Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Estudio fotográfico…
Leticia Martínez Gallegos
El poeta es sólo otro
Ricardo Venegas entrevista
con Jeremías Marquines
Bruno Traven,
cuentística y humor
Edgar Aguilar
La ley del deseo en la sociedad de consumo
Fabrizio Andreella
Gilberto Bosques, diplomacia y humanismo
José M. Murià
Puebla, Haciendo Historia
Lourdes Galaz
Leer
Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
Jorge Moch
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|

Luis Tovar
[email protected]
Cine para leer (II DE III)
Las siguientes palabras provienen de la presentación del volumen: “Ciudad de cine es el resultado de un esfuerzo de años de investigación –tanto iconográfica como histórica– sobre el cine mexicano que durante las últimas cuatro décadas ha situado a la Ciudad de México como parte fundamental de sus historias. [Presenta] a la Ciudad de México como escenario y a la vez como un personaje más que complementa las acciones de cientos de películas aquí filmadas.” Así abre boca la brevísima introducción a cargo de Paula Astorga, en su calidad de directora de la Cineteca Nacional, entidad que con Conaculta coedita este libro de gran formato, mismo que vio la luz en septiembre del año pasado.
El nombre de Hugo Lara no aparece en portada, pero ha sido él quien se echó a cuestas la prolongada, tremenda y ciertamente gozosa labor de reunir, en un solo sitio, una colección iconográfica que sólo cabe calificar de impresionante. El subtítulo del libro –DF 1970/2010. Una investigación a través de imágenes del cine mexicano contemporáneo– expresa con claridad los alcances y la intención de este colega cinéfilo, que así corona un esfuerzo cuyo primer fruto fue, hace cinco años, una magnífica exposición de buena parte de las imágenes ahora reunidas en forma de libro.
Macario |
Nueve secciones eminentemente gráficas, complementadas y al mismo tiempo cohesionadas y explicadas por un intenso y lúcido ensayo del propio Hugo, dan estructura a la obra. Las secciones gráficas son Ext. Ciudad de México, Emplazamientos, De barrios y oficios, Luz roja, Nocturna, Vía rápida, Hippies, bandas y yuppies, Intersecciones y En tránsito y, una vez más, la nomenclatura es elocuente. Son cerca de doscientos los filmes incluidos cuya ficha completa, así como un copioso índice onomástico, bibliografía y hemerografía, aparecen al final. Asimismo, cada fotografía o fotograma es acompañado de una ficha como la siguiente: “Los vuelcos del corazón (1993). A cuadro: María Rojo y Arturo Beristáin. Dirección: Mitl Valdez. Dirección de fotografía: Marco Antonio Ruiz. Producción: Imcine, FFCC, Producciones Carlos Salgado, UNAM. Locación: Centro Histórico.” Como puede ver el lector, se trata mucho más que de una simple sucesión de imágenes, mismas que, en ausencia de la información citada, habrían acabado convertidas en pasto para enojosas adivinanzas. El resultado de conjunto es espléndido: sin sujetarse a un rigor cronológico que morigerara el interés, Lara dispuso, por ejemplo, que en el capítulo Luz roja a una imagen de Malos hábitos y otra de Un mundo maravilloso, ambas de 2005, siguiera otra de Cayó de la gloria el diablo, de 1971, así dispuestas en función del tema capitular –que se desdobla en el crimen y la pobreza urbanos, la inseguridad, el amarillismo, la sangre–, en feliz combinación con un trabajo de diseño gráfico simultáneamente generoso y discreto y, para mayor riqueza, todo complementado ya con fragmentos de diálogos extraídos del filme que se ilustra, ya con algún testimonio del director o con un comentario del propio autor del libro.
Para no ver a ciegas
También editado por Conaculta y la Cineteca Nacional –a los que se sumó el Imcine–, se publicó La nostalgia de lo inexistente. El cine rural de Roberto Gavaldón, de Fernando Mino Gracia. Si bien el trabajo gráfico apoya convenientemente los asertos de Mino Gracia, muchos de los cuales no serían claros sin la inclusión de ciertas imágenes en particular, la verdadera miga del volumen está en el ojo envidiablemente analítico del autor, que ha sabido identificar, pormenorizar, dar contexto y razón causal a las constantes, los aciertos y las contribuciones de Gavaldón en materia cinematográfica, concretamente en lo que se refiere, precisamente, a lo que alude el título: el cine rural mexicano, que en el realizador de La barraca, Rosauro Castro, El rebozo de Soledad, Heraclio Bernal, Macario y El gallo de oro, encontró las saludables antípodas al preciosismo folclorizante del que adolecía, y en grado superlativo, un cine que por otros conceptos ha gozado desde siempre tanto de la memoria como de la aceptación colectivas. Como bien ha entendido y mejor explica Mino Gracia, el de Gavaldón, en su faceta rural, es un cine hecho a partir de la nula complacencia y la convicción de que, invariablemente, a la hora de narrar lo que más importa es la trama, a cuyo servicio está la imagen, y no al revés, como parecieran creer buen número de realizadores contemporáneos. Ellos y otros, así como el público en general, reconocerán en este libro un trabajo magnífico, de ésos que, en lo bibliográfico, se requieren para no andar filmando y viendo cine medio a ciegas.
(Continuará)
|