Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 28 de diciembre de 2014 Num: 1034

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Dos poemas inéditos
Nuno Júdice

La traducción poética
y Nuno Júdice

Blanca Luz Pulido

Una forma de atención
António Carlos Cortez

Nuno Júdice: un siglo
de poesía portuguesa

Luis María Marina

Notas sobre la poesía
de Nuno Júdice

Jenaro Talens

Ser la noche y el día
Luis García Montero

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Hugo Gutiérrez Vega

Donald Duck, Pepe Carioca y Pancho Pistolas

Algunos de los maestros del Colegio Jesuita de la Guadalajara de los años cuarenta, tenían una genuina afición por el cine, que se veía limitada por las estrictas órdenes de carácter ético que dictaba el rector de la institución. El padre Quevedo era el encargado de elaborar el programa de cine, de alquilar las películas y de proyectarlas en una pequeña y siempre atiborrada sala. Le encantaban las comedias románticas y admiraba en secreto a Norma Shepare, a Myrna Loy, Gene Tierney y otras divas de Hollywood. Por órdenes del rector, cuando los actores besaban a las actrices (piense el lector en Dana Andrews y Gene Tierney) la mano del padre Quevedo debía tapar el proyector y se hacía la sombra total en la sala. Esta orden fue cancelada gracias a nuestra retorcida imaginación. Cada vez que había manota de Quevedo, a voz en cuello empezábamos a contar la duración del beso. Esto permitió al padre alegar que era peor dejar a nuestra imaginación lo que sucedía en la pantalla. A raíz de esta escaramuza contra la censura ya pudimos ver plácidamente los besos más largos, ya fueran de lengua o de tornillito. Los pobres españoles, bajo el dominio del militarismo rociado de agua bendita, la pasaban peor, pues veían todas las películas cortadas y toda clase de manos y manotas les tapaban el proyector. Me decía un primo que él siempre pensó que Rita Hayworth se desnudaba por completo en Gilda, pues la mano censora entraba en acción cuando empezaba a quitarse el guante de la mano izquierda.

El día en que entramos en guerra con las potencias del Eje, el general Ávila Camacho hizo un discurso inflamado de patriotismo y pidió a los mexicanos que fuéramos valientes y abnegados en la defensa de la democracia y de la libertad. El Consulado de Estados Unidos en Guadalajara nos llenó de películas y cortos de propaganda. Los personajes más populares de esas campañas publicitarias eran los tres monitos del panamericanismo: Donald Duck, de Estados Unidos, Pepe Carioca, el cotorro brasileño, y Pancho Pistolas, el gallito mexicano. Los tres luchaban juntos contra el Eje y los cortos terminaban con la huida de Hitler, el Duce e Hiroito y el canto de “América, América”. Debo confesar que, inspirados por el cine de Hollywood, nos sentíamos muy interesantes por haber entrado a la contienda mundial. Nuestra participación fue limitada (el Escuadrón 201 apenas entró en combate), mientras que la brasileña fue importante en la famosa batalla de Monte Cassino, que abrió los caminos de Italia a las tropas aliadas.

Una de mis películas predilectas fue To Be or Not To Be, de Lubitsch. Jack Benny hacía el papel del actor polaco Joseph Tura, director de una pequeña compañía especializada en obras de Shakespeare. Tura era famoso por su monólogo de Hamlet y el teatrito estaba casi siempre lleno. Se vino la guerra, los alemanes invadieron Polonia y los miembros de la compañía se escondieron o huyeron. Tura luchó en la resistencia y fue escogido para hacer un papel en el espionaje. Disfrazado de profesor polaco al servicio de los alemanes se entrevistó con el jefe de la Gestapo. Su disfraz le permitía averiguar si su nombre aún era popular en Polonia. Confirma con tristeza que ya nadie lo recuerda, salvo el jefe de la Gestapo. Es memorable la escena en la que Tura hace su pregunta clásica: ¿Recuerda usted al famaso actor polaco Joseph Tura? Por supuesto, responde Sig Ruhman, el torturador, y agrega: “Él le hizo a Shakespeare lo mismo que nosotros le estamos haciendo a Polonia.” Monsiváis, Pitol y yo, muchos años más tarde, perseguimos esta película por todos los cines de Londres.

Desfilábamos con fusiles de madera, cantábamos el himno del Colegio y el “vengo a decir adiós a los muchachos”, el apagón estratégico duraba dos horas, los sinarquistas conspiraban con los japoneses en la colonia que fundaron en Baja California que llevaba el nombre de María Auxiliadora y estaba muy cerca de la Bahía de Magdalena, lugar codiciado por la flota imperial; el general Cárdenas, secretario de la Defensa, despachaba en el viejo casino de Ensenada, el panamericanismo era visto con justificadas sospechas, pero nos emocionaba estar defendiendo la democracia y derrotando las potencia del Eje.

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