| 
 Portada 
Presentación 
Bazar de asombros 
      Hugo Gutiérrez Vega 
El alimento: la liga del 
  migrante con su origen 
  Felipe González 
Tamales cotidianos 
  y de fiesta 
  Daniel Becerra, Ruth Juárez 
  y Aleyda Aguirre   
  
Las alumbradas, una 
  tradición subvertida 
  por la violencia 
  José A. Campos 
Lo único que me pueden quitar es la vida 
  María Bravo 
  
Las panochas calentanas 
  Raquel Rodríguez Estrada 
Un guisandero apreciado 
Tierra Caliente: 
  identidad y arte culinario 
  Aleyda Aguirre Rodríguez 
Sangre de iguana 
  para vivir más años 
Las cifras de la guerra 
La danza de los viejitos: 
  resistencia y dignidad 
  Margarita Godínez 
Leer 
Columnas: 
        Galería 
		Ricardo Guzmán Wolffer 
        Jornada Virtual 
		Naief Yehya 
        Artes Visuales 
		Germaine Gómez Haro 
        Bemol Sostenido 
		Alonso Arreola 
        Paso a Retirarme 
        Ana García Bergua 
        Cabezalcubo 
		Jorge Moch 
        Jornada de Poesía 
        Juan Domingo Argüelles 
        Cinexcusas 
		Luis Tovar 
        
		  
   Directorio 
     Núm. anteriores 
        [email protected] 
          @JornadaSemanal 
          La Jornada Semanal  | 
    | 
  
    
	   
    
    
	La  danza de los viejitos: resistencia y dignidad 
	Margarita  Godínez 
	
  
     
      Fotografìas: gobierno del estado | 
   
 
	  La leyenda dice que los conquistadores españoles,  sedientos de apoderarse de los tesoros de Las Indias, entraron a saco al reino  purépecha y, al no encontrar el oro que esperaban, como les había sucedido  también en el Valle de México, se enfurecieron. 
	  Su ambición sin límite, sumada a la  experiencia que su cultura acumulaba a fuerza de torturas ejecutadas por la mal  llamada Santa Inquisición, cuya sola descripción horroriza, los decidió a  ejercer por medio de la violencia el derecho divino que, según ellos, la Corona  les confería. 
	  Así como torturaron en su momento a  Cuauhtémoc, regente de ese imperio que agonizó bajo las huellas de los  caballos, bajo el fuego de las armas y que languideció de viruela, así también  los españoles llevaron al tormento a los principales purépechas. 
	  Este pueblo,  como los muchos que conformaban nuestra antigua tierra mexicana, respetaba a  tal grado el saber y la experiencia de los ancianos, que era a ellos justamente  a quienes confiaba la conducción de los asuntos del reino. Los ancianos de  Mechuacán, violentados, compelidos de manera indigna a señalar las fuentes de  riqueza de los suyos, se negaron a entregar los tesoros del pueblo a aquellos  invasores. 
	  ¿Y qué puede hacer el fuerte, cuando el  débil se enfrenta con dignidad a su ambición? Acudir al origen de su  calificativo: la fuerza. Los ancianos, aquellos principales tan respetados,  fueron conducidos a la plaza pública y obligados a caminar sobre carbones ardientes.  Pero no confesaron, no cedieron. 
	  La danza de los viejitos es una  conmemoración, una representación simbólica de aquella tortura. Los bailarines,  ataviados como ancianos y todos ellos con bastones de mando que designan su  alta jerarquía, se mueven incesantemente y dan saltitos que a la concurrencia  poco informada les parecen torpes y risibles. Bajo esa mascarada bufa se  esconden los rasgos de la histórica resistencia de los pueblos; es una marca de  identidad y defensa, como otras que el ritual y la leyenda preservan en toda la  extensión de nuestro expoliado territorio. 
	  Llevada por el azar a pensar en ese  vestigio calificado hoy apenas como “cultura”, me pregunté: ¿es que a nadie  causa indignación el hecho de que ahora, tras más de quinientos años de  resistencia, se esté consumando la traición última de nuestros representantes  –éstos no tan honestos ni tan probos como aquellos ancianos–, que sin que medie  la fuerza y sin el menor pudor entregan las riquezas del pueblo? 
	  Habría que  preguntarse si una danza de la ignominia, un gran plantón de danzas de todos  los pueblos, efectuado a las puertas de la que debería ser la casa de todos los  mexicanos y no la guarida de quinientos ladrones, tendría algún efecto sobre  sus almas o conciencias sin escrúpulos. 
	  ¿Es que hoy nos parece imposible  e inabarcable la defensa? ¿Es que nos ha sido arrebatada la voluntad? Ocupados  en trabajar y consumir, en vivir o en sobrevivir, los compatriotas nos  despertamos cada día en una patria hecha jirones, mermada y saqueada por los  hambrientos de oro, nuevos conquistadores con una gran misión: expropiar los  sueños y las esperanzas de los que nada tienen ante la mirada atónita o  indiferente de los que cada vez tenemos menos. 
	    
	   |