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¿La Fiesta en Paz?

50 años de Rayuela, Gardel y una anécdota taurina

De bailaoras, toros y otros excesos

J

esús Flores Olague, doctor en historia y filosofía, maestro en sociología, poeta, pintor y aficionado, todavía, a los toros y al beisbol, comparte su sabroso texto titulado La última noche que pasé contigo, con motivo del medio siglo de la publicación de Rayuela y de otras cosas.

Uno de los más grandes méritos de un texto –comienza Flores Olague– es lograr que sus lectores participen de manera activa en la construcción de la obra literaria. Esta meta ha sido una constante a partir de textos como el de Rayuela, de Julio Cortázar, publicado en 1963 y que sigue motivando entusiasmos a 50 años de haber visto la luz. Las siguientes reflexiones son una muestra de cómo la lectura de un solo capítulo, el lll, fue capaz de sugerirme otros relatos afines.

En el capítulo mencionado se da cuenta de la narración que le hizo la bailarina de origen húngaro, Ivonne Guitry, a Nicolás Díaz, amigo de Gardel en Bogotá. Cortázar reproduce los párrafos en que se dice cómo se relacionaron la joven de 18 años que vivía sola en París y el llamado Zorzal Criollo. Situado entre los capítulos 48 y 49 de lectura normal en los que el autor aborda la confusión de Horacio Oliveira entre la Maga y Talita y el uso de un idioma nuevo, el ispamerikano que por cierto promueve la revista mexicana Renovigo, el 111, capítulo prescindible, no da cuenta de la conclusión a la que llega la examante de Gardel en su relato: al encontrarse también en Bogotá la víspera del vuelo trágico, Ivonne estuvo a punto de dejar su hotel para ir a pasar la noche en el albergue del afamado cantor. Sabedora de la pasión que los había unido, la bailarina declara estar segura de que de haberse decidido a ir con Gardel, debido al trance erótico tan prolongado e intenso, el célebre pasajero nunca hubiera llegado al aeropuerto a tomar su vuelo.

Entre las conjeturas que se han tejido en torno a la muerte y al destino trunco del cantor símbolo del tango, alguna de ellas nos cuenta que uno de los lugares que ya no visitó jamás fue la ciudad de México. Sin que podamos decir que lo anterior es absolutamente cierto, una liga sí tuvo Gardel con nuestro país, con un mexicano para ser precisos, a pocas horas de su fatal accidente.

Por aquellos días de l935, se encontraba en Colombia un afamado torero mexicano, David Liceaga, miembro de una dinastía taurina y cuya figura ha quedado inmortalizada en el capítulo titulado La fiesta, de la película inconclusa pero clásica de Sergei Eisenstein, ¡Qué viva México! Este matador hizo amistad con Gardel y se supone que hasta le brindó algún toro en una de sus actuaciones en el coso de la capital colombiana. Torero completísimo, bohemio de cepa y con una voz no del montón, David interpretaba con sabor las canciones mexicanas y como Genaro Salinas, Juan Arvizu, Jorge Che Sareli y otros mexicanos de aquellos años, no cantaba mal las melodías del arrabal tanguero.

La víspera del 24 de junio de ese año, en un tercer hotel de Bogotá, algunos testigos privilegiados pudieron disfrutar durante varias horas de un mano a mano inesperado de interpretación de tangos: los amigos Liceaga y Gardel cantaron sin parar hasta que éste se dio cuenta que debía partir al aeropuerto. Horas más tarde el siniestrado avión lo habría de llevar no a Cali sino a la inmortalidad.

A propósito de la exposición que el Museo de San Carlos presenta actualmente del pintor valenciano Joaquín Sorolla, su musa inalcanzable, la bella cupletista Raquel Meller, intérprete inicial de canciones como El relicario y La violetera, se indignaba, al decir de su biógrafo Javier Barreiro, con el auge de las parejas flamenco-toreras que en su época constituyó algo así como la epifanía del tópico en que se quintaesenciaban las pulsiones más convencionalmente atávicas de los españoles y que tanto dieron que despotricar a un escritor tan excesivo y clari-vidente como el autor antitaurino y antiflamenco, republicano y anticlerical, Eugenio Noel.

Entre el deslumbramiento, la admiración y la fama, la unión afortunada o fugaz de Gabriela Ortega-Fernando Gómez, padres de los Gallos, Aurora La Goya-Ricardo Torres Bombita, Pastora Imperio-El Gallo, Carmen Ruiz Moragas-Rodolfo Gaona, Adelita Lulú-Joselito, La Argentinita-Ignacio Sánchez Mejías, Dora la Cordobesita-Chicuelo, Blanquita Suárez-Pacorro, Soledad Miralles-Carnicerito de Málaga, Consuelo Araujo-Niño de la Palma, Rosarillo de Triana-Antonio García Maravilla, Emilia Mejía-Marcial Lalanda, Laura Pinillos-Cagancho, Concha Piquer-Antonio Márquez, Trini Gómez-Manolo Martín Vázquez, Paquita Escribano-Gitanillo de Ricla, La Yankee-Antonio Posadas, María Antinea-Félix Rodríguez, y más tarde, María Albaicín-Joaquín Bernadó, Isabel Pantoja-Francisco Rivera Paquirri… A saber si el respectivo manejo profesional del cuerpo y la voz incidió en sus éxtasis y rupturas.