

Foto: Matt Weber
Estudio fotográfico…
Leticia Martínez Gallegos
...es lo único que anuncia la placa de afuera. La fachada simula un castillo. Tonos grisáceos y matices fuliginosos. Adentro, una barandilla de muro a muro. Pegada en la pared derecha, la lista de precios. Del otro lado, la puerta que da acceso al lugar del flash.
Verónica toca con discreción sobre la barandilla.
Ahora deja la mesura de lado y toca escandalosamente.
La puerta se abre y una pareja sale sonriente. Verónica se asoma hacia afuera unos instantes para ver a esa pareja perderse sobre la avenida. Empieza a llover.
Un joven de estatura baja y complexión delgada sale a la barandilla.
Es el ayudante.
Es de tez blanca, de cabello negro.
Puede pasar, dice.
El fotógrafo alista la cámara e ignora la voz de Verónica que le habla a alguien.
Ponte el sombrero, mi amor, dice ella dirigiéndose hacia su costado.
El ayudante voltea buscando a ése mi amor. Nada.
El fotógrafo se quita la boina de lana y su calvicie queda al descubierto. Es alto, de aspecto níveo. Escuálido.
Me gustaría un fondo como éste, dice Verónica señalando una pared del estudio. Es un mural de un bosque. Grande. Da la sensación de profundidad.
Verónica se dirige hacia un mueble de orillas garigoleadas que tiene espejo y repisa con accesorios de belleza. Observa su cabello bruno, escaso. Su piel, blanca.
El ayudante señala el sillón estilo Luis XV que ha colocado cerca del mural boscoso. Verónica se sienta.
Párate aquí, junto al sillón, yo sentada y tú de pie, dice ella insistiendo hacia su costado.
El fotógrafo y el ayudante se miran entre sí. Sonríen tratando de disimular.
Verónica se acomoda el escote. Cruza los pies. Sus piernas quedan inclinadas. Verónica es alta.
Cuando esté lista, dice el fotógrafo.
Oh, perdón, cuando estén listos, corrige mientras busca la mirada del ayudante para reírse con él.
Verónica sonríe ampliamente, inclina su cabeza recargándose hacia un lado, sobre alguien.
Varias tomas. Los dos hombres actúan sin contradecir a Verónica.
Listo, comenta el fotógrafo. Suficiente.
Déjate el sombrero, afuera llueve, dice Verónica.
Por favor, déjatelo, insiste mientras camina hacia afuera.
El fotógrafo y el ayudante la siguen despacio.
Todos están en la barandilla.
¿En cuánto tiempo están?
Cuarenta minutos, señora. Servicio exprés. Aquí la esperamos.
Los esperamos, murmura entre risas el ayudante.
Ella sale y disfruta de la lluvia que empapa su vestido negro.
Adentro, los hombres se miran. Ríen. Mueven la cabeza lamentando la situación. Sienten pena por esa mujer que habla con nadie. Pena y risa.
¿Cuántas mujeres van por la vida así?, comentan.
Cuarenta y tantos minutos.
Las fotos están listas. Verónica no llega.
El fotógrafo tiene un gesto de horror. Le muestra las fotos al ayudante.
En todas hay una pared de fondo con un gran bosque, un sillón estilo Luis XV y un hombre parado junto al sillón.
El sillón está vacío.
El hombre tiene sombrero.
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