Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 5 de julio de 2015 Num: 1061

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Dos ficciones
Marco Antonio Campos

Tríptico de la infamia,
una coreografía
de sombras

Juan Manuel Roca

Irlanda, tierra de
santos y de sabios

Ánxela Romero-Astvaldsson

Los paisajes emocionales
de Gunther Gerzso

Germaine Gómez Haro

HAMBRE (una lectura
de la poesía de
Eduardo Lizalde)

María Baranda

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Ricardo Guzmán Wolffer
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

La lengua echa a volar

José Ángel Leyva


Monólogo del necio y Palma real,
Jorge Boccanera,
Arlequín,
México, 2014.

En el canon de la actual poesía argentina, la voz de Jorge Boccanera descuella por la contundencia de sus versos que van de la preocupación existencial a la observación histórica; una poesía pendular entre la intimidad y el paisaje, entre el canto y la revulsión de las formas, del nomadismo a la sedimentación de la memoria. La editorial Arlequín pone a circular esta publicación con dos libros del poeta, quien vivió su exilio en México y Costa Rica: Monólogo del necio, su más reciente poemario y Palma real, premio Casa de América de España en 2008.

Juan Gelman lo dijo mejor que nadie, refiriéndose a Boccanera: “Como la de todo innovador, sacude las palabras cansadas y la lengua echa a volar de nuevo.” Necedad significa, en América Latina, además de ignorancia, porfía, pero domina el sentido de terquedad como desdén por lo que se sabe y se pretende ignorar. Jorge Boccanera, en Monólogo del necio, confirma esta perspectiva. Nada de lo vivido desaparece ante el vértigo del cambio, ante el grito de rebeldía que parece reclamar lo emergente. El poeta lo dice sin ambages de cara a su poética: “Me toca resguardar/ la lengua en llamas de la sordomuda,/ el camino salvaje,/ las ollas donde hierve sus colores el bosque/ las cartas del exilio que te rompen la boca/ y el que maquilla espejos con estrellas de talco.”

El monólogo del poeta es dialógico, como dijera Machado. Boccanera descubre la renovación de su lenguaje en el ejercicio de la memoria. La poesía es una fuente que ignora mejores o peores tiempos, es la necia que revuelve el escritorio, retuerce el lenguaje para hacer visible lo que pasa de largo. “Cada quien, cada día, amansa su animal.” Un libro, una voz que no cesa de interrogar a la mano de fuego que le da de comer.

A diferencia de poemas emblemáticos en sus anteriores libros, en Monólogo del necio deja fluir imágenes sentenciosas que cortan la respiración para darle cauce a un discurso pausado y denso, a la vez que luminoso: la cruel paradoja de ganar terrenos con las causas perdidas, en su “vergüenza de haber sido”. No es ajeno, por supuesto, a discursos precedentes, son raíces del mismo tronco, porque a esta fronda de la poesía le brotan tantas hojas como raíces. Esa es su virtud, llegar a la madurez reclamando la novedad del principio: “No alimentes palabras como plantas carnívoras ni remiendes plegarias”, la tarea del poeta es “escribirlo como la bestia, corregirlo como la bella”. Monólogo de un hombre que arriba a una estación sin permitir que envejezcan el deseo y la búsqueda, sin dejar que la voz se apoltrone en sus laureles: “La mano que lleva un niño de la mano no retrocede nunca.”

Palma real es un canto a la memoria, un re-conocimiento de la humanidad en su individualidad colectiva. Boccanera aprieta la forma en el decir preciso; en la imagen arbórea está también la poesía, el poema, el poeta: “Desnuda/ la Palma Real trabaja para el viento.” Su residencia en Costa Rica, más que su estadía en el México florido y espinudo, fue el resorte que desplegó una sucesión de poemas envueltos en la verdura de la selva, por el llamado de una naturaleza feraz que tarde o temprano regresa sobre las ruinas de la civilización.

La exuberancia se torna signo de interrogación, sendero que se borra a los siguientes pasos, misterio del origen y destinos posibles. Selva de ruidos y criaturas, de hallazgos y extravíos. Lezama Lima es por asociación un Paradiso verbal, prosa tupida de imaginación que “asciende hasta el cuartito del desierto”. Personajes diversos aparecen como flores ante la mirada del botánico: Frida Kahlo, Copérnico, Burroughs, Nizim Hikmet, Pedro Garfias, Ana Frank, entre otros. Boccanera resuelve la sobreabundancia con trazos singulares y contundentes de una luminosa brevedad: “La prueba de que dios existe,/ es la selva,/ hecha a mano.// La prueba de que la mano existe,/ es la selva.// La prueba de que la selva existe,/es la ausencia de dios”.


Poemas como relámpagos tirados

Gustavo Ogarrio


Cofre de pájaro muerto,
Armando Salgado,
Ediciones de Punto de Partida/Dirección
de Literatura/UNAM,
México, 2014.

La poesía de Armando Salgado (Uruapan, 1985) ha peleado su derecho de palabra y de vida con una furia artística que reelabora los símbolos actuales de la deshumanización que vive tanto el país como Michoacán. Su punto de partida es la ciudad natal, Uruapan, que se multiplica en cicatrices y armaduras de metáforas; pero también la región y el país natales: desde ahí se abre en círculos concéntricos para apropiarse de toda la memoria y el dolor desde el cual se ve “el borde del precipicio”. Su libro Cofre de pájaro muerto es la culminación de un primer arco poético integrado por un breve pero vertiginoso pasado de, al menos, cinco libros de concentrada juventud. Armando Salgado ha obtenido con este libro el Premio Joaquín Xirau Icaza 2015 de poesía que convoca El Colegio de México.

Cofre de pájaro muerto es por momentos un féretro de maderas resquebrajadas, o un ave sin vida que vuela en busca de un árbol enraizado en la memoria de un bosque que ya sólo existe en las conversaciones de los padres y de los abuelos; “un sótano repleto de difuntos” desde el cual se nombra la experiencia propia como “relámpago tirado” que yace en una fuente. Llama la atención las temerarias asociaciones a las que convoca la poesía de Salgado: “los pájaros son piedra en el riñón y el canto es la orina que muerde nuestro aire”. Como si esta poesía le diera respiración de boca a boca a cierto surrealismo que sobrevive más como un legado secreto de las vanguardias que como un pilar firme de la tradición, como una bofetada contra cierto cultismo exasperante en jóvenes poetas que escriben como ancianos deformados por la solemnidad.

La poesía de Armando Salgado es “un fósforo cortado en soledad” y sus implicaciones políticas son doblemente sustantivas por desmarcarse de lo panfletario. Por ejemplo, su poemario dedica un apartado a la evocación de Cherán, comunidad indígena de Michoacán que el 15 de abril de 2011 se “levantó” en armas contra el crimen organizado pero también contra la corrupción de todos los gobiernos. Salgado se interna en la significación política de Cherán de manera indirecta, a través de una evocación familiar arbórea que carga de significado íntimo la violencia criminal y la despoja del doble crimen del olvido en un tono poético de infancia: “Papá, ¿dónde nacen los alfileres que anidan en los muertos? ¿Quizá en el remolino donde tristeza y polvo truenan balas para llevarse a los que no volveremos a ver?” “Tengo fantasmas en la cara. Son las personas que se fueron y que nunca volverán. No dejo de recordarlos y por eso están en mi cabeza… El tiro en los ojos. La camioneta destrozada. Un padre grabado en el lodo. Cherán. Bosque por brazos, vejiga por carreteras, cáncer por árboles. Las huellas se olvidan fácilmente si la herida del ojo está cerca. El olvido jamás se secará.”

Pero si bien la poesía de Salgado se suma a las respuestas artísticas y desgarradas ante la regionalización de la violencia criminal en México, que como ruleta rusa se deja seguir por las palabras que nunca la detendrán pero que sí la mirarán a los ojos dementes, también su obra es una persecución de poemas de otros que se dejan pintar los labios por una paráfrasis aguerrida, una apropiación que sale adelante gracias a que también es exégesis poética. Ya en el libro Estancia de ánimas (2013), Salgado perseguía como fantasmas propios a figuras y rastros de tinta, como Rimbaud, Baudelaire, Nerval, Verlaine, Horacio Quiroga, entre otros, o como en el poema  “PD / (Antonio Gamoneda deja de escribir”: “El poema. Exhausto de luz, lapidario de voz, canceroso, fósil. Veneno braceado en pulmones, aire enfermo.” En Cofre de pájaro muerto, esta puesta en poesía de lecturas se acompaña con epígrafes que abren el trazo y la gravedad poética de cada apartado, pero que también se da en confesiones como legados orales de cierta literatura infantil y juvenil: “Los libros de Barbara Fiore me gustan./ En voz alta los leo y los regreso al viento/ para que mis hijos puedan escucharlos al nacer.”

Los poemas de Armando Salgado son un guantazo de sílabas negras contra los estigmas generacionales que caen sobre los poetas y los jóvenes y los “perros” de luces metafóricas nacidos en los años ochenta del siglo XX: “Algunos describen esta generación/ y no hacen otra cosa que vernos como perros ciegos./ No conozco los límites del olfato/ pero intuyo que lejos de la calle/ la mierda de los otros canes sigue oliendo/ igual que nuestro excremento.”