Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 1 de febrero de 2015 Num: 1039

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Volcanes grises en el
Museo León Trotsky

Verónica Volkow

Una semblanza
de Silvio Zavala

Enrique Florescano

El brindis del proemio
Orlando Ortiz

Los últimos surrealistas
Lauri García Dueñas entrevista con Ludwing Zeller y Susana Wald

Juan Goytisolo
a la intemperie

Adolfo Castañón

Juan Goytisolo:
literatura nómada
a contracorriente

Xabier F. Coronado

El eterno retorno
del sol

Norma Ávila Jiménez

Un cuaderno de 1944
Takis Sinópoulos

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Miguel Ángel Quemain
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Twitter: @mquemain

Edgar Ceballos, una puesta en escena
de la escritura

Cómo escribir teatro, historia y reglas de dramaturgia (Escenología, 2013), de Edgar Ceballos, no es un libro de recetas fáciles que transformen a un aficionado a la escritura y al teatro en dramaturgo. Es una guía con muchos consejos, pero sobre todo una pauta de lectura que tiene como condición de la creación la comprensión del pasado artístico.

La primera regla de acuerdo con el orden formativo que propone Ceballos es conocer ampliamente la tradición, poder distinguir los recursos de la añeja dramaturgia que va de la tragedia griega, pasando por el drama satírico, la comedia, la tragedia y la comedia latinas, el drama litúrgico, la Commedia dell’Arte, el Renacimiento y barroco español, el romanticismo francés y la producción en medios digitales.

Según la transcripción de la nota que en su momento publicó Arturo Cruz en este diario a propósito de la presentación, hay algo de rechazo en lo que Ceballos equipara a una experiencia iniciática: “En la década de los años setenta, la enseñanza del teatro era algo esotérico. Los discípulos estaban sentados alrededor del gran chamán, alrededor de una fogata. El gurú hablaba de que el teatro era algo mágico, pero en realidad, como cualquier ciencia exacta, está constituido por fundamentos, leyes, que uno debe seguir para hacer una buena obra.”

Es una forma de devoción que el autodidacta profesa por la continuidad de un mundo que devela sus secretos gradualmente, aunque muchos de ellos puedan expresarse a través de la docencia, la investigación y la difusión cultural.  Ceballos es un hombre teatral y su curiosidad, uno de los motores iniciales de alguien capaz de formarse a sí mismo, se manifiesta en un proyecto de lector y editor que lo ha conducido a la creación dramática.

Ceballos no le teme a la obsesión de algunos realizadores que piensan que no se puede ser predicador ni crítico si no se han practicado los oficios que se comentan, lo cual es absolutamente falso puesto que la crítica es un arte que acompaña a las obras y vive entre ellas, en las líneas fronterizas del ensayo, posee alas y el análisis necesario de la evidencia metodológica que lo autoriza a la opinión, que es la materia de la que están hechos los juicios mediáticos sobre las producciones artísticas del género que sean.

Un trabajo como el que presenta Ceballos tiene antecedentes en El arte del drama, de Claudia Cecilia Alatorre, La composición dramática, de Virgilio Ariel Rivera, y el Manual de dramaturgia, de Tomás Urtusástegui, mucho más complejo que los dos anteriores aunque sin la riqueza del que presenta Ceballos, porque además de tratarse de una experiencia personal o de taller, recoge una serie de indagaciones que responden a la historia de los procedimientos de la retórica que funda lo teatral y le da sentido a la tradición, movilizando un análisis que de ordinario no se enfrenta como condición para crear.

Se trata de un trabajo propositivo para todos los que participan de lo teatral, que sabemos no sólo corresponde al mundo de la palabra, sino también al silencio como una melodía que proviene del ámbito plástico de lo escénico y que admite varias lecturas en términos de la imagen mental y de lo visual.

Para un crítico que no se dedique a la escritura de obras de ficción, este libro es una propuesta interesante porque además de ofrecer el ejercicio de desmontar, como lo hace la crítica que ofrece una visión desde varios miradores, propone una revisión del lenguaje conceptual, de ese glosario teatral que hace tan específica la manera de nombrar un mundo cuyos elementos y aspectos están sujetos a un devenir histórico que los modifica.

En el capítulo que Ceballos llama Abecé dramático, hay una serie de palabras nuevas que no son fatuas y que harían falta en diccionarios tan prestigiados como el de Patrick Pavis: flojedad, estancamiento, lógica, objeto mágico, sorpresa, lucha dramática, diferenciar, Calderón. A este apartado se suma otro capítulo donde acepta el desafío de explorar las estructuras de la comicidad y define el humor, la risa, el chiste, en la manera de concebir una obra dramática y de ofrecer una estrategia de actuación para la comedia.

El plato fuerte de esta edición es un despliegue de posibilidades arquitectónicas a lo largo de casi cincuenta páginas donde explora 36 situaciones dramáticas. Es un capítulo final para pensar la ficción desde posibilidades anecdóticas muy ricas y que nos muestra la amplitud de temas que nos tocan y modifican.