Opinión
Ver día anteriorDomingo 30 de junio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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A la espera de la hora final
H

oy, Brasil y España –como el general optimismo brasileño pudo prever– disputan la final de la Copa Confederaciones en un Maracaná reformado al costo de 600 millones de dólares. El balance retrospectivo entre las dos selecciones favorece a Brasil. Pero hay que desconfiar de ese balance.

Hoy por hoy, la selección española es considerada, muchas veces con razón, el mejor equipo del mundo. Le queda a Brasil, además de la ventaja de jugar en casa, la capacidad de improvisación y de superación de sus talentos individuales, ya que, una vez más, y como de costumbre, no hubo tiempo para reunirlos y preparar lo que se podría llamar equipo.

Entre los brasileños existe memoria, cuando se trata de un Brasil-España en el Maracaná. En 1950, año del Mundial disputado en Brasil, el recién inaugurado Maracaná era el mayor estadio del mundo. Los brasileños sacudieron a los ibéricos por seis rotundos goles a uno.

Quedó en la memoria y en el tiempo. Hoy España entra en el Maracaná como favorita. A Brasil corresponde sorprender. Hasta hace pocos años, sería lo contrario.

En las calles brasileñas, un país que respira futbol, la expectativa es que la joven selección comandada por Luis Felipe Scolari efectivamente sorprenda. Los ojos están centrados en Neymar y Fred, pero también en la defensa, con destaque para Marcelo y sus increíbles arrancadas al ataque.

Hay, sí, alegre expectativa con el juego en el mítico Maracaná. Pero es menos, mucho menos, de lo que se podría esperar. ¿Por qué?

Bueno: si uno piensa con calma, verá que esa Copa Confederaciones podría haber resultado bien. El público colmó las expectativas (media de 50 mil compraron boleto en cada partido), la audiencia por la tele rompió marcas y la final de hoy reúne a dos equipos que son íconos del futbol actual.

Ha sido una buena prueba para detectar las muchas fallas que hay que corregir hasta el Mundial del año que viene y, en el caso específico del equipo anfitrión, para saber qué puntos habrán de ocupar las atenciones.

Y, sin embargo, para la FIFA resultó poco menos que un desastre. La verdad es que ese torneo ha sido, desde su nacimiento, hace años, otro de los tragamonedas inventados por la FIFA, que controla el deporte más popular del planeta.

Ahora mismo sus prepotentes exigencias se mostraron capaces de cambiar legislaciones de Brasil, como la que prohíbe la venta de bebidas alcohólicas en los estadios, y que tuvo que ser parcialmente suspendida para que la aguada Budweiser, una de los patrocinadoras del multimillonario evento, ejerza el monopolio durante el Mundial.

A la vez, la FIFA fue incapaz de impedir que la fiesta fuese opacada por la mayor oleada de manifestaciones populares ocurridas en los últimos 30 años en el país coincidiendo, y no por casualidad, con el evento.

Además, el calor febril de los fanáticos que hacen que en Brasil el futbol sea una religión abrazada de manera casi mítica.

Las manifestaciones populares han dado la pauta para las atenciones. El futbol ha sido mero actor de reparto en el Brasil de las últimas semanas. Los millones y millones de especialistas que componen la inmensa mayoría de los brasileños, siempre listos para detectar errores de los entrenadores y sugerir, benévolos, soluciones tan obvias como milagrosas, estuvieron presentes, por supuesto.

Pero, esta vez, estaban dedicados a, primero, observar perplejos, y luego intentar, atónitos, explicar no lo que ocurría en las canchas, sino en las calles.

Para la FIFA, el torneo-prueba mereció una nota, y esa ha sido un siete. Brasil se salió del test aprobado, pero sin brillo alguno. De todo lo necesario, logró cumplir 70 por ciento. Sudáfrica, que organizó el Mundial anterior, en 2010, se salió del mismo test con 7.5, marca modesta pero superior a la de Brasil.

En la Copa Confederaciones participaron ocho selecciones. En el Mundial serán 32. Hay que trabajar, por lo tanto, cuatro veces más.

Quedan muchas dudas en el aire. Por ejemplo: para la gran mayoría de los estadios construidos a costos muchas veces millonarios, ¿habrá alguna utilidad cuando termine el Mundial? En ciudades donde la media de público por partido no alcanza la marca de los 15 mil, se construyeron estadios con capacidad superior a 65 mil: ¿qué los llenará para asegurar su manutención?

La FIFA trata, en vano, de reaccionar a los que la acusan de no tener otro objetivo que lucrar. Eso, claro, para no mencionar sobreprecios, corrupción, comisiones pasadas bajo la mesa, y otras cositas delictivas más que desde hace décadas integran su agenda cotidiana.

Pero hoy, domingo, la gran duda es otra: ¿logrará Neymar invertir el cuadro de la última vez que se enfrentó con los españoles?

En 2011, al final del Mundial de Clubes, el Santos de Neymar enfrentó al Barcelona de Messi.

Más que el 4-0 de los catalanes sobre los brasileños, quedó la impactante impresión de éstos, contemplativos, frente a la magia del equipo español.

Ojalá eso no se repita hoy en el Maracaná, decían ayer los locales.

Ojalá.