
En los mapas de la lengua
Street art en San Francisco, California |
Juan Manuel Roca
En el V Centenario de la llegada de los españoles a estas tierras escribí estas líneas alrededor de la lengua que hablamos y que se quedaron mudas, sin publicar. Ahora, recién pasado otro 12 de octubre, he querido rescatarlas de un cajón del escritorio.
Festejo la palabra caballo que galopa en las estepas del lenguaje.
La primera voz indígena en deslizarse al idioma llegado de Castilla, fue canoa. Es de imaginarla bajando por un paisaje de olivos, desembocando al mar en una lengua sin orillas.
Entre mercaderías, entre espejos y abalorios, en las carabelas vino el beso en la palabra boca y el puñal en la palabra herida.
El tiempo borra la imagen del Almirante, la noche cuando sintió pasar sobre su cabeza bandadas de pájaros que trazaban la palabra tierra en la palabra aire.
La memoria no borra las noches criminales, un paisaje de nubes rojas como algodón de enfermería y la selva podría erigir un museo de la guerra: flechas rotas y trabucos detonantes, heridas de arcabuz, cuerpos yacentes bajo el sol del curare.
Festejo la lengua en la que escribo estos trazos de ceniza, la feroz cerbatana de la palabra.
Los incas fueron conquistados por hombres que hablaban “a solas con unos paños blancos”, según la expresión del inca Garcilaso. Los antiguos peruanos describieron así la parvada de voces escondidas en los libros.
Festejo los rebaños de palabras que recorren sus silencios.
Atrás han quedado los bosques de encina de Extremadura por cuyos lares anduvo el andrajoso Francisco Pizarro, un niño expósito en medio de las porquerizas. Trae en su alforja, a la par de su ambición, muchas voces escondidas.
Pizarro traiciona a Atahualpa, empuerca la palabra vellocino.
Al llamado del jaguar, de las dormidas palabras en las lenguas abolidas, nos sorprendemos de llevar un dios escondido en el adentro. Tláloc, señor de la lluvia, Bachué, una diosa que no se cansa de lavar el agua, de lavarla entre las piedras del tiempo.
Festejo lo que evocan las lenguas de los antiguos moradores. La palabra canoa nos lleva a la selva y recibimos el aire de la jungla como un machetazo de olor.
Lope de Aguirre, el cojitranco, el maltrecho jorobado que se erige Rey de su pellejo, desciende el río torrentoso. Chapotea en aguas de la muerte y flamea en su voz la bandera del olvido.
A Lope, un hechizado sin patria y sin destino, sólo lo engañan los ríos, la cambiante caligrafía del agua.
Un día el Amazonas amanece a su aire, lento y trotón, semidormido. Pero luego saca la lengua en sus cascadas y despierta un demonio tumultuoso.
Festejo la lengua del agua que escribe en todos los idiomas el nombre de Heráclito en el río.
Cartagena de Indias, octubre 12 de 1992.
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