Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 9 de marzo de 2014 Num: 992

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Instante bailado,
instante vivido

Andrea Tirado

Hoover o las
dualidades del sabueso

Augusto Isla

La literatura, una percepción del mundo
Javier Galindo Ulloa entrevista
con Federico Campbell

Los permisos de la
muerte: la violencia
narrada y sus límites

Gustavo Ogarrio

El narco entre
ficción y realidad

Ana Paula Pintado Cortina

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Columnas:
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Artes Visuales
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Alonso Arreola
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Cabezalcubo
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La Jornada Semanal

 

Orlando Ortiz

Los puntos sobre las íes (II Y ÚLTIMA)

Antes de Juárez se habían firmado con Estados Unidos tratados que permitían el paso de estadunidenses por el Istmo de Tehuantepec y autorizaban también la construcción de un ferrocarril y de un camino de madera. Estos compromisos se los heredaron a Juárez. Por su parte, los estadunidenses, no conformes con haberse llevado la mitad de nuestro territorio diez años antes, querían hacerse de Baja California y del Istmo de Tehuantepec. El presidente Buchanan envió a William M. Churchwell como agente confidencial en México, y éste, a saber con qué fines, le informó que Juárez estaba dispuesto a ceder territorio. Buchanan, entonces, decidió reconocer a Juárez y envió como ministro a Robert M. McLane, para hacer valer los tratados firmados con gobernantes anteriores y también, de una vez, comprar Baja California y Tehuantepec.

Los liberales estaban preocupados, pues antes de reconocer al gobierno juarista, Buchanan había declarado sus intenciones de establecer un protectorado en el norte de México. También trascendió (diría hoy un periodista) que en un mensaje a los congresistas el presidente Buchanan les había dicho: “¿Pueden los Estados Unidos permitir a su vecino inmediato que se destruya a sí mismo y que los (nos) perjudique…? […] no es posible comprender cómo México puede reasumir una posición entre las naciones y entrar en una senda que prometa buenos resultados… [Por lo cual] recomiendo al congreso que expida una ley que autorice al presidente [a mí]... para emplear la fuerza suficiente a fin de entrar a México con el objeto de obtener una indemnización para lo pasado y seguridad para lo futuro…” Líneas después  “justificaba”  la intervención argumentando que de esa manera se ayudaría al gobierno constitucional (el de Juárez) a vencer a los conservadores.

La argumentación era absurda porque ya había dicho que se reclamaría indemnización; además era bien sabido que, en la intervención del ‘47, las tropas estadunidenses habían sido recibidas por la Iglesia poblana con fasto y entusiasmo; que si intervenían, era posible que los conservadores se les sumaran  para derrotar a Juárez (que jamás aceptaría las nuevas demandas de Estados Unidos y seguramente no permitiría violaciones a su soberanía, mucho menos vender Baja California y Tehuantepec).

La situación era delicada, pues el gobierno liberal necesitaba el reconocimiento del estadunidense para poder contar con crédito y comprar armas, pues la desventaja frente a los conservadores era mucha. Éstos tenían de su lado a casi todos los militares de carrera; en cambio, quienes acaudillaban las tropas liberales carecían de esa formación, habían sido burócratas, comerciantes, escribientes o literatos. Pero también se vislumbraba el peligro de aceptar sin más las condiciones de los vecinos. Por eso Juárez y Ocampo optaron por la vía diplomática, buscando hacer tiempo y, por así decirlo, confiando en que la representación mexicana sabría “darle atole con el dedo” a los estadunidenses.

Así se llegó al Tratado McLane-Ocampo que, en síntesis, concedía libre tránsito a perpetuidad por el Istmo de Tehuantepec a los estadunidenses civiles y militares, y lo mismo en las rutas de Nogales a Guaymas, y de Camargo y Matamoros a Mazatlán, vía Monterrey. También –hay que decirlo– concedía, en casos determinados, el ingreso de tropas a nuestro territorio para proteger a los ciudadanos estadunidenses y sus bienes en las rutas mencionadas.

El pasaje más ríspido del documento, y que más han explotado los conservadores antijuaristas, es que concedía el acceso de tropas a nuestro territorio. Lo censurable es que callan que eso se daría en “determinados casos”; luego, tampoco describen el momento histórico en que se firma el documento (la Guerra de Tres Años), y mucho menos lo siguiente: se trataba de hacer tiempo y de evitar que, por un movimiento precipitado, el gobierno estadunidense se colocara del lado de los conservadores. De no concederse el tránsito a perpetuidad, cualquier incidente en Tehuantepec podría ser pretexto para reclamaciones e intervención de Estados Unidos; por otra parte, al conceder el tránsito a perpetuidad se establecía de manera expresa, en el documento, que quedaba prohibido el establecimiento fijo de tropas extranjeras en el territorio (acotación hecha por Ocampo al tratado propuesto por los vecinos). De esta manera quedó a salvo la soberanía nacional y no se aceptó la enajenación de ninguna parte de nuestro territorio. Esto último fue el motivo por el cual el Congreso de allá no aceptó el tratado.