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Ver día anteriorJueves 11 de agosto de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿A cualquiera le puede pasar?
L

a campaña presidencial que actualmente se desarrolla en Estados Unidos es una prueba de que la democracia es un régimen que puede llevar al poder a los mejores, pero también a los peores, y que la riqueza no es garantía contra la demagogia. Quién hubiera pensado que la Casa Blanca, sede de la presidencia del país más poderoso y más avanzado del mundo, está al alcance de un candidato como Donald Trump, cuyos rasgos de carácter, actitudes y discurso evocan más al brutal dictador de Uganda Idi Amín Dada, quien torturó a ese país entre 1971 y 1979, que al gobernante ideal de una democracia que se precia de ser un modelo universal. O sea que ¿a cualquiera le puede pasar, cualquier país rico o pobre puede ser presa de un demagogo? Recuerdo que cuando hace años vi el documental francés sobre Idi Amín me deprimió horriblemente pensar que en todo político ambicioso había algo de este personaje. Ahora me inquieta que ninguna forma de gobierno es una protección garantizada contra los Idi Amín de este mundo.

Este martes, la prensa estadunidense dio a conocer una declaración firmada por cincuenta personalidades que han ocupado puestos de primera línea en la política exterior de Estados Unidos, en administraciones de presidentes republicanos, desde Ronald Reagan hasta George W. Bush. Estos abajo firmantes son bastante inusitados como tales. Más bien se trata de funcionarios que rara vez firman manifiestos, mucho menos de cajón y a ciegas. Todos han tenido responsabilidades en temas complejos de la política exterior de su país. La gran mayoría ha pertenecido al Consejo Nacional de Seguridad, o ha trabajado con los presidentes o con sus asesores más cercanos en periodos de guerra y en otros momentos críticos. Firman, entre otros, Michael Chertoff, que fue secretario de Seguridad Interior; Michael Hayden, antiguo director de la CIA; Carla Hills, negociadora de acuerdos comerciales internacionales; James Langdon, antiguo presidente del Consejo Asesor en Inteligencia en el Exterior; Tom Ridge, también de Seguridad Interior; John Negroponte, antiguo director de la CIA y secretario auxiliar de Estado, y Robert Zoellick, negociador de acuerdos comerciales y secretario auxiliar de Estado.

En su declaración anuncian que ninguno de ellos votará por Donald Trump, porque desde la perspectiva de política exterior no está calificado para ser presidente y jefe de las fuerzas armadas. Afirman que Donald Trump no tiene una sola de las cualidades que son críticas para que pueda asumir la responsabilidad de la política exterior de una superpotencia nuclear. Y lo describen en estos términos: No puede o no quiere separar la verdad de la falsedad. No tiene control sobre sí mismo y actúa impetuosamente. No tolera la crítica. Su comportamiento errático ha provocado alarma entre nuestros aliados más cercanos. Todas estas características son peligrosas para un comandante en jefe responsable del arsenal nuclear de Estados Unidos.

Este documento expresa con toda claridad las inquietudes que el candidato republicano ha despertado incluso en las filas de su propio partido. Todos los demás estamos obligados a mirar solamente cómo los americanos lastiman a América, parafraseando una cita del presidente Eisenhower, Sólo los americanos pueden lastimar a América, que sirve de epígrafe a uno de los capítulos del libro de Érika Pani, Historia de Estados Unidos de América, que acaba de publicar El Colegio de México en su muy exitosa colección de Historias Mínimas.

Pocas veces la publicación de un libro ha sido tan pertinente. Este es el momento de leerlo para empezar a entender lo que está ocurriendo en el país más rico del mundo, el más poderoso en términos militares; el país de la innovación científica, de la investigación de punta en cualquier materia, de la inagotable creatividad artística. Ese país, que es también una gran potencia cultural, tiene como candidato fuerte a la presidencia a un individuo que ha mostrado impúdicamente su ignorancia, incluso se pavonea de ella, de su desprecio por el conocimiento, de su primitivismo. Su éxito es prueba de que todas esas características son bien vistas por una proporción importante del electorado estadunidense, si no es que se identifica con ellas. Por eso asusta más.

Mucho se dice que Estados Unidos es un país sin historia. Érika Pani muestra con gran desenvoltura hasta dónde este juicio es un lugar común, un cliché que sólo fomenta la ignorancia. En su libro recorre desde la fundación de las trece colonias hasta la elección de Barack Obama la trayectoria de este país impresionante, con un relato bien escrito, ilustrado y sugerente que no se limita a sumar acontecimientos, nombres ni fechas, sino que está guiado por una interpretación crítica que arroja luz sobre las características clave de esta superpotencia feroz, este gigante egoísta que a partir de finales del siglo XIX se abrió paso en un mundo en el que hoy, mal que bien, es dominante.

La Historia Mínima nos habla sobre todo de las transformaciones de una sociedad dinámica, en continuo movimiento, abierta al cambio, bien dispuesta a dejar atrás a quienes no lo estaban, como los estados esclavistas del sur, que se empeñaban en defender la peculiar institución. La esclavitud representaba un mundo, unas costumbres, unos valores arcaicos que no tenían cabida en el país industrial, diverso y acelerado que empujaban los estados del norte. Érika Pani nos sugiere que la historia está en el ascenso de Donald Trump, en la resistencia del sur al cambio, en su rencor contra quienes se lo impusieron en 1865, y que ahora de nuevo quieren sacudirse este lastre que deforma la democracia americana.