Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de mayo de 2012 Num: 896

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Estudio fotográfico…
Leticia Martínez Gallegos

El poeta es sólo otro
Ricardo Venegas entrevista
con Jeremías Marquines

Bruno Traven,
cuentística y humor

Edgar Aguilar

La ley del deseo en la sociedad de consumo
Fabrizio Andreella

Gilberto Bosques, diplomacia y humanismo
José M. Murià

Puebla, Haciendo Historia
Lourdes Galaz

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Orlando Ortiz

Don Chipote y Sufrelambre

Mucho se ha dicho que los mexicanos estamos enfermos de gravedad, no porque estemos desahuciados (aunque  sí), sino porque somos muy solemnes, serios, melodramáticos y cosas por el estilo. La irreverencia, el humor, la transgresión, son cuestiones que sentimos reñidas con la literatura y el arte en general. Algo que sea humorístico no es digno de tomarse en cuenta, a menos que se trate de los clásicos, porque a ellos sí se les perdona todo: el que hayan sido satíricos, burlones, escatológicos o similares.

Según parece, el criterio prevaleciente es que los temas serios, o dramáticos, son sagrados, por lo tanto, el tratamiento serio, por sacro, es lo indicado. Un escritor serio tiene prohibido coquetear siquiera con la sátira o el humor, porque al ser paradigmas del buen decir y la decencia, no hacerlo equivaldría a desafiar el canon, la moral y la estética y ética al uso. En otras palabras, estaría transgrediendo tales parámetros y cayendo en el cuestionamiento y la confrontación. La transgresión no es para las buenas conciencias.

Sin embargo, la literatura picaresca aparece en los programas de literatura, y la picaresca es transgresora por excelencia. Llama la atención, por otra parte, que en España encontremos numerosas muestras del género, a partir de El Lazarillo de Tormes, pasando por la inefable y magistral  Vida del Buscón Don Pablos, de Quevedo, y en nuestro país han sido pocos lo seguidores de esta vía literaria. Sobre todo los encontramos en el XIX, desde Fernández de Lizardi hasta Guillermo Prieto y Ángel del Campo, pasando por Riva Palacio. Y aquí podría añadirse, aunque parezca mentira, a Ignacio M. Altamirano, de quien siempre se nos ha dado una imagen casi apostólica.

Esto de la picaresca lo menciono porque a raíz de la candidatura de Demián Bichir al Oscar, recordé Las aventuras de don Chipote, o Cuando los pericos mamen, de Daniel Venegas, esta obra que podría considerarse la primera “novela chicana”, aunque Bruce Novoa escribe:  “Es posible estudiar sus antecedentes (de la literatura chicana) y tradiciones remontándose hasta 1848, y quizá más allá, puesto que ha habido una constante actividad literaria realizada por mexicanos residentes en Estados Unidos a lo largo de estos años...” Creo que hay algo de exageración en esta aseveración, porque “más allá” de 1848 mucho del territorio “chicano” era mexicano. Y si se localizaran autores en esa área, strictu sensu no eran “chicanos”, sino mexicanos.

Pero volvamos a lo nuestro. La novela de Venegas data de 1928 y fue publicada en Los Ángeles.  Al decir de Nicolás Kanellos, fue un “inesperado hallazgo” para los investigadores que en ese momento (calculo que finales de 1970, inicios de la década siguiente) se dedicaban a rastrear los orígenes de esa literatura, husmeando en periódicos y libros editados del otro lado entre 1850 y 1940. Cuando los pericos mamen me llamó la atención por el tratamiento, que yo ubicaría en el ámbito de la picaresca. Los problemas de indocumentados y chicanos han sido tratado con frecuencia, sobre todo a partir de los años sesenta, pero escasean los textos humorísticos o picarescos. El de Venegas lo es. La narración presenta numerosas situaciones humorísticas, personajes que saben hacer de tripas corazón y encontrar la salida ingeniosa en momentos críticos. Mas no sólo eso, porque el lenguaje es otro de los rasgos sobresalientes, ya que aun cuando su autor era una persona preparada, según nos dice en la introducción Nicolás Kanellos, y de clase media, adopta el lado de los jodidos, de los trabajadores indocumentados sobreexplotados por el capital estadunidense.

Escrita en español por alguien de ancestros mexicanos, lo destacable es su conocimiento de los giros idiomáticos mexicanos, y sobre todo de los campesinos mexicanos. Refranes y dichos brotan oportunamente a lo largo del relato y referencias escatológicas tampoco faltan. No obstante, lo más extraordinario es que en la picaresca el pícaro es un sobreviviente, alguien que se las ingenia, siempre, para seguir existiendo, para comer, para tener lo indispensable aunque para ello deba pasar sobre otros. Don Chipote de Jesús María Domínguez es un alma de Dios (dirían en mi rancho), nada tiene de pícaro, pero sí Sufrelambre, su perro, que lo sigue desde que sale de su rancho rumbo al otro lado, en busca de mejor fortuna, o sea, para hacerse rico y tener con qué darle de comer y buenas cosas a doña Chipota y sus chipotitos. Pero termina convenciéndose de que un migrante mexicano se hará rico trabajando en Estados Unidos, cuando los pericos mamen: nunca.