidos endurezca las revisiones en los puentes y que los tiempos para cruzar al otro lado se hayan duplicado e incluso triplicado según la hora del día.

Triplican tiempo de viaje para ir a Texas

Muchos residentes en esta ciudad trabajan o estudian del otro lado (los que tienen ciudadanía o al menos residencia) y ahora deben levantarse dos o tres horas antes para llegar a sus trabajos o sus escuelas.

Incluso aquellos que sólo cruzan a hacer compras se han visto en dificultades. Yo voy a echar gasolina por las noches. Antes de esto tardaba 15 o 20 minutos en cruzar y ahora tardo 40 minutos, dice un ama de casa. Los tiempos de cruce se han incrementado, pero no porque los migrantes estén en los puentes poniendo cuerpo para exigir ser admitidos en EU, sino porque el gobierno de Donald Trump decidió retirar a 750 empleados de las garitas y ha ordenado, según testimonios de juarenses, que el resto de los funcionarios practiquen el tortuguismo.

La situación perjudica a todos. A los migrantes que llevan dos meses esperando ser llamados, a los juarenses que deben hacer filas interminables y a los habitantes de El Paso, Texas, una ciudad que depende de nosotros, como dice un juarense en referencia a los comercios del otro lado que viven de los compradores mexicanos.

El único beneficiado en esta historia, sostiene Santiago González, visitador de la Comisión de Derechos Humanos estatal, es Donald Trump, que estrangulando la frontera le echa leña a su retórica contra la supuesta invasión de migrantes. El fuego electoral se lleva entre las patas a la frontera.