Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 5 de julio de 2015 Num: 1061

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Dos ficciones
Marco Antonio Campos

Tríptico de la infamia,
una coreografía
de sombras

Juan Manuel Roca

Irlanda, tierra de
santos y de sabios

Ánxela Romero-Astvaldsson

Los paisajes emocionales
de Gunther Gerzso

Germaine Gómez Haro

HAMBRE (una lectura
de la poesía de
Eduardo Lizalde)

María Baranda

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Ricardo Guzmán Wolffer
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Ricardo Guzmán Wolffer

Bechstein y la crueldad escondida

No es novedad hablar de los textos infantiles como escaparate indirecto de las inclinaciones oscuras de la humanidad. Sorprende ahora mirar cómo hace unas generaciones resultaba aceptable hablar de secuestros y esclavitud infantiles; quizá se debiera a que antes era tan excepcional que ni se planteaba con seriedad su incidencia en la vida real ni sus alcances en la psique de los menores. Más asombra cuando esos cuentos vienen de otros siglos o de otro lugar, especialmente por advertirse cómo se ha modificado la idea de qué es lo adecuado para los pequeños.

El alemán Ludwig Bechstein (1801- 1860) es una muestra de ello. Recuerda a Borges este bibliotecario recopilador de relatos regionales, tanto de viva voz como de textos, que pueden remontarse a la Edad Media. Como los Grimm, tenía la intención de recuperar la riqueza oral regional. Con una obra amplia, donde siempre hubo la influencia de las tradiciones orales, La competición mágica reúne varios cuentos en los que se insiste en encantos y metamorfosis, pero también en mensajes de una sociedad machista donde las mujeres debían adecuarse a los caprichos masculinos, por injustos o salvajes que fueran. A pesar de ello, las historias logran divertir, por sus inesperadas tramas y los sorprendentes finales. Las premisas centrales son: nada es lo que parece, y todo puede cambiar. También hay una suerte de enseñanzas en sus cuentos, pero apenas se advierten, visto lo fantástico. Se evita la metáfora y apenas hay censor que nos diga qué es lo correcto o no.

La fantasía puede ir desde las transformaciones hasta los seres inesperados. En “El convite de la cabeza de la ternera”, el menor de los hermanos, el maltratado por éstos, llega a una casa donde es atendido por un peculiar personaje que sabemos sufre un conjuro: una cabeza de ternera que habla desde una cuna y a la que luego le será cortado el cuerpo de lombriz que tiene, para volverse una princesa con quien se casará el joven. En “El viejo brujo y sus hijos”, como en “La competición mágica”, hay un mago malvado y un muchacho que lo combate con sus mismos métodos: se transforman en diversos animales y objetos hasta que el bueno se come al malo. Es peculiar el triunfo de la bondad si para ello debe equipararse a las mañas del maligno. Como si el medio justificara el fin. Hoy los textos infantiles son cuidadosos en el cómo y en el dónde: antes, no. Muestra de ello es “La joven y hermosa novia”, donde la citada novia es secuestrada y obligada a trabajar para una pandilla de ladrones; luego de años, ellos la dejan sola en la guarida. Al regresar y advertir el escape, cantan: “No se debe confiar en mujeres, no.” Como si el secuestro no justificara la huida, como si ella debiera haberse quedado a cuidar de los delincuentes. Si Bechstein pretendía llamar al humor, se comprenderá la dificultad de lograrlo dos siglos después, en un contexto donde la mención de la trata y el trabajo forzado es cosa delicada.

Otro ejemplo muy elocuente aparece en “Las 7 pieles”: el Conde maltrata y llama “víbora, culebra, anguila” y otras peores a su esposa por no poder tener hijos. Cuando consigue tener uno, resulta ser una víbora y no un niño. La mujer es segregada y luego de veinte años la culebra parida por la mujer le pide una esposa. Cuando llega la noche de bodas, el ofidio le pide a la mujer que se quite la ropa, a lo que ésta replica “tú primero”. Con este discutible método repetido siete veces, la serpiente va cambiando de piel hasta quedar en el príncipe que suponíamos presa de un embrujo. Sólo entonces el Conde recibe de vuelta a la mujer y la perdona. Salta a la vista el símbolo del número 7, entre muchos otros, como el del acabamiento cíclico y de su renovación: la serpiente (el mal) se va quitando las siete pieles hasta que nace el hombre (el bien), pero sólo gracias a que la mujer con la que se ha casado la víbora fue aconsejada por un ángel. Hasta ahí, todo bien: un texto místico, pero el cuento cierra con el perdón del Conde, quien maltrató y casi mató a la mujer. Y se plantea como si hubiera sido lo correcto que el Conde actuara así.

En “El matrimonio que vivía en una cochiquera” la pareja avariciosa, originalmente pobre, va pidiendo más y más hasta ser burgueses, nobles, reyes y, al final, desean ser Dios. Eso les acarrea el castigo de volver a la pocilga donde vivían cuando llegó el pájaro dorado que les concedió sus deseos: todo era viable, menos ser dioses, sacrílegos.

Un clásico que debe ser leído con detenimiento.