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Los argentinos Martha Argerich y Daniel Barenboim se rencuentran en el escenario

Se conocieron bajo un piano y con él siguen conmoviendo al mundo

En el niño predomina el instinto y con los años uno empieza a pensar; el peligro está en perder la frescura, indica el director de orquesta

Cuando él toca Mozart, es algo milagroso, dice la pianista

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Martha Argerich en imagen que ilustra la portada de su álbum Lugano Concertos, editado por Deutsche GrammophonFoto Adriano Heitmann/ Inmagina
 
Periódico La Jornada
Martes 17 de septiembre de 2013, p. 4

Berlín, 16 de septiembre.

Se encontraron por primera vez debajo de un piano en Buenos Aires y más de medio siglo después Martha Argerich (72 años) y Daniel Barenboim (70 años) transitan juntos el camino de la fama.

Por primera ocasión en casi dos décadas los dos argentinos volvieron a presentarse juntos en un escenario, ella al piano y Barenboim al frente de la Orquesta de la Ópera Estatal (Staatsoper) de Berlín.

En una entrevista efectuada en torno a una mesa en la Filarmónica de Berlín, Barenboim y Argerich recordaron sus primeros años y anunciaron su deseo de volver a estrechar una relación artística que empezó hace más de medio siglo.

–¿Cómo se conocieron?

–Argerich: Creo que en la casa del señor Rosenthal. Pero a lo mejor antes, no me acuerdo.

–Barenboim: Era la casa de un judío-austríaco emigrado, un violinista amateur. Se hacía música de cámara los viernes. Él tocaba el violín y su mujer hacía un strudel de manzana extraordinario.

–Argerich: fantástico. Y un strudel de amapola también.

–¿Ya ahí tocaban juntos?

–Barenboim: No, ahí jugábamos. Teníamos seis, siete años. Nos conocimos debajo del piano. Llegó el día en el que vos tocaste un estudio de Chopin a una velocidad impresionante, lo que ya entonces podías y lo que seguís haciendo hoy.

–Argerich: ¿Y vos qué tocaste? Barenboim: La segunda sonata de Prokofiev y el Concierto italiano de Bach.

Sólo queda el niño

–Dos niños prodigio. ¿Qué queda de eso a lo largo de la vida?

–Barenboim: El prodigio desaparece y queda el niño.

–Argerich: Yo siempre digo: soy vieja, pero no madura. Se nota en mi comportamiento, en mi manera de tocar la música.

–Barenboim: El problema es que cuando uno es un niño, el instinto ocupa una parte demasiado grande, y con los años uno empieza a pensar. Y el peligro está en perder esa frescura, esa intuición.

–Argerich: No conozco a nadie que tenga tanta frescura, tanta carga emocional y espontaneidad como vos. Cuando Daniel toca Mozart, es una cosa milagrosa, pasa algo diferente.

–A usted la llaman la Leona al piano. ¿Cómo caracterizaría a Daniel Barenboim?

–Argerich: Esos títulos son cosas de la prensa, no míos. Pero creo que Daniel no sería un león, más bien un gatito. ¿Vos cómo te ves?

–Barenboim: Yo de animales no sé nada, realmente. Nunca tuvimos animales en casa de mis padres ni desde que estoy casado. Ni perros ni gatos. No tengo relación con animales.

–Argerich: Yo tengo gatos, muchos. Me encanta cómo se mueven, cómo se manejan.

–En la genealogía musical ustedes dos tienen a una persona en común: Vicente Scaramuzza, profesor de piano de Argerich y de Enrique Barenboim, el padre y maestro de Daniel. ¿Perciben que ese vínculo los une artísticamente?

–Argerich: A lo mejor sí.

–Barenboim: No sé, pero nosotros hace muchos años que no tocábamos juntos. Y ayer Martha vino a casa y tocamos piano a cuatro manos. Y de pronto me dio la sensación de que los dos éramos uno. No sólo musicalmente, sino también físicamente. Éramos uno, es la única forma en la que lo puedo expresar.

–Argerich: Sin duda, es algo físico. Incluso sin molestarse. Sin que moleste el codo por ejemplo, porque a veces cuando la gente toca junta se molesta.

–Después usted estudió con el pianista austriaco Friedrich Gulda, en Viena...

–Argerich: Yo admiraba a Gulda. Fui su única alumna, salvo Claudio Abbado, que estudió dos meses con él en Viena. Gulda grababa todas las lecciones y me hacía criticar lo que había hecho. Tengo que estudiar, le decía yo. No, lo hacés ahora, me contestaba. Fue una experiencia totalmente diferente a la de Scaramuzza.

–¿Es cierto que fue (el ex presidente argentino Juan Domingo) Perón quién la mandó a Europa?

–Argerich: Mi madre consiguió una entrevista con él y me llevó. Perón le consiguió un puesto en la embajada en Viena a mi padre y así yo pude estudiar allá.

–Y Perón le dijo: Hacenos quedar bien, piba...

–Argerich: Creo que dijo ñatita. Fue muy simpático. Lo interesante es que mi papá no era peronista, mi mamá quizás un poco. A ella le interesaba la parte social, las jubilaciones, el voto femenino. Y mi mamá sugirió a Perón que yo tocara para la Unión de Estudiantes Secundarios, la UES, peronista. Pero parece que yo puse una cara y él se dio cuenta y le dijo a mi mamá: Por supuesto que sí, señora, Pero por debajo de la mesa, de eso me acuerdo, me hizo un gesto con el dedo de que el asunto no iba. Eso me conquistó.

Por estrechar vínculos

–¿Cómo fue la decisión de volver a tocar juntos en Berlín?

–Barenboim: Eso sólo ella lo puede contestar.

–Argerich: Así, pasó simplemente. Hubiéramos tenido que tocar un poco más en estos años. La última vez fue en 1996, aquí en la Filarmónica.

–Barenboim: Creo que puedo decir en el nombre de ambos que de ahora en adelante tenemos que tocar juntos más a menudo. En abril próximo vamos a tocar piano a cuatro manos y con dos pianos aquí en Berlín.

–Europa les abrió las puertas para la extraordinaria carrera que tuvieron...

–Barenboim: Pero no se olvide que Argentina fue en los años 40 y 50 un gran centro musical. Hace dos, tres años, vi en el Teatro Colón los programas de aquel entonces. Y había dos directores para el repertorio alemán: Erich Kleiber y Fritz Busch, algo extraordinario.

“Después eso fue disminuyendo. Para nuestro desarrollo musical Europa es muy importante. Después de la guerra todavía estaba la vieja generación con veteranos como Furtwängler y el pianista Edwin Fischer.

–Hoy la música clásica se abrió al mundo.

–Barenboim: Sí, es cierto. La generación joven de hoy es más abierta y no tiene ningún complejo, es lo que veo en las audiciones para mi orquesta, la Staatskapelle Berlín. Lo negativo es que a veces se confunde un cierto grado de formalidad con superficialidad. Y por estar todo al alcance se perdió un poco de la magia.

–Argerich: Estoy completamente de acuerdo con Daniel, salvo algunas excepciones. Hay gente muy especial en las nuevas generaciones. Como el ruso Daniel Trifonov, al que escuché en el concurso de Varsovia, donde ni siquiera salió primero.

–¿Se podría decir entonces que este concierto fue el comienzo de una nueva relación artística entre Martha Argerich y Daniel Barenboim?

–Argerich: Esperemos, ¿no? Yo me siento muy bien.

–Barenboim: Yo también.

La energía de vivir

Aunque Martha Argerich y Daniel Barenboim llevan décadas de vivir en Europa y convertidos en figuras cumbre de la música clásica mundial, echan de menos un rasgo de su país, Argentina: la energía de vivir.

Estuve en noviembre pasado, me encantó, indicó Argerich en Berlín, donde la noche del domingo fue ovacionada con su primera actuación conjunta con Barenboim en casi dos décadas.

La pianista viajó por Rosario, Paraná y Buenos Aires sin ofrecer conciertos. Pensé: qué diablos estoy haciendo yo en el norte de Europa, donde la gente está con las caras largas, recordó.

Allá, a pesar de las dificultades, la gente tiene más alegría de vivir. Y pensé que a lo mejor me darían ganas de volver. Porque yo me fui muy joven, a los 12 o 13 años.

Barenboim, de 70 años, explicó que dejó Argentina aun más joven que Argerich. Volví en 1960 y pedí que me postergaran el servicio militar llevando una carta de Arthur Rubinstein. Me dieron la prórroga dos veces, pero después no más y me declararon desertor.

Pero también el director de orquesta, que posee además nacionalidad israelí, redescubrió en los años recientes a Argentina.

Desde que vuelvo regularmente, más me gusta. Hay algo que me atrae mucho porque, como dice Martha, hay una energía de vivir, señaló en la entrevista Barenboim.

Claro que con los problemas que hay, más que un presidente haría falta un siquiatra.