Opinión
Ver día anteriorMartes 18 de diciembre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El ministro presidente
E

n los primeros minutos ¿lo esperaba, lo sentía? Avanzó con hechos y cifras, y con el cuerpo erguido; pero hacia el minuto 45 emergió lo inesperado: los tropiezos de lectura: las consonantes oclusivas se volvían líquidas o fricativas, algunas vocales se extraviaban, el informe huía de su control; un movimiento involuntario de la mano derecha, muy por encima de su cabeza, hubo de ser corregido buscando acomodar unos lentes que estaban en su sitio; el tórax se inclinaba hacia la derecha y la cabeza hacia la izquierda como una vela de sebo que vencida por el calor inclina irremediablemente su pabilo; el atuendo se descomponía, una punta del cuello de la camisa escapaba fuera del chaleco, el vértigo amenazaba con trocarse en un vahído, la ansiedad lo asaltaba y los resoplidos iniciaron: estaba muy cerca de hacer su reclamo más potente, pero la voz fracasaba y acaso las rodillas cedían; hizo el esfuerzo de erguir nuevamente la testa, sonrió apenas, y alcanzó a decir débilmente: la impartición de justicia debe ser una práctica cotidiana de virtudes y, en consecuencia, para el ejercicio digno de nuestra profesión, lo primero a defender es nuestra independencia real y absoluta...

El ministro presidente Aguilar Morales hubo ahí de detenerse, pidió unos minutos y trastabillando solicitó sentarse para reponer el aliento. Pasaron largos cuatro minutos en medio de un desconcierto apenas educadamente ocultado. Las cámaras transmisoras paneaban hacia los asistentes, alejándose así del ministro presidente. Por fin recuperó el aliento y algo de su orgullo volátil, e incorporando apenas un decibel más a la voz, reiteró su reclamo. Pronunciarlo frente al Presidente de la República le había costado un extremo desgaste.

Proclamar su independencia absoluta, sin mayores explicaciones, es atentar contra los fundamentos del Estado. Por décadas vivimos un presidencialismo exacerbado: el poder de los poderes. Aunque nunca fue un poder absoluto: siempre estuvo acotado por las fuerzas efectivas de su partido y por los poderes fácticos. Con todo, era un enorme poder otorgado por el statu quo, en beneficio del conjunto de la élite. Un poder, cada vez más, para atiborrarse de dineros.

Con el advenimiento del pluralismo político, el paisaje político cambió. Pero, en realidad, la conformación del poder político del panpriísmo y sus acólitos, continuó cediendo la batuta mayor al presidente de turno y, de ese modo, todo prosiguió funcionando para la mayor gloria del mismo statu quo.

Durante el tiempo panprísta el Poder Judicial operó bajo la batuta del presidente de turno sin ningún problema: el poder político no tenía mayores fisuras; todo para los vencedores, la élite cada vez más enriquecida. ¿División de poderes? ¡Claro! El Poder Judicial tomaría con autonomía sus decisiones. Pero ¿servía ese poder a la sociedad como conjunto? No, claro que no: ha servido a la élite; no a los excluidos. El Poder Judicial con frecuencia terrible ha operado en contra de los de abajo. Todos lo saben.

Hoy el poder político cambió, y el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo buscan un cambio de régimen: no es extraño que un Poder Judicial que no se constituye por la vía del sufragio, y que ha sido parte de un régimen al servicio de la élite, esté en radical discordancia con quienes buscan ese cambio. Y todo ha empezado por ese pétreo leitmotiv tan caro al funcionamiento del Poder Judicial: la plata. Por eso hoy reclama independencia absoluta.

El Poder Judicial se ha refocilado en su autonomía respecto a la sociedad: poco ha tenido que ver con ella. Pero hoy no puede continuar ignorando, porque es parte integrante del Estado, que el ingreso nacional es uno cada año: entre mayor sea la parte que absorba la élite, menor será la percibida por los de abajo. Lo mismo ocurre con el presupuesto.

Independencia absoluta, por tanto, no; sería insania pura. La división de poderes está basada en la necesidad de que existan (Locke y Montesquieu, dixit) contrapesos y equilibrios entre los poderes. Para hacer posible esos contrapesos y equilibrios es menester la operación de mecanismos de control entre ellos. Ninguno de los poderes puede tener independencia absoluta respecto de los otros dos. La sociedad condensa su propio poder en el Estado, diviendo las funciones en tres poderes al servicio de la sociedad misma. Cuando un poder ejerce sus funciones principalmente para beneficio de sus operadores, ese poder se vuelve ilegítimo: ha llegado el momento de enderezar sus rumbos.

Leyes al margen de la justicia social, deben ser objeto de derogación en lo que corresponda o de abrogación si son de plano inservibles al objetivo de justicia social. La justicia fiscal debe nivelar la escandalosa desigualdad. Las prácticas corruptas deben ser extinguidas.

Es increíble que los señores ministros reciban un ingreso ubicado sólo ligeramente por debajo del asignado al presidente de Estados Unidos. Es increíble, en este país repleto de parias.

Los privilegios deben morir.