Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 3 de noviembre de 2013 Num: 974

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Las cartas españolas
de Freud

Ricardo Bada

La maleza de
los fantasmas

Ignacio Padilla

En los mapas
de la lengua

Juan Manuel Roca

Expedición cinegética
Luis Bernardo Pérez

Giselle: amor,
locura y exilio

Andrea Tirado

Vinicius bajo el
signo de la pasión

Rodolfo Alonso

Dos poemas
Vinicius de Moraes

Meret Oppenheim,
la musa rebelde

Esther Andradi

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
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Enrique López Aguilar
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Jaime Sabines (I DE V)

El caso de Jaime Sabines es perturbador para quienes proclaman la muerte de los lectores de poesía (y la inconveniencia de publicar libros inscritos dentro del género): en él se encarnó uno de esos raros fenómenos en los que calidad e impacto masivo caminaron de la mano, donde la popularidad del personaje se sumaba al conocimiento y la lectura de las obras del escritor. En un siglo pródigo en poetas, como Ramón López Velarde, Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, José Gorostiza, Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño, Eduardo Lizalde, José Carlos Becerra y José Emilio Pacheco, por mencionar a algunos de los que forman parte de una nómina que bastaría para mostrar la vitalidad y renovación del gran árbol de la poesía mexicana contemporánea (desmentido de las supuestas declaraciones realizadas recientemente por Ernesto Cardenal en contra de la poesía escrita en español); en un siglo en el que la figura de Octavio Paz proyectó una luz tan deslumbrante que pareciera lucir avasalladoramente por encima de las otras, Sabines ocupa un lugar insólito dentro de esa feracidad del ímpetu creativo de la poesía nacional contemporánea.

Una de las imágenes más vivas del poeta chiapaneco fue la de su capacidad para llenar grandes auditorios con un público deseoso de mirar, escuchar y encontrarse frente a la persona Jaime Sabines, público que conocía la obra poética hasta el punto de completar versos que se le escapaban a un autor que era, de por sí, un muy dotado intérprete de su propia obra. Las razones para tal repercusión parecían sustentadas en una evidencia notoria pero difícil de explicar: el carisma personal del escritor más la aparente sencillez de la obra sabiniana, apoyada en el desarrollo de un lenguaje directo y vitalista, lo cual daba al conjunto del corpus poético de Sabines una fuerza que reparaba algunas imperfecciones formales de la misma. Entre una cosa y otra, eran muchos los lectores que se reconocían en “Los amorosos”, que no podían evitar sobrecogerse con “Algo sobre la muerte del mayor Sabines”, o que se rendían ante la originalidad del poeta para hablar del amor, la muerte y la vida cotidiana con un toque trasmutador que convertía el plomo en oro, lo árido en verdura, el lenguaje de todos en maravilla poética. Y nada de eso explica suficientemente la manera como Jaime Sabines alcanzó la presencia que obtuvo dentro de la historia reciente de las relaciones entre poeta y público en México.

Cuando se quieren desentrañar las difíciles relaciones entre obra literaria y fama, no es raro que surjan muchos matices que parecieran explicarlas; por ejemplo, el de Octavio Paz es un hito interesante si se parte de una idea que José Saramago expresa en Cuadernos de Lanzarote:  “Es un intelectual muy famoso, pero, ¿cuántos lectores tiene?” No sugiero la insensatez de que la obra poética de Paz carezca de seguidores, pero no es precisamente “popular” en razón de sus exploraciones formales y sus complejidades intelectuales y estilísticas, no obstante las múltiples riquezas que reserva a quien se acerque a ella: en el caso de Paz y del de otras famas, lo que matiza la apreciación del universo de los lectores es la ramificación del público en públicos: el de los cenáculos literarios, el de los intelectuales, el de los universitarios, el de los editores, el que exclusivamente consume novedades literarias, el que sólo lee novelas, el que es de izquierda, centro o derecha, el vanguardista o el retro…

Aun sin los afanes de medir quién es mejor o el más popular de los escritores contemporáneos, resulta evidente que, para proseguir con el ejemplo de Paz, la obra de este intelectual no alcanzó los niveles de popularización que sí llegaron a tener las de Borges (sorprendentemente), Cortázar, García Márquez, José Saramago y Jaime Sabines. Sospecho que la manera por la que una obra alcanza tales reverberaciones dentro del público rebasa las condiciones de sencillez y cotidianidad frente a las de complejidad e intelectualismo, pues eso ya descartaría, de entrada, a Borges y Saramago, por no mencionar varios aspectos de la obra de Cortázar o del mismo García Márquez (sin embargo, lo que se puede aducir contra los últimos tres ejemplos ofrecidos antes es que se trata de narradores y novelistas, no de poetas, con lo que los argumentos pierden validez por la “preferencia generalizada del público por la novela y la narrativa”, según el dictum de algunos editores y críticos)

(Continuará)