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El 68 a medio siglo

Violación a la autonomía

El Ejército invadió Ciudad Universitaria como si fuera un territorio enemigo
Foto
▲ Detención de estudiantes tras la toma de Ciudad Universitaria.
Foto Colección de Manuel Gutiérrez Paredes, Archivo Histórico de la UNAM, Cód. Ref. MGP3101
 
Periódico La Jornada
Martes 18 de septiembre de 2018, p. 12

La ocupación de Ciudad Universitaria (CU) por el Ejército marca un nuevo punto de quiebre en el movimiento estudiantil. El 18 de septiembre de 1968 ocurre la más grave violación a la autonomía universitaria en sus 49 años de historia, cuando tropas federales invaden el campus como territorio enemigo. Diez mil soldados llenan por distintos puntos los alrededores en tanques ligeros, carros de asalto y vehículos para el traslado de tropa. En el lugar, donde hay intensa actividad, se desata la corredera. Son las ocho o nueve de la noche. El Ejército dirá haber detenido a mil 500 personas. La oficina de Luis Echeverría Álvarez, secretario de Gobernación, argumenta que las instalaciones universitarias habían sido ocupadas ilegalmente... mediante actos francamente antisociales y posiblemente delictuosos.

Los días previos estuvieron cargados de inquietud y agitación íntima y colectiva de los estudiantes y, cada vez más, de sus familias, amistades y vecinos. El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz intenta poner a los padres contra el movimiento, como parte de su campaña de miedo. Pero la gente se crece. El abanico social es amplio, con aquello de que la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) era de clase media y el Instituto Politécnico Nacional (IPN) proletario. Se vale ser esquemático en esto: por años, el tema resonaría en el debate interminable de los sesentayocheros. Buena parte de la población capitalina estaba atravesada por la lucha de los estudiantes y la creciente violencia del gobierno, minimizada por los medios, como si pudieran tapar el sol con un dedo.

La sobrecogedora Manifestación del Silencio del día 13, con sus 250 mil personas, se hizo escuchar más de lo que el gobierno hubiese querido. Como pretexto para actuar, aprovecha la presunta violación a las fiestas patrias con El Grito dado en el Poli y en las escuelas de la UNAM la noche del 15. Heberto Castillo, maestro de la Facultad de Ingeniería, lo emite en CU. El 17 de septiembre se suceden ataques coordinados de porros y grupos de choque en preparatorias, escuelas y facultades. Un joven es herido de bala. El Ejército, al desalojar a estudiantes, padres de familia, profesores y empleados universitarios busca cabecillas, entre ellos, a Heberto Castillo. La policía lo espera en su casa. Se esconde con la ayuda del general Lázaro Cárdenas.

En su recuento de esos días, el escritor Francisco Pérez Arce narra con agilidad los acontecimientos: Una hilera larga de tanques y camiones entró por avenida Universidad. Iban a gran velocidad. Minutos antes había llegado la noticia: el Ejército estaba alineado en las calles aledañas. Muchas veces antes había habido ese tipo de rumores. Generalmente se ignoraban. Esta vez eran demasiadas voces de alarma. La invasión estaba en marcha. Había gran actividad en escuelas y facultades. En Medicina sesionaba el Consejo Nacional de Huelga (CNH). En Ciencias Políticas había una reunión de maestros y padres de familia. Asamblea también en Arquitectura. Voces de alarma se oían ya por todas partes. El Ejército está en la puerta. Hubo movimientos nerviosos, se disolvían las asambleas, la gente empezaba a salir a la carrera. Había sobre todo desconcierto. Algunos estudiantes se brincaban la barda que separa CU de la colonia Copilco; barda de dos metros y medio de altura (Caramba y zamba la cosa: el 68 vuelto a contar. Editorial Ítaca, 2017).

Larga noche

Esa noche el Ejército sube en una veintena de camiones a los detenidos, que según otras fuentes no pasaban de mil. La descalificación institucional contra los universitarios se vuelve marejada. El presidente de la Gran Comisión de la Cámara de Diputados, Luis M. Farías, indica a la UNAM que, en vista de que no le fue posible por sus propios medios restablecer el orden, agradezca la medida adoptada por el gobierno y solicite la devolución del campus para destinarlos (los edificios) a los fines para los que fueron creados: la enseñanza y la investigación. La cronología del libro Pensar el 68 (Cal y Arena, 1988) puntualiza que los congresistas culpan al rector Javier Barros Sierra por su incapacidad para detener el conflicto. Éste declara que la ocupación es un acto excesivo de fuerza que la universidad no merecía. El diputado priísta Octavio Hernández acusa: Por lo que hace a su pasividad tiene, a mi modo de ver, mucho de criminal, y por lo que hace a sus actos, matices de delito.

Como recordó hace 10 años Gustavo García en La Jornada (18/9/2008), el tristemente célebre libro blanco de la Procuraduría General de la República argumentaría: “El ‘poder estudiantil’ había violado francamente la autonomía universitaria y la respetabilidad de las escuelas técnicas… tenía convertidos los planteles en enclaves territoriales, en cuarteles generales de sedición desde los que partían cientos de miles de volantes excitando al pueblo a rebelarse contra el gobierno, y también punto de partida de las ‘brigadas políticas’ que pugnaban por extender el conflicto a la órbita nacional”.

Los provocadores y extremistas del CNH, se sentían dueños de la universidad, amparados en su autonomía, que en realidad estaban pisoteando desde mucho tiempo atrás y el gobierno, tras casi dos meses de espera paciente y de tolerancia a injurias y a actos sediciosos... recuperó la Ciudad Universitaria “de manos del ‘poder estudiantil’, en una operación rápida e incruenta”. Los detenidos fueron llevados a la explanada de CU, donde los soldados arriaron la bandera a media asta, desde que el rector la colocó allí el 29 de julio.

La leyenda de Alcira

Terrible es a veces la justicia poética. El mismo 18 de septiembre fallece en la ciudad de México el poeta republicano español León Felipe, al tiempo que la poeta uruguaya Alcira Soust, habitante de Filosofía y Letras, amiga suya y de José Revueltas, enteramente entregada al movimiento, ante la invasión de los soldados, en vez de huir se encierra en el baño de mujeres, en el mismo octavo piso de la Torre de Humanidades donde Revueltas tuvo un cubículo durante la huelga. El día 30, al ser liberada CU, Revueltas anotará en sus cuadernos que la maravillosa, hermosa, bella y pura, noble, terrenal, amada, entrañable, nada de este mundo Alcira, fue encontrada después de 12 días escondida y a punto de morir de hambre.

Y da origen a la leyenda: “Cuando entró la tropa, fue recibida con la voz de León Felipe que recitaba con toda la potencia de ‘radio humanidades’, como se bautizó al micrófono con el que se transmitían música sinfónica y mensajes revolucionarios desde el octavo piso. Era Alcira que de este modo recibía a los invasores. Cada quien se salvó como pudo y muchos más cayeron presos. Todos pensábamos que Alcira habría sido presa y, ante el silencio de los periódicos, algunos supusimos que estaría en libertad, pero había perdido el contacto. La noticia nos consternó. (Rubén) Bonifaz Nuño la descubrió en los baños y enseguida fue hospitalizada en vista de la espantosa debilidad en que estaba” (México 68: Juventud y revolución, Ediciones Era, 1978). Con el tiempo, Roberto Bolaño alimentaría la leyenda en sus novelas Amuleto y Los detectives salvajes.