Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 23 de febrero de 2014 Num: 990

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tríptico de amor
y de muerte

Gustavo Ogarrio

Graham Greene:
opiniones de un
lector de periódicos

Rubén Moheno

Una fórmula del caos
Jorge Herrera Velasco

Cavanna, el irreverente
Vilma Fuentes

El legado de Lao-tse
Gérard Guasch

Un cine de impacto,
pero positivo

Paulina Tercero entrevista
con Diego Quemada-Diez

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

El veneno de la simpleza

Transcurridos los ciento siete minutos de su duración –que se antojan brahamanescos, por lo interminables–, la primera palabra que viene a la mente no es otra que “simple”, pues en el propio filme hay pruebas, abundantes y concluyentes, de que todos los involucrados en la perpetración de Cásese quien pueda (Marco Polo Constandse, México, 2014) fueron muy exitosos a la hora de evitar cualquier suerte de complejidad, ya fuese argumental, de estructura narrativa, de ejecución fílmica o de terminado del producto, para decirlo con un lenguaje que no le viene mal a una película que, como ésta, parece salida de una línea de producción maquiladora por lo inidentificable, de tan semejante a tantas otras.

En el entendido de que, según la RAE, “bobo” es una de las acepciones de “simple”, ha lugar a definir esta cinta como honestamente boba. El título mismo, simplista juego de palabras a partir de la expresión popular “sálvese quien pueda”, es amenaza plenamente cumplida –amén de anticipada en los copiosos trailers que la anunciaron– de lo que incluiría el pietaje: absoluta linealidad dramática, como de sumatoria algebraica elemental; una suerte de 1+1+1+1+1=5, donde el primer 1 es la personaje principal, el segundo su hermana, el tercero es el novio de la primera, el cuarto es el novio de la segunda y el quinto es el nuevo novio de la primera.

El argumento propone lo siguiente: boda en puerta, al final frustrada, para el primer binomio 1+1; boda inesperada, finalmente consumada, para el segundo binomio 1+1, e inclusión del último 1 en calidad de obvio casamentero postdiegético. De concordante simplonería, y planos como el papel o la pantalla en donde fueron concebidos, la trama va incorporando a los personajes al modo en que se incorporan los ingredientes de un pastel, de bodas o cualquier otro: uno detrás del otro y con la intención de que se mezclen bien, cometido que la cinta malogra porque a la guionista –la notablemente limitada, hoy se ve que no sólo en materia histriónica, Martha Higareda– le dio por cometer más de una inconsistencia de ésas que anulan cualquier posibilidad de verosimilitud, pero sin las cuales un filme de esta naturaleza sencillamente no podría existir. Verbigracia, un viaje beoda en la caja de una camioneta pick up desde Ciudad de México hasta la costa caribeña quintanarroense, sin que a la ebria, que viaja de polizón y sin saber ni querer viajar, despierte o se sobresalte, y sin que el desavisado chofer se dé cuenta de lo que lleva, como si no se hubiese detenido ni una sola vez en el prolongadísimo trayecto, o como si la gasolina le alcanzara para llegar de un solo jalón; verbigracia, que el novio del primer binomio increíblemente pueda localizar el sitio exacto adonde la novia fue a parar, cuando ni ésta sabe dónde está, y se la encuentre en el preciso momento en el que ella sale, en calzones, del idílico cenote donde idílicamente nadaba y escarceaba con el casamentero de la postdiegesis.


Martha Higareda, Marco Polo Constandse
y Miri Higareda

Honestamente boba, se apuntaba, porque nada es más evidente que la intención simplista de los cometedores de la cinta: “entretener”, pero demandando para ello la cancelación casi absoluta del pensamiento ya no se diga crítico sino elementalmente analítico, requiriendo del espectador la renuncia total –inaceptable porque con ésta se anula el tácito acuerdo entre quien cuenta un cuento y quien lo ve y lo escucha– a la idea de que una ficción no es la realidad pero no necesita serlo porque, pareciéndola, puede incluso verse mejor que ella o más deseable.

Es precisamente en esto último, lo deseable, donde aguarda el veneno inesperado de la simpleza: quienes juntaron sus talentos y sus dineros –los primeros más bien escuálidos, los segundos más bien robustos– tienen para sí mismos, y así lo proponen, entre otros despropósitos de machisoginia por desgracia no anacrónica, que la “realización” femenina sigue siendo la denodada búsqueda y el siempre difícil pero, contradictoriamente, simple hallazgo del príncipe azul; que el ejercicio de la individualidad, por ejemplo en el plano profesional, es incompatible con la convivencia de pareja porque una excluye a la otra; que las historias de amor forzosamente acaban en boda fastuosa, a la manera de la más simplona de las telenovelas –por algo Videovisa, es decir Televisa, es socia productora–; que quien no se casa está perdido, por lo cual Cásese quien pueda; que bastan unas cuantas frases ogmandinescas para conducir la vida y que ésta se resuelve, de una vez y para siempre, con un anillo bien puesto en el dedo correspondiente.