Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 23 de febrero de 2014 Num: 990

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tríptico de amor
y de muerte

Gustavo Ogarrio

Graham Greene:
opiniones de un
lector de periódicos

Rubén Moheno

Una fórmula del caos
Jorge Herrera Velasco

Cavanna, el irreverente
Vilma Fuentes

El legado de Lao-tse
Gérard Guasch

Un cine de impacto,
pero positivo

Paulina Tercero entrevista
con Diego Quemada-Diez

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
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La Jornada Semanal

 

Jorge Moch
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Guerra de tuits

Internet, en sus vastos espacios de discusión de las redes sociales, está en guerra. Es como una enorme cancha mundial de todos contra todos pero con algún matiz que polariza entre izquierda y derecha. Muchos, si bien rechazamos dogmatismos inamovibles que hacen tan repulsivo el monolítico comunismo soviético como el capitalismo brutal de Wall Street, seguimos pensando que la función explicativa del Estado es la regulación, la contención de la casi siempre desmedida voracidad del mercado cuando es dejado a sus anchas. Sin regulación estatal (de lo que sea) la sociedad esencialmente se cosifica a sí misma en términos de oferta, demanda y timo al inventar necesidades con fines puramente mercantilistas. Así, quienes de alguna manera preferimos un Estado vigoroso y regulador seremos de izquierda mientras quien aboga por un Estado diluido, que no estorbe a los propósitos de las corporaciones –o de cualquier iniciativa privada– sería más bien de derecha, y el éxito de uno u otro proyecto depende de su entorno y de que admita o no corrupción y burocracia.

No creo en la inocencia de una industria como las que dirigen señeros ejemplos de riqueza monetarista como Bill Gates, Mark Zuckerberg, Jack Dorsey o Steve Jobs, todos estadunidenses. No creo que agilizar tan rápidamente la comunicación global haya sido cosa de casualidad, ni suerte, ni buenas intenciones. Tampoco creo que haya florecido inocentemente la industria de las súper comunicaciones solamente por negocio. En su presunto irrevocable albedrío radica una de las trampas de un medio aparentemente libre y transfronterizo como internet. Creo que coadyuva un elemento oscuro, institucional, que plantea al mundo la posibilidad de hacer moltura conminuta de sus comunicaciones personales para establecer mecanismos de control geopolítico global que eran impensables hace treinta años. Esto hubiera sonado a teoría del complot hace un lustro pero hoy sabemos todo lo revelado por Edward Snowden y Wikileaks sobre los escandalosos perímetros mundiales del espionaje. Internet nos dio redes sociales que son preponderantes, como Facebook o Twitter (y rincones oscuros como la red “subterránea”, también, creo, puesta a punto como una trampa para pulpos) y las redes sociales nos dieron los trolls. Los trolecitos, esas personalidades a menudo anónimas y dedicadas (se dice ahora que padeciendo alguna patología de la psique, algún trastorno de convivencia) a hostigar, perseguir, denostar e insultar al prójimo simplemente porque las redes sociales tecnológicamente son casi impermeables desde la anonimia.

En ese territorio variopinto las redes sociales son campo de batalla. Sí, muchísima gente cuelga cosas sin gran trascendencia social, simples exhibiciones del espacio personal o de diversión, pero para muchos otros las redes son abrevadero informativo y terreno de lucha. Lo que ha estado sucediendo en Venezuela (o en el México postelectoral), los constantes enfrentamientos y las a veces –benditas sean las argumentaciones sin insultos– fructíferas discusiones se suceden a velocidad espectacular, en intercambios por millones de opiniones, réplicas, cuestionamientos e invectivas. Una encarnizada arena es la propaganda en sus muchas acepciones. Allí por ejemplo los bots de Peña Nieto, los de Javier Duarte, o cuando la oposición venezolana ha estado “posteando” fotos de presuntos actos de represión y terrorismo de Estado que en realidad correspondían a otros hechos, en otros lugares y tiempos, fotos de actos de represión en Grecia, Egipto, Chile o Colombia aparecían en cuentas de Twitter de feroces críticos y opositores del gobierno venezolano como perpetrados por su policía y su ejército mientras minimizaban o trataban de ocultar registros de los líderes del movimiento, como Leopoldo López, Lorenth Saleh o el mismo Capriles por sus presuntos vínculos con grupos de agitación social de corte filonazi… aunque claro, también del lado del chavismo hay trampas, como esa foto de una Hummer amarilla en cuyo medallón trasero falsamente estaría escrita la leyenda “Maduro nos mata de hambre”, con el obvio propósito de ridiculizar las protestas. Allí el reiterado empleo burdo del mote de “fascismo” a todo lo que huela a oposición.

Paradójicamente la regulación de contenidos signaría el fracaso de internet como espacio plural y simbólico de absoluta libertad. Quizá sea mejor dejarla así, convertida la “autopista de la información” en trinchera y campo minado.

Aunque a veces casi hay que usar casco para opinar.