Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 3 de noviembre de 2013 Num: 974

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Las cartas españolas
de Freud

Ricardo Bada

La maleza de
los fantasmas

Ignacio Padilla

En los mapas
de la lengua

Juan Manuel Roca

Expedición cinegética
Luis Bernardo Pérez

Giselle: amor,
locura y exilio

Andrea Tirado

Vinicius bajo el
signo de la pasión

Rodolfo Alonso

Dos poemas
Vinicius de Moraes

Meret Oppenheim,
la musa rebelde

Esther Andradi

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
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Ana García Bergua
Cabezalcubo
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Jornada de Poesía
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La Jornada Semanal

 

Juan Domingo Argüelles

Poesía en las aulas

Hace poco más de dos décadas, en 1992, le pregunté lo siguiente a Efraín Bartolomé, a propósito de la publicación de su breve libro Mínima animalia (dirigido, preferentemente, a los niños): “¿Existe una poesía específica para un público infantil?” He aquí su respuesta: “No lo creo. A veces se le da al niño, bajo el abusivo rubro de poesía, una serie de rimitas sosas de torpe factura. Creo que el poema para niños debe pasar, también, el examen del gusto poético más riguroso. Que sea un manjar probado de alto poder nutricio.”

Traemos a cuento este diagnóstico y este dictamen, de uno de los mejores poetas mexicanos contemporáneos, al revisar la lista de libros de poesía (preseleccionados para las bibliotecas escolares y de aula) que leerán el próximo año los alumnos mexicanos de primaria y secundaria como parte del Programa Nacional de Lectura y Escritura (ciclo escolar 2013-2014).

Cumpliendo con una de las bases de la convocatoria para la selección de Libros del Rincón que serán integrados a las Bibliotecas Escolares y de Aula, la Secretaría de Educación Pública dio a conocer el 18 de septiembre la lista de títulos preseleccionados: 270 en total, de los cuales catorce son de poesía: El espejo de los ecos, de José Emilio Pacheco; Poemas de juguete II, de Antonio Granados; Lo que no sabe Pupeta, de Javier Mardel; Clasificados y no tanto, de Marina Colasanti; Versos que el viento arrastra, de Karmelo C. Iribarren; Íntimo nocturno, de Xavier Villaurrutia; Huellas de pájaros, de Ramón Iván Suárez Caamal; El baile diminuto, de María José Ferrada; Oops!, de Kevin Johansen; Arte de pájaros, de Pablo Neruda; Árbol del trópico, de Carlos Pellicer, y las antologías El tigre en la calle y otros poemas, Poesía y narrativa de la antigua China, y La poesía del siglo XX en México, esta última con selección y prólogo de Marco Antonio Campos.

La mayoría de los libros son ilustrados y todos sin excepción los agrupa la SEP en la ambigua y equívoca “categoría: poesía popular”, aunque en realidad se trata de “poesía lírica” más que de poesía “popular”, pues ¿qué es lo popular en poesía? Poetas populares son los que se leen mucho o los que están en el más directo acceso de la gente, pero aquí de lo que se trata, en algunos casos, es de poesía didáctica, más que de poesía popular.

La preselección de estos catorce libros de poesía para las Bibliotecas Escolares y de Aula es acertada pero exigua, y lo que no se comprende del todo es por qué si estas bibliotecas están destinadas a despertar y desarrollar el gusto por la lectura y por la escritura se le da tanta importancia (entre los 270 títulos preseleccionados) a los materiales informativos. Y esto que es malo no es lo peor. Lo peor es que la poesía sólo entre a las bibliotecas escolares y de aula ¡hasta el quinto año de primaria! Para los grados anteriores lo literario se concentra en mitos y leyendas, cuentos clásicos y cuentos históricos. ¿Por qué? ¿Quién piensa que –pedagógicamente– los alumnos de preescolar y de los cuatro primeros años de primaria sólo tienen interés en la narrativa pero no en la poesía?

En realidad, uno de los graves problemas de la lectura en la escuela es el que hemos venido apuntando en esta columna y en otras colaboraciones: a la poesía se le ha expulsado de la escuela y la mayor parte de los alumnos (y de los maestros) no sabe leer poesía porque este alimento nutricio no se les da desde los primeros años.

Las bibliotecas escolares y de aula tendrían que ser bibliotecas de lectura, no bibliotecas de tareas. Los catorce libros de poesía son casi nada entre 270 títulos de los cuales 139 pertenecen al género “informativo”. Y si seguimos analizando la lista de títulos y sus asignaciones por grados, encontramos más absurdos. Entre los 81 títulos destinados a los alumnos de secundaria, sólo cinco son de poesía (o más bien cuatro y medio, porque hay una antología mixta de narrativa y poesía), y estos cinco están clasificados para el segundo grado; es decir, no hay ninguno específicamente destinado a los grados primero y tercero.

La idea de que los alumnos desean preferentemente cuentos y libros informativos es, en esencia, falsa. A los niños y adolescentes les encanta la poesía si se les proporciona y, además, se les acompaña en la lectura, la comprensión y la interpretación. Pero, además, la poesía apela a las emociones y al sentido musical y a la riqueza del idioma. Que muchos pedagogos y especialistas en lectura no sepan leer poesía (o no les guste la poesía), no es razón para limitar de este manjar extraordinario a los niños y adolescentes.