Opinión
Ver día anteriorLunes 11 de junio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Despeñaderos
¿Y

ahora? ¿Qué hacer ante la elección? ¿Podemos decir, como algunos griegos, que si las elecciones realmente significaran un cambio serían ilegales? ¿Quedarán los jóvenes colgados de la brocha de su indignación y nos resignaremos a que se cansen, como buscan los partidos?

La degradación de la política es ya espectacular. Se ostenta con evidencia escalofriante la bajísima calidad del circo en que se han convertido las campañas y la guerra sucia de payasos, dueños del circo y maestros de ceremonias, es decir, de uno por ciento y los medios. Como decía Freire, se democratiza la desvergüenza.

Hace un año los poderes constituidos ignoraron la exigencia del Movimiento por la Paz de declarar el estado de emergencia y suscribir un pacto de unidad nacional para lidiar con el desastre que nos agobia. Hicieron lo mismo los candidatos. Es inútil seguir pidiendo peras al olmo.

Es igualmente estéril la propuesta del voto en blanco que hizo Javier Sicilia. Esconde en las boletas un referendo para expresar disgusto ante las elecciones de la ignominia. La lucha actual no puede reducirse a una expresión lateral de nuestro descontento.

Cuando parecía inevitable que nos llevaran al despeñadero, los jóvenes universitarios trajeron un viento fresco a la política y abrieron una nueva esperanza. Reconozcamos sin reservas lo que ya consiguieron: consolidar en el país entero la percepción bien fundada de que la candidatura de Peña Nieto es de naturaleza fraudulenta, pues se basa en la manipulación mediática, el control mafioso y tracalero de los votantes y el uso despilfarrador y excesivo de recursos inconfesables. Aunque no se produjesen fraudes operativos el día primero, si las autoridades llegasen a declararlo ganador la mayoría de los mexicanos descalificarían sin vacilar tal resultado. Perdió ya toda credibilidad. El empeño de entronizarlo es hoy garantía de grave inestabilidad social y política, que nos hundiría aún más en el abismo en que ya estamos.

En estas nuevas circunstancias, la lucha general, particularmente de los jóvenes, tendría que concentrarse en el día 2. Tenemos que prepararnos para el resultado de la jornada, cualquiera que sea. La única opción que debe ser excluida es la parálisis, la desmovilización.

El ánimo de rechazo ante lo que se vería masivamente como la imposición de Peña Nieto es ya enteramente general. Como no debe descartarse que los poderes que lo hicieron candidato intenten llegar hasta el final, recurriendo a cualquier medio a su disposición, necesitamos prepararnos para responder apropiadamente. Sólo así, con adecuada previsión y organización, podremos tratar de impedir la violencia que se desataría sin remedio, sea porque la provocaran las mafias en el poder ante la movilización de rechazo, o bien porque las respuestas espontáneas de muchos grupos propiciaran confrontaciones físicas con acarreados, porros y paramilitares de la coalición de mafias que hoy define al PRI y a sus aliados. Sólo una preparación serena e inteligente puede rechazar pacífica y sensatamente lo inaceptable. La imaginación fresca y abierta de los jóvenes tiene ahí un papel clave que jugar. Aprenden rápidamente a evitar provocaciones y a controlar a sus propios violentos.

Para que no se nos lleve a ese despeñadero, erizado de peligros de toda índole, necesitamos multiplicar las iniciativas que despeñen desde ahora la jornada electoral misma, es decir, que coloquen a Peña Nieto en tal desventaja que hasta sus patrocinadores se vean obligados a desistir del empeño de imponerlo. Necesitamos intensificar y multiplicar las acciones que descalifican su candidatura, hasta anular en definitiva su ventaja real o supuesta. Es la mejor manera de prepararnos para el día 2.

Al mismo tiempo, debemos prepararnos para su derrota, que es ya previsible y debemos convertir en probable y consumar el día primero. Casi tan grave como su imposición sería la desmovilización que podría provocar su derrota. Sería análoga a la que siguió a la elección de Obama y le ató las manos. Ninguna persona o grupo puede ser remedio a los males que padecemos actualmente. La única esperanza se encuentra abajo, entre nosotros. Debemos tomar el asunto en nuestras manos a partir del día 2, independientemente de lo que ese día ocurra. Pero hay que hablarlo. No se trata de golpes de mano, pleitos de callejón o paseos de la Reforma. Tampoco de conspiraciones clandestinas. Necesitamos iniciativas creativas, pacíficas y organizadas, que debemos discutir abiertamente, con serenidad y buen juicio. Peña Nieto no es el único despeñadero que debemos evitar. Advertirlo, que todo mundo sepa lo que vamos a hacer, es en sí mismo eficaz: revela la fuerza de la voluntad popular y su sentido. Y para eso contamos con los jóvenes.