Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 28 de diciembre de 2014 Num: 1034

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Dos poemas inéditos
Nuno Júdice

La traducción poética
y Nuno Júdice

Blanca Luz Pulido

Una forma de atención
António Carlos Cortez

Nuno Júdice: un siglo
de poesía portuguesa

Luis María Marina

Notas sobre la poesía
de Nuno Júdice

Jenaro Talens

Ser la noche y el día
Luis García Montero

Leer

Columnas:
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Bemol Sostenido
Alonso Arreola
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Orlando Ortiz
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Orlando Ortiz

Más del Diario, de Carlos Edmundo de Ory

En una de las últimas anotaciones de su Diario, Carlos Edmundo de Ory escribió: “Me hallo en el trance de la constante investigación reajustándome a una nueva fuerza: la experiencia poética solitaria... Busco en la poesía, busco en mí; yo soy mi poesía.”

Esta afirmación explica en gran medida lo que él llamó, para su caso, el “introrrealismo”, estética que planteó en un manifiesto en el que sostuvo que la creación artística y, especialmente, poética, debía reflejar la realidad interna del hombre a partir de sus estados de conciencia. Buscaba, según decía, una “poesía de sensación pura” que no estaba muy lejos de los estados de locura o demencia racional.

En un aforismo se describió: “Loco de las dos piernas, el loco; loco de una sola pierna, el poeta.” Siguiendo la divisa socrática y platónica de que una vida no examinada no vale la pena vivirla, examinaba la suya con particular énfasis en lo desconocido, en lo misterioso que para él mismo estaba lleno de enigmas. “¡No hay nada tan terrible como el conocimiento!”, exclama en su diario, para luego añadir: “Asimismo, no hay nada tan terrible como la belleza. Pero no hay nada tan magnífico como el dolor.” En realidad, De Ory revaloraba así el motor esencial no sólo de la poesía sino de todo arte y toda creación. Los felices no necesitan transformar el mundo; puesto que son felices, nada los turba. Son los que sufren (y los inconformes) los que, movidos por el dolor, crean, transforman y en este transformar dan con la belleza. Todo lo bello, como creación cultural, surge del dolor. Citando a sus fuentes, De Ory nos recuerda que Esquilo decía: “Por el dolor se llega al conocimiento”, mientras que Beethoven decía lo propio:  “Por el dolor se llega a la alegría.”

Las lecturas de De Ory eran hasta cierto punto atípicas para el modelo de poeta tradicional que únicamente lee poesía o que, sobre todo, lee poesía. De Ory leía de todo y no poesía por encima de lo demás: novela, ensayo, cuento, filosofía, religiones, psicología y muchas otras materias y disciplinas, pues al poeta nada humano le es ajeno. Sus aforismos están llenos de una sabiduría implacable, tan implacable como la cita que hace del filósofo chino Mencio (el célebre confuciano): “El hombre difiere del animal sólo un poquito, y la mayoría de los hombres prescinde de este poquito.”

Carlos Edmundo de Ory es un poeta que todavía es necesario revalorar, aún más, lo mismo en España que en el amplio ámbito de la lengua española. Su poesía es diferente a la que en su momento se escribía en nuestro idioma, y sigue teniendo ese don de misterio en versos como los siguientes: “A ti la que me inspira obedezco y deseo/ a tu invisible huir y tu errante venir/ hacia la honda cuna del ritmo tú me llamas/ trayéndome la concha de la profundidad./ Son sin fin son sin fin los diluvios caídos/ corazones que a tiempo probaron su fragancia/ aquí están todavía las palabras perdidas/ y yo compongo un verso de saber y perdón.”

En su diario, el 27 de febrero de 1953, escribe, en París: “El fin de una vida sensible, demasiado sensible, tiene dos formas. O bien cae en la santidad. O bien cae en la locura. Y yo prefiero la locura.” Toda la poesía y todo el diario de De Ory parten de esta certeza: es más fácil ser santo que ser un buen poeta. Por ello son tan abundantes los malos poetas casi santos: buenísimas personas, pésimos poetas. En octubre de 1952 anota lo siguiente: “Escribo por no matarme y porque no soy feliz. Si fuera feliz y si no me asquease la vida no escribiría ni una sola línea.”

A contracorriente de la poesía de su tiempo, De Ory produjo una obra lírica marginal que aún hoy no se comprende del todo. Denostaba: “¡Ya huele mal la retórica en el mundo!” Y contra esa retórica se rebeló impacientemente a pesar de saber que “vivir no es escribir”, pero, al mismo tiempo, haciendo uso de su derecho a la contradicción, afirma: “Pero cuando escribo, vivo. O mejor: es entonces cuando de verdad vivo.”

Se sabía poeta y no sólo lo reivindicaba sino que lo ostentaba, pero no como una jerarquía sino como una condición y, quizá incluso, como una fatalidad. En cuanto al ego llegó a decir:  “El ego sólo está rodeado de basuras, de las más bajas basuras. El ego es odioso y maloliente. El ego es una mosca enviscada en la suciedad de las pasiones y del sensorio.” Se es poeta porque no se puede ser otra cosa.

Su certeza en relación con la vocación lírica sigue siendo indiscutible: “La poesía sale de la niñez. Somos poetas si hemos tenido infancia. El poeta no llega a descubrirse hasta que no deja lejos su infancia. El poeta escribe sus poemas cuando es hombre. (Sus verdaderos poemas.) El poeta verdadero amasa y forma su atmósfera con los materiales más olvidados de su vida; con materiales inolvidables.” De Ory lo supo, pero la verdad es que esto no lo saben muchísimos aspirantes a poetas.