jornada


letraese

Número 219
Jueves 2 de Octubre
de 2014



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate




Ana Laura Magis Weinberg*

Yo también me tomo selfies desnuda

Crecí con el desarrollo de las cámaras digitales: a los 14 años me tomaba fotos con la cámara familiar y tenía que acabarme el rollo para ver cómo había salido, y a los 17 ya ensayaba cuál era el mejor ángulo para tomarme una foto con la cámara digital. Un día, a los 18, en la soledad de mi cuarto, me vestí con mi mejor blusa, me maquillé, y me puse mis aretes preferidos. Era un viernes en la noche y con ayuda de la cámara donde inmediatamente podía ver los resultados empecé a fotografiarme.

Salgo sonriendo, con los ojos cerrados, mirando directo al lente o de lado. Muestro el escote y algunas miradas sugestivas, pero nada más. ¿Para quién eran las fotos? Simple y sencillamente, para mí.

A esa edad un amigo me dijo "prométeme que nunca te vas a poner minifalda". No sé por qué lo dijo, pero sé a qué se refería: con mi cuerpo que nada se parece al de las niñas flaquitas con las que crecí, con una cintura que nunca pudo aspirar a ser "la popular", o siquiera a tener novio en la escuela, no me podía vestir como se vestían las demás. Y aunque no sé qué lo inspiró ese día a decirme eso, sé muy bien de qué habla. Lo entendí entonces tan bien como lo entiendo ahora: mi cuerpo era, y sigue siendo, un objeto sobre el cual él podía opinar: yo no podía usar minifalda porque a él le daría asco. Y así crecí, habitando una imagen pautada por los demás: no me empecé a sentir fea hasta que los hombres a mi alrededor no me empezaron a decir que era fea.

Las fotos que me tomé ese 22 de septiembre (están marcadas con la fecha) de hace casi diez años fueron para mí el inicio de algo nuevo: me pude representar yo a mí. Pude encontrar qué me hacía ver y sentir atractiva. Me convertí a la vez en mi fotógrafa, mi directora de arte, mi modelo: tomé el control de cómo me quería ver y quería que me vieran. No lo sabía entonces, pero estaba participando en un acto revolucionario: desde hace miles de años las mujeres no tienen control sobre los medios de representación. Desde las venus prehistóricas, las mujeres siempre hemos sido retratadas por y para hombres, y no es sino con la tecnología de las cámaras personales que hemos llegado a la verdadera autorrepresentación: cualquiera se puede tomar una foto y decidir si borrarla o no. Es decir, por primera vez en la historia todos podemos ser el ojo que mira y el objeto, y eso nos da un poder de representación inusitado.

Usé esas fotos como tarjeta de presentación en Hi5 y messenger. Y por supuesto que el tono fue subiendo mientras las prendas se iban quedando atrás y los programas avanzaban: primero fueron las fotos con una cámara compartida, luego videos con la camarita de la computadora, y ahora es un popurrí de multimedia en el celular: las he compartido por correo electrónico, Facebook, WhatsApp y Skype. Mi despertar sexual va de la mano con el avance tecnológico de las cámaras, que cada vez se vuelven más íntimas y están más presentes.

El lunes 1 de septiembre, mientras veía Facebook me enteré del escándalo de las fotos filtradas de celebridades cuando leí en el muro de una amiga: "Por qué no deberías ver las fotos de Jennifer Lawrence desnuda", y en efecto no las había visto hasta que al día siguiente en la mañana abrí el periódico y en la sección de espectáculos: del tamaño de toda la plana, una J-Law en lencería me miraba sugestivamente. Ésa, que es la única foto que he visto, me conmovió. No eran las fotos clandestinas y tomadas con un telescopio de Catalina de Cambridge: fotos tomadas por un extraño con tecnología invasora de la privacidad y sin que la modelo se diera cuenta. La foto del periódico es una foto que ella misma se tomó. ¿Se la mandó a alguien? No lo sabemos. Pero les puedo asegurar que esa foto era, igual que las mías (que acabo de borrar de mi teléfono), para una sola persona: para ella misma. Quizá Jennifer Lawrence tiene más contratos con marcas de lujo que yo, pero en el fondo las dos necesitamos tomarnos selfies sugestivas por la misma razón: para dictar los términos en los que nos sentimos atractivas.

Mucho de lo que he leído al respecto de Jennifer Lawrence gira en torno al argumento de que ella es la culpable. No se discute que Lawrence ha sido la víctima de un robo, sino que nos encogemos de hombros y decimos "eso le pasa por tomarse fotos desnuda". El escritor Chuck Wendig tiene la mejor defensa que he leído, donde señala que el argumento recuerda peligrosamente a cómo acusamos a las víctimas de violaciones por vestirse de cierta manera o estar en cierto lugar. Él habla de robar pasteles y propinar puñetazos para señalar la falacia del argumento: los crímenes no son algo que merezcamos sólo por existir. Lo resume en un tuit: "*te golpeo hasta que quedas inconsciente* *te robo los zapatos* es tu culpa por usar zapatos".

Muchos culpan a Lawrence por haberse tomado fotos desnuda, sobre todo porque sus personajes en diversas películas la han hecho popular entre niñas y adolescentes. "Es su culpa", dicen, "por tomarse fotos desnuda". "¡No debería tomarse fotos desnuda", gritan, "porque eso la hace un mal ejemplo!". La verdadera pregunta es, ¿un mal ejemplo por qué? ¿Acaso tiene fotos con menores de edad o animales? ¿Acaso está participando en delitos sexuales? ¿Por qué criminalizamos a una mujer que lo único que hace es mostrarnos que se ve como una persona sexual? Porque, además, ni siquiera tiene fotos con una pareja o masturbándose. Lo único que hizo es explorar por sí misma y para sí misma su cuerpo desnudo, y por alguna razón eso nos indigna.

Recientemente vi un comic que me recordó a algo que leí en El segundo sexo de Simone de Beauvoir: las mujeres nos ponemos minifalda como expresión propia, y el hombre que te chifla en la calle se apropia de tu expresión: nombrar (o llamar o señalar) es la manera que tienen los hombres para controlar a las mujeres que "invaden" el espacio público, que como bien muestra el comic es de los hombres. Y estas fotos desnudas son lo mismo: le pasó a Marilyn, le pasó a Catalina, le pasó a Julia Roberts en Notting Hill. ¿A cuántos hombres les ha pasado? Quizá no hay fotos de hombres porque ellos no se las toman, o porque nunca vendieron su cuerpo desnudo para ganar dinero ("era joven y necesitaba pagar la renta", asegura el personaje de Roberts en la película). Quizá los escándalos no suceden porque las fotos simplemente no existen. Pero yo creo que no es por eso. Más bien, si apareciera una foto del pene de Brad Pitt diríamos "ah, no pensé que fuera así de curvo" y seguiríamos con nuestra vida normal. No necesitamos hacer un escándalo sobre los cuerpos desnudos de los hombres porque no los queremos controlar. Jennifer Lawrence, por otro lado, quiso apropiarse de su sexualidad y el mundo le contestó: no puedes porque eres mujer.

Lo cierto es que mientras más personas tienen acceso a una cámara, más personas se van a tomar fotos desnudas. Más bien, los invito a hacerlo, sobre todo si son mujeres: tómense fotos desnudas. Tómense todas las fotos desnudas necesarias, y todos los videos, y compártanlos con alguien si quieren. Esas camaritas de celular han resultado la mejor herramienta para tomar el control de su cuerpo: he aprendido que tomarse estas fotos te enseña a ver la belleza escondida en el cuerpo, y compartirlas es tomar el control de cómo nos ven los demás. Mis fotos privadas me han enseñado que no hay que ser modelo de revista para verme hermosa, y sobre todo me ha dejado determinar qué parte de mí ven los otros.

¿Saben qué? No me arrepiento de tomar las fotos que he tomado. No las voy a borrar: quiero poder verme siempre en esta etapa: joven y feliz con mi sexualidad. Tampoco voy a dejar de tomarme fotos. Son instrumentos de gran placer que me recuerdan, a su vez, que mi cuerpo puede dar placer: no sólo a mis parejas sino también a mí. Mi cuerpo, vestido o desnudo, es mío antes que de alguien más, y sólo es de esa otra persona si yo lo permito (mandándole mis fotos). Y si alguno de ustedes tiene tanta destreza computacional como para poder verlas y publicarlas, no hay mucho que yo pueda hacer (aunque quizá me hagan un favor y me vuelva famosa à la Paris Hilton). Lo que quiero es que, si algún día se destapan, todos nos podamos encoger de hombros, bostezar, y dedicarnos a algo más divertido que hacer público el cuerpo privado de una mujer.

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* Escritora.
www.lauramagis.com

 


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