Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 25 de noviembre de 2012 Num: 925

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Museo de la Memoria
de Rosario: el derecho
a la dignidad

Rubén Chababo

Bryce y el Premio FIL
Marco Antonio Campos

Ganar el “Nobel
de los chicos”

Esther Andradi entrevista con María Teresa Andruetto

El placer en la trampa
de la postmodernidad

Fabrizio Andreella

Retratos de
Álvarez Bravo

Vilma Fuentes

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Columnas:
Perfiles
Neftali Coria
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Ilan Stavans
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
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Ilan Stavans

Las odas de Neruda

La semana pasada terminé de editar un nuevo libro bilingüe: All the Odes, de Pablo Neruda, que se publicará el año próximo. Describir al chileno como prolífico es natural: nos dejó más de 2 mil 500 poemas, algunos de ellos horripilantes, y sublimes un par de docenas, acaso más. Sus formas favoritas eran el soneto, el canto y la oda. De ella s, su pasión por este último es incomparable. De Píndaro a Catulo, ni hablar de Dryden, Wordsworth y Keats, nadie, ciertamente nadie en el mundo moderno, ha cultivando la oda con semejante ahínco, dándole un aire íntimo, haciéndola accesible, democrática.

Neruda escribió un total de 225 odas. Esta producción desfila en los libros que constituyen el medio de su carrera literaria, después de Canto general y antes de Extravagario, aunque una que otra oda antecede y rebasa estos límites. La mayoría apareció en cuatro volúmenes claves, el primero titulado Odas elementales y el último Navegaciones y regresos. La fecha de composición es justo la mitad del siglo XX,  la década de los cincuenta.

A su regreso a Chile de Europa, en especial de Italia, donde sus opiniones ideológicas lo convirtieron en persona non grata para el gobierno, Neruda, con la que sería su tercera esposa, Matilde Urrutia, se detuvo en Argentina por un tiempo antes de asentarse en Santiago, sobre todo en su casa de Isla Negra, cerca del mar. Una propuesta del venezolano Manuel Otero Silva, que entonces dirigía El Nacional: escribir para el periódico una oda semanal. (Neruda aceptó a condición de que las odas aparecieran no en la sección de arte y cultura, sino en la de crónicas diarias), lo inspiró a dedicar su tiempo a la tarea. El fruto se gestó durante más de cuatro años, hasta que el ritmo avasalló a Neruda o el poeta agotó los temas o perdió el interés.

¿Cuáles son esos temas? De lo más mundano (una cebolla, un cactus, un elefante, una flor amarilla) o lo más excelso (la amistad, la tristeza, la esperanza). Algunas odas están dedicadas a amigos como César Vallejo. También las hay que hablan de la Guerra civil española, que Neruda presenció, o de los viajes que hizo a Venezuela, a Brasil, México y Suecia (previo al Premio Nobel). Otras describen a ídolos como Walt Whitman y Paul Robson o sus lecturas de Rimbaud. Mis favoritas son las odas a la tipografía, dos que dedicó a los libros y otras dos a la crítica y la Oda al diccionario.

Igual me entusiasman la Oda a los calcetines, las muchas dedicadas al mar y a los pájaros y la Oda al átomo, que mucho me recuerda el libro De rerum natura. De hecho, utilicé unas líneas de este libro de Lucrecio como epígrafe al libro que preparé. Lamentablemente, las intuiciones políticas de Neruda no siempre eran acertadas. Escribió una oda propagandística sobre Lenin y otra sobre los trenes de China. Asimismo, entre las menos acabadas está la dedicada a la claridad, que adolece de un defecto insuperable: es oblicua. Pero por lo general su ceguera comunista distorsionó sólo unas cuantas composiciones, enalteciendo muchas más. Y la falta de claridad, cuando está presente, tiene que ver con la puntuación errática y no con el contenido en sí mismo.

Descubrí sin sorpresa, al preparar el libro, que traducir las odas de Neruda al inglés es –o aparenta ser– un deporte. Desde el primer intento de Ángel Flores del libro Residencia en la tierra, en la década de los cuarenta, las odas han atraído a una veintena de traductores, entre ellos Margaret Sayers Peden, que vertió al inglés unas cincuenta. Menos fecundos aunque igualmente admirables fueron William Carlos Williams, Mark Strand y el actual poeta laureado de Estados Unidos, Philip Levine.

Leídas de forma conjunta, todas las odas configuran una especie de diario íntimo, no sólo de la rutina del poeta, sus amores y sus odios, sus sueños y pesadillas, los olores y sabores que lo rodeaban, sino de todos nosotros. Para Neruda la poesía era un arma de protesta y una bocina a través de la cual él, como profeta, llegaba a las masas. En estas piezas poéticas nos recuerda que la vida está hecha no de eventos pomposos sino de actos consuetudinarios y que la historia no es un conteo de lo que hace la gente famosa sino del quehacer del hombre común y corriente.